La 'cara b' de Michael Robinson
Antes de morir, el exfutbolista y periodista deportivo abrió junto a varios socios una fábrica de vinilos, un formato que está regresando con fuerza
El año en que Michael Robinson cambió Londres por Pamplona, U2 conquistaba las listas de éxitos con With or without you. Era 1987, y tras una lesión de rodilla que lo había alejado de los días de gloria en su querido Liverpool, el delantero inglés fichó por un Osasuna en horas bajas. Consigo traía a su familia, su inconfundible acento y su colección de discos, que atesoraba más que cualquier copa. “Los vinilos para él eran un trofeo”, dice su hijo Liam Robinson (35 años). Porque, además de futbolista, era un melómano empedernido. “Se le daba mejor jugar al fútbol, pero estaba más enamorado de la música. Podía estar horas hablando de ello”, explica Liam. Por eso, cuando vio la oportunidad de unirse como socio a la ‘kamikaze’ empresa de abrir una fábrica de vinilos, Michael no se lo pensó dos veces.
Los recuerdos de los Robinson suenan a discos de David Bowie y Genesis. “El viejo [Michael] y yo, como buenos anglosajones, somos unos apasionados de la música, casi nos gusta más que la cerveza”, reconoce Liam, que gasta complexión de jugador de rugby, pelo rojizo y acento mucho más disimulado que el de su padre. A veces, ambas pasiones iban de la mano: “Nuestra canción favorita para cantar cuando íbamos pedo era Philosopher´s Stone, de Van Morrison”. Para ellos, era un punto de unión, un lugar común donde encontrarse. El primer concierto al que Michael llevó a Liam fue de Supertramp. Luego, vinieron muchos más. “Era una enciclopedia de la música”, recuerda su hijo. Había vivido el Liverpool de 1960, la eclosión de los Beatles. “En sus ratos libres iba a los estudios de grabación. Era muy amigo de Phil Collins, tenía muy buenas relaciones con el mundo de la música”, evoca.
Padre e hijo llevaban un tiempo pensando embarcarse en un proyecto musical. Pero no tenían muy claro qué hacer. Quizá un programa de radio o un podcast. Michael fantaseaba con la idea de una especie de Informe Robinson, su famoso programa deportivo, pero dedicado a la música. Fue entonces cuando entró en escena Eugenio López, un antiguo DJ de 47 años reconvertido a informático, que llevaba casi dos décadas persiguiendo, sin suerte, una máquina de prensado de vinilos.
López creció en una casa repleta de discos. Con menos de 11 años, compró su primer vinilo: Music for the masses, de Depeche Mode. Con el tiempo, su colección fue aumentando. Hoy tiene más de 35.000 álbumes. Pinchó durante un tiempo en la famosa discoteca Pachá y, llegado el momento, decidió dedicarse profesionalmente a la informática, pero nunca abandonó del todo la música. Por esa época se dio cuenta de que el formato empezaba a escasear: “Cada vez se sacaban menos vinilos, salía mucho en CD, ya sólo quedaban tiendas de segunda mano, portales de internet, y dije ‘vamos a ver, yo me tengo que enterar dónde se están fabricando los vinilos aquí’”.
López descubrió que todas las grandes fábricas estaban fuera de España. En Madrid, no se prensaban vinilos desde 1997. Su búsqueda de una prensadora comenzó en 2006, germen de Mad Vinyl Music. Después de una odisea para conseguir la maquinaria necesaria, el largo camino culminó en marzo de 2020. La suya es ahora la tercera fábrica de vinilos con base en España tras Krakatoa Records (Comunidad Valenciana) en 2014 y Press Play Vynil (País Vasco) en 2019.
La complejidad del proyecto y la fuerte inversión económica que requería —sólo la máquina para prensar cuesta en torno a 200.000 euros— hicieron ver a López que necesitaba la ayuda de una mano amiga. Uno de sus socios, Javier López, conocía a los Robinson, y pensó que encajarían en el proyecto. Liam, Michael, Eugenio y Javier quedaron a comer en enero de 2020. Michael se enamoró del proyecto desde el minuto uno. En cambio, a Liam le pareció una locura: “Cuando me dijo Eugenio lo de los vinilos te prometo que dije que si se habían fumado algo muy tocho. ¡Si tenemos Spotify! Pero me empezaron a enseñar los números, al viejo obviamente le encantaba, empezamos a bichear por aquí y por allá y tenía sentido”.
