La caravana de migrantes llega a Tijuana. ¿Y ahora?
Tijuana, ciudad mexicana de espíritu fronterizo, 1,6 millones de habitantes, industrial (aquí se sitúan muchas de las denominadas "maquiladoras"), decadente, rebosante de burdeles para gringos (también los llaman aquí "gabachos") y dicen que con una vibrante vida cultural. Un muro que se adentra en el mar la separa de la ciudad estadounidense de San Diego. Las tres garitas de paso con que cuenta la ciudad, la de El Chaparral, la de San Isidro y la de Otay, ven cada día cruzar a centenares de miles de personas en los dos sentidos de la frontera. También forman parte de este mundo los miles de personas que esperan, en algún momento, cruzar irregularmente a Estados Unidos e iniciar una vida mejor.
Finalmente ha sido Tijuana la vía por la que han decidido intentar entrar en Estados Unidos las personas que componen la caravana de migrantes, y así esta ciudad ha pasado a la primera plana de las noticias mundiales.
Esta semana estaba en México, en Pachuca, en un viaje académico. Y como disponía de dos días libres al final del mismo, no quise desaprovechar la oportunidad de acercarme a Tijuana para conocer de cerca lo que está sucediendo. ¿Por qué vengo? Francamente, no lo sé. Pero siento que aquí está pasando algo importante que involucra las vidas, los sentimientos y el futuro de muchas personas. Además, y por encima de todo, creo que se trata de una causa justa y de una metáfora de las grandes desigualdades que todavía existen en el mundo.
Desde el domingo 11 de noviembre han ido llegando sucesivos grupos de migrantes a Tijuana. Tras las tensiones surgidas con algunos grupos de vecinos en la zona de Playas de Tijuana la mayoría de migrantes han sido conducidos a un refugio creado por el ayuntamiento en las instalaciones deportivas Benito Juárez. Según Sergio, uno de los coordinadores del refugio, la noche del viernes 16 de noviembre se habían registrado en el refugio 2.222 personas (1.266 hombres, 491 mujeres, 299 niños y 166 niñas; 40 de estos menores viajaban solos). El grupo de migrantes homosexuales llegados el domingo anterior no está en este refugio. Según Sergio, están siendo alojados por una ONG estadounidense, que les está ayudando a tramitar su solicitud de refugio en EE UU. Además, hay varios centenares de migrantes en cuatro albergues regentados por ONGs. Todavía quedan por llegar unas 5.000 personas de la caravana que partió el pasado 13 de octubre, 3.000 kilómetros al sur, en Honduras. Además, según Sergio, van a llagar varios miles más provenientes de ulteriores entradas en territorio mexicano.
Esta caravana no es la primera que tiene lugar y no significa que se esté produciendo una invasión, como vocea el vil Donald Trump. Como me comentaba Diana Xóchitl, profesora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, los miles de migrantes que cruzan de sur a norte México todos los años se enfrentan con una travesía muy peligrosa, con muchos casos de robos, violaciones, secuestros y desapariciones. Así que una de las razones por las cuales se están produciendo estos éxodos en grupo, con apoyo mutuo de sus miembros, es que así hacen una travesía más segura. En lo que llevamos de año ésta es la tercera caravana. La organización Pueblos sin Fronteras se viene ocupando desde hace años de coordinar y asistir a estos grupos de migrantes. La caravana actual es la más numerosa y, además, su peripecia está alcanzando un gran impacto mediático. Por otra parte, aunque se trate de unas 7.000 personas, es evidente que no se trata de una invasión. Es una cifra muy pequeña comparada con los centenares de miles de latinoamericanos que, de manera legal o de modo irregular, entran todos los años en EE UU por la frontera mexicana (se calcula que de manera irregular entran al año unas 300 mil personas).
Llesenis tiene 23 años y se animó a viajar sola desde Guatemala porque el viaje iba a ser en grupo. Durante el trayecto ha entablado amistad con tres jóvenes hondureños, Juan Carlos, Tamaris y María. Ahora los cuatro duermen en una tienda consistente en una manta sobre cuatro palos apoyados en un muro.
¿De dónde vienen los migrantes? La mayoría de Honduras, pero también hay personas de El Salvador, Guatemala y Nicaragua.
