La cárcel de la moral ajena y otros dolores modernos
Aún no hay respuesta para la mayoría de las preguntas que definen el rol de género.
Una mujer de treinta y dos años se suicidó en medio de un ataque de ansiedad incontrolable, después de que su examante compartió un vídeo privado en un grupo de mensajería instantánea. Otra, se arrojó al vacío cuando la empresa en que trabajaba ascendió al hombre que le acosaba — y al cual había denunciado — como su superior inmediato. Una niña de diecisiete años casi muere de una sobredosis de tranquilizantes, después que alguien robara su archivo privado de fotografías y las difundiera entre sus compañeros de clase como una “colección de porno”. Una mujer de veinticinco se cortó las venas cuando un hombre reveló conversaciones eróticas que habían sostenido dos años atrás. Una niña de catorce años tomó un litro de detergente y se produjo daños estomacales irreparables después que un amigo robara y compartiera una imagen suya en la que se encontraba desnuda.
Todos los casos anteriores ocurrieron durante los últimos tres años en países de habla hispana. No hay detenidos o culpables por causa penal. Algunos fueron reseñados por medio locales, otros sólo en redes sociales. Un par, apenas por quienes les conocían. La mayoría de las veces, se señaló a la mujer por “cometer el error” de disfrutar su vida sexual, por confiar en su pareja, incluso por el mero hecho de ser joven y curiosa. “Nadie la ha obligado a grabarse, está bien lo que ha ocurrido, eso demostrará lo que no se debe hacer”, leo en una de las reseñas sobre el suicidio de la mujer que soportó por más de un mes el asedio de sus compañeros de trabajo, luego que se viralizó un vídeo privado grabado dos años atrás. Otro comentarista insistía en que “le ocurrió por puta” y otro más decía que “así son los hombres”. Nadie parece creer que una mujer tenga derecho o pueda disfrutar de una vida sexual a plenitud. Que el mero hecho de llevar a cabo juegos sexuales no le condena al escarnio la vergüenza. Que es una víctima a pesar del prejuicio. Me quedo aturdida, atormentada por el pensamiento que la violencia y el maltrato de género contra la mujer no es sólo un moretón visible.
Hace unos días, una amiga me comentaba que alguien le llamó “zorra” vía redes sociales por atreverse a compartir una fotografía con cierta connotación erótica. Además, el anónimo interlocutor no sólo la insultó sino que además, insistió en denigrar su trabajo profesional e incluso, su capacidad creativa por el mero hecho de haber mostrado una fotografía de un pecho desnudo. Cuando me lo contó, me provocó una rara sensación de tristeza la moral provinciana que impera aún en la actualidad.
— Que una mujer se desnude porque lo desea continúa siendo un escándalo — me comentó con tristeza.
— Un desnudo no es algo ofensivo ni debería serlo.
— Pues lo es.
Tiene razón, claro. Pensé en la frase, en todas las veces que he tenido que lidiar con la incomodidad de los espectadores de mi trabajo fotográfico — que contiene desnudos, alusiones a la muerte y cierto contenido erótico — y sus implicaciones. En todas las veces que he recibido comentarios insultantes e incluso agresivos, por escribir sobre temas en apariencia “indecentes”. En la ocasión que alguien directamente me amenazó con “golpearme a la cara” por recomendar una película pornográfica que consideré digna de mención. Una obsesionada con la moral de la mujer pero que practica a cambio, un tipo de hipocresía muy específico. Una cultura que aún asume que el cuerpo femenino es ofensivo e incluso, directamente vulgar.
— Al parecer estamos demasiado vivas para esta cultura — dice mi amiga tratando de quitarle importancia al asunto.
— Somos una cultura adolescente — concluyó al final, desanimada.
No es un debate novedoso, claro y mucho menos en una época que escudriña con ojo crítico el comportamiento femenino y también, con los límites y restricciones que impone un concepto agresivo sobre la “decencia”. Nuestra cultura parece persistir en la noción que la mujer debe “obedecer” un tipo de percepción social muy específico que no solo complazca las aspiraciones colectivas sobre un ideal femenino inexistente sino además, encaje en la percepción secundaria y sumisa de la mujer. El resultado es una extraña visión a mitad de camino entre una fantasía masculina y algo muy parecido a un estereotipo. Un peso cultural que todas llevamos a cuestas.
Aún no hay respuesta para la mayoría de las preguntas que definen el rol de género. ¿Como se estableció el quién es quién dentro de la cultura occidental? ¿Hubo una edad de oro donde la mujer no dependió de la identidad masculina para validarse? Según Engels, quien por mucho tiempo debatió la identidad y el rol sexual a un nivel cognoscitivo, el hombre necesitaba asegurarse hijos propios a los cuales pudiera heredar las conquistas, los logros de guerra, el nombre. Y para eso, necesitaba controlar a la mujer, quien engendraba y paría a los hijos que heredarían. Una idea que a la distancia puede parecer dramática y exagerada pero que se manifiesta en todo tipo de percepciones modernas sobre la mujer: la persistente idea del rol doméstico, la noción sobre la concepción como última meta de la vida de una mujer e incluso, la comprensión del hecho femenino como parte de una idealización constante sobre la mujer. Pero ¿Qué ocurre con la mujer de carne y hueso? ¿La mujer que no se categoriza? ¿La que no forma parte de ninguna expresión social que intente definirla? ¿La mujer que sobrevive a ese estigma de ser un aspecto de sí misma? ¿La que no acepta la cultura que la menosprecia y la infravalora?
En más de una ocasión, me he preguntado hasta que punto esa cultura que infantiliza lo femenino es el ingrediente principal de la manera en que la actualidad comprende a la mujer. Y si por ese motivo — esa culpa imaginaria por transgredir el canon en busca de la libertad — la despiadada crueldad que sufren las víctimas. ¿Qué es lo que no nos perdona la cultura? ¿Aspirar a la independencia? ¿La libertad sexual? ¿Que nuestro cuerpo ya no sea un terreno sometido al arbitrio masculino? Después de todo, a la mujer actual se le maltrata, se le estigmatiza y se le asesina, al mismo tiempo que se le responsabiliza por la violencia que sufre. ¿Habrá en el futuro la posibilidad que la mujer social y cultural sea concebida como un adulto? ¿Que pueda dejar de ser castigada por una sociedad pacata, hipócrita y misógina? Tengo miedo de la respuesta, pero prefiero pensar que sí.