En marzo la idea era ya una realidad. Empezaron diez días antes del confinamiento por la pandemia. “Fue arrancar y que nos confinaran”, recuerda López. Durante ese tiempo avanzaron todo el trabajo posible desde casa. En diciembre, por fin, empezaron a instalarse. “Los vinilos son la última cosa que habría imaginado” comenta Liam, sentado en uno de los sofás de la fábrica, situada en una nave pequeña en un polígono industrial a las afueras de Algete, en Madrid. Mientras habla, a pocos metros un operario trabaja con la prensadora.
De momento, es todo muy familiar. Cinco socios y tres empleados. Si trabajan tres turnos, pueden llegar a fabricar hasta 3.000 discos diarios. Una capacidad de producción que en ocasiones está cerca de verse desbordada por una gran demanda. Ahora mismo están trabajando en 40 pedidos distintos. Las tiradas van desde las 100 unidades hasta las 4.000. “Pensábamos que el vinilo estaba muerto, pero estaba durmiendo”, explica Lucía Cebrián, de 44 años, responsable administrativa. Liam coincide: “Nos dices que esto va a estar como está ahora y no lo creemos. No damos abasto”. Las cifras están de su lado: desde 2013, las ventas de vinilos han aumentado un 778%, según un informe de la Asociación de Productores de Música de España (Promusicae).
Alberto, Jorge y Diego tienen experiencia en este mundillo. Los tres rondan la cuarentena y llevan años detrás del mostrador de tres tiendas de música en Madrid: Escridiscos, Bangla Desh y Big Mamma, respectivamente. Los tres coinciden en que el perfil del comprador ha cambiado en los últimos años. Ahora entra gente mucho más joven. Creen que el vinilo está volviendo porque, como formato físico, es el “más atractivo”. “La mayoría de ventas en físico ahora son de vinilos”, apunta Jorge.
Eugenio López relativiza la fuerza de esta nueva ola. Sí, el vinilo está volviendo, pero todavía está lejos de los números de hace décadas. “En los 80 y los 90 se hacían tiradas de 25.000, 35.000, 100.000 vinilos con una facilidad tremenda. Ahora te encuentras con que las tiradas son de 300 o 500 [unidades]. El CD está cayendo y el vinilo lo ha superado. Pero es que lo ha superado porque ha caído [el CD] hasta un punto que más abajo es muy difícil caer”.
También ha variado la clientela clásica de una fábrica de vinilos. “Yo pensaba que iban a ser sobre todo discográficas, grandes o pequeñas, pero hay muchísimo grupo que autoedita, que hacen tiradas muy cortas, de 100, 200, 300 discos”, comenta López. Aunque ya han empezado también a trabajar con sellos, tanto independientes como majors (Sony, Universal y Warner), él prefiere el contacto directo con bandas pequeñas: “Me gusta mucho esa sensación, un grupo que con su esfuerzo se paga el estudio, el vinilo, hace una tirada muy elegante, con todo muy cuidado. Es muy artesanal, muy bonito”.
Curly Mane es el ejemplo perfecto. Su álbum debut, I Need Rock and Roll, fue el primero en imprimirse en la corta historia de Mad Vinyl Music. Elena, vocalista de la banda, cuenta que han sacado una tirada de 300 vinilos: “Comparado con el CD, se están vendiendo el triple, y no exagero, son números exactos”. Para ella, el renacer del formato está relacionado con su autenticidad y atemporalidad en un mundo cada vez más efímero: “La gente tiene ganas de buscar algo estable, algo con identidad, con personalidad y que sea material”, explica.
Michael Robinson, fallecido el 28 de abril de 2020, no pudo ver el nacimiento de la fábrica. Su idea era iniciar un proyecto de comunicación alrededor de los vinilos y entrevistar a diferentes artistas dentro de las instalaciones. De hecho, López explica que la idea de poner los sofás que ahora están a apenas diez metros de la prensadora fue del inglés. Hoy, una gran foto de Michael preside la sala. Justo en el momento en que se imprimieron los primeros discos de Curly Mane llegaron esa y otras fotos suyas, que están repartidas por toda la nave. “Se me ponen los pelos de punta al recordarlo”, confiesa.
Como los protagonistas del libro Alta Fidelidad, Eugenio López, Liam Robinson y el resto del equipo resisten la inmediatez de la modernidad atrincherados tras una pila de viejos vinilos. Su proyecto todavía no es rentable, pero es más una cuestión de pasión que de beneficios. ”Obviamente no piensas que vas a perder una cantidad de dinero tremenda, pero tampoco que vas a ganar. Es una apuesta personal romántica”, sintetiza López.
El año en que Michael Robinson decidió abrir una fábrica de vinilos, With or without you ya sólo sonaba en las cadenas para nostálgicos y una banda de k-pop surcoreana, BTS, reventaba las listas con su último lanzamiento.