¿Por qué hay tantas personas de estos países centroamericanos que quieren migrar a EE UU? Según la ONG WOLA (Washington Office on Latin America), las principales razones por las cuales estas personas quieren abandonar sus países son: grave inseguridad (Honduras y El Salvador se encuentran entre los países que no están en guerra con una mayor tasa de homicidios); corrupción rampante y violencia política (por ejemplo, con mucha frecuencia la clase política de Centroamérica protege y colabora con los grupos criminales, incluyendo a organizaciones de narcotráfico); sequías, inundaciones y otros fenómenos relacionados con el cambio climático; situaciones intolerables de violencia doméstica (Naciones Unidas ha señalado el abuso doméstico y la incapacidad de obtener protección de las autoridades locales, como un factor importante que lleva a las mujeres a emigrar desde Centroamérica); y la total falta de oportunidades económicas.
Por ejemplo, Fochi Castillo dice que "mi país no padece de hambre sino de persecución política". Ella estuvo ayudando a los estudiantes que se rebelaron en Nicaragua el pasado mes de abril. Tras ello señala que "me dijeron que tenía que salir de mi país, si no mi cabeza rodaba". Ha tenido que abandonar la Nicaragua del déspota Daniel Ortega, dejando allí a su marido y a sus hijos.
María, la amiga de Llesenis, Juan Carlos y Tamaris, hace un escalofriante relato de cómo en el último año han muerto dos de sus amigas a manos de las bandas callejeras en Honduras. Ella y Juan Carlos señalan que en los últimos años la mayoría de víctimas de los Maras son mujeres.
César y sus hijos, de corta edad, Jefferson y Kener, juegan a las cartas sobre las colchonetas en las que van a dormir al raso (la temperatura experimenta una gran bajada al desaparecer el sol). Se han venido solos desde Honduras. César comenta que le despidieron hace tres años de un trabajo estable por ser demasiado mayor, no habiendo encontrado nada desde entonces. Según él, en Honduras, incluso en el sector formal de la economía, las empresas intentan no tener trabajadores con mucha antigüedad para así pagarles menos. Y si te quedas en paro con esa edad, lo tienes muy difícil. César tiene 36 años...
¿Y cómo van a entrar en Estados Unidos?
Casi todos los migrantes se están apuntando en un libro de registro, en coordinación con una ONG y con la oficina de inmigración estadounidense. Una vez apuntados en el libro, se les dará cita en la oficina de inmigración estadounidense en el plazo comprendido entre un mes y medio y dos meses. La oficina de inmigración está en la puerta de El Chaparral. Ésta es la vía legal para entrar en Estados Unidos. Parece ser que en el pasado muchas peticiones parecidas a éstas eran respondidas positivamente (obtuvieron el visado de entrada). Ahora las cosas están más difíciles (por culpa del ignorante D. Trump). Aun así, y puesto que casi todos los migrantes tienen buenas razones para pedir el asilo, es posible que ahora también sean atendidas algunas peticiones. Puede que tengan más posibilidades de éxito el grupo de personas homosexuales o las numerosas madres que han venido solas y con un hijo pequeño. También hay algunas personas con discapacidades deficitariamente tratadas en Centroamérica, como Sergio Cáceres, con problemas en la columna vertebral que le impiden andar, o como Daniel, que padece una osteogénesis imperfecta (huesos de cristal o trastorno hereditario caracterizado por huesos frágiles que se fracturan fácilmente). Ojalá ellos también lo tengan un poco más fácil.
¿Y a quienes se les deniegue el visado de entrada? Gerardo Chaves, Hermes Téllez y compañía, son un grupo de jóvenes que vienen solos desde Honduras. En su caso, si no tienen éxito por la vía legal, recurrirán a los polleros o coyotes para que les pasen clandestinamente a Estados Unidos. Para poderlo pagar algunos de ellos tendrían que trabajar en el sector informal de Tijuana. Mi amiga María José Sánchez Usón, española que vive en México desde hace un par de décadas, me dice que teme que algunos de estos chicos acaben en el narcotráfico. Esperemos que no.
Algunos jóvenes hablan también de la posibilidad de recurrir al asalto masivo, de manera similar a como se ha hecho varias veces en Ceuta y Melilla. Esta opción puede ser más peligrosa en EEUU que en España. El grosero D. Trump ha hablado en algún momento de dar instrucciones para "disparar". Afortunadamente la separación de poderes existente en EE UU suele abortar sistemáticamente este tipo de bravuconadas.
Queda otro método, que es el consistente en cruzar la frontera y presentarte al otro lado antes de que te hayan dado el alto y solicitar el asilo ya dentro de EE UU. Por lo visto, en el pasado ha funcionado en algunos casos. Meri, que viaja acompañada de su hija de cuatro años, Celeste, dice que se ha planteado recurrir a esta posibilidad, porque supone que no les van a disparar...
Y finalmente, corren rumores de que algunos países con gobernantes progresistas y sensibles puede que ofrezcan la posibilidad de conceder el asilo a una parte de los migrantes. Se habla en este sentido de Canadá, e incluso de España (¡Pedro Sánchez, tú puedes hacerlo!).
Desde luego, lo que sí están consiguiendo estas personas es visibilizar el drama de la inmigración irregular en la frontera con EE UU y, por extensión, en las fronteras de la UE. Como siempre, se trata, en gran medida, de personas honradas, trabajadoras y llenas de energía e ilusión por salir adelante, ellos y ellas y sus familias. Ante los migrantes y los refugiados uno tiene una cierta sensación de estar ante gente "de lo mejor". Se oyen estos días afirmaciones como "se trata de unos pandilleros infiltrados", etc. Todos los migrantes con los que he hablado señalan que las personas conflictivas del grupo son una pequeña minoría y no son pandilleros sino "relageros" (camorristas, reñidores).
¿Apoya la población mexicana a los migrantes? A lo largo de su periplo por México, los migrantes han recibido numerosas muestras de apoyo, aunque también ha habido algunas muestras de hostilidad. Al refugio del polideportivo Benito Juárez llegan de manera regular vecinos o asociaciones con ayuda para los refugiados. Unas personas entregan sus donaciones a los responsables municipales a cargo del campo, otras distribuyen la ayuda desde sus furgonetas, otras reparten agua en las colas...
Pero, particularmente en Tijuana, también parece haber un cierto rechazo entre la ciudadanía (he preguntado a todos los locales con los que me he encontrado y esa es la impresión que he sacado). Algunos exaltados se han comportado violentamente con los migrantes, como sucedió el pasado miércoles 14 de diciembre en Playas de Tijuana (protestaban ante la llegada de un grupo de migrantes espetándoles cosas como "primero estamos nosotros los tijuanenses y México y en segundo y tercer lugar están las demás personas"); o la noche del viernes al sábado, en que un grupo se subió al tejado de un edificio colindante al polideportivo desde el que lanzaron piedras a los refugiados. Para el domingo 18 hay prevista una manifestación contra los inmigrantes. Y el alcalde de Tijuana, desde Japón, en donde estaba de visita oficial, llamó "vagos y mariguanos" a los migrantes. No se sabe hacia dónde va a derivar esta situación, pero lo cierto es que, ahora mismo, da la sensación de que cualquier mínimo error cometido por algún migrante puede acarrear serias consecuencias a todo el grupo. Aparte de frustración, me produjo una notable tristeza el tono de desaliento con que Llesenis y sus tres amigos sentían esa hostilidad, allí, al anochecer, bajo los cuatro palos inclinados de su tienda. Son gente joven, limpia y noble que no merecen estar donde están ni sentirse como se sienten.
En Estados Unidos y en la Unión Europea vivimos una frustrante, absurda e injusta situación con los inmigrantes. Los necesitamos, dados los problemas de bajo crecimiento demográfico y envejecimiento de la población que tenemos; los necesitamos para que cuiden de nuestros hijos pequeños, de nuestras casas y de nuestros adultos dependientes; los necesitamos para que trabajen en un campo cada vez más despoblado, para que revitalicen el sector servicios, para mantener la prosperidad en nuestras sociedades abiertas y diversas. Por otro lado, pensamos arrogantemente que, por ejemplo, todos los habitantes de Centroamérica o de África Subsahariana se quieren venir a vivir a EE UU y a la UE. Y no es así, solo una minoría de ellos quiere emigrar. Esta minoría que quiere emigrar lo acaba haciendo, ya sea de manera legal y, si no les dejamos, de manera irregular (que es como al final llegan la mayoría de ellos). Tenemos miedo y por eso creamos una serie de barreras para evitar un supuesto "efecto llamada". Por poner un ejemplo, si les damos el visado en origen a todas las personas honradas que quieren viajar a nuestros países quizás vengan, digamos, 100. Y si ponemos barreras para disuadirles de venir y evitar el denominado "efecto llamada", quizás vengan, digamos, 95; es decir, va a llegar, de cualquier manera, prácticamente el mismo número de personas. Estas barreras que creamos consisten en limitar severamente los visados para emigrar a nuestros países, no dejándoles venir en avión, barco o tren; es decir, obligándoles a realizar el viaje por otros medios de transporte caros, duros y muy peligrosos (para así "disuadirles"). En lo que llevamos de año han muerto 564 personas intentando llegar a las costas españolas. ¿Merece la pena pagar este coste para así evitar ese supuesto "efecto llamada"?
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