'La Bella Otero' o un personaje que bien se merece unos bailes
Hay en ella algo de los espectáculos musicales que se ven en la Gran Vía, en Broadway o en el West End.
El teatro público no deja de proporcionar sucesos. Es decir, éxitos. El estreno en el Teatro de la Zarzuela de La Bella Otero del Ballet Nacional de España (BNE) —no confundir con la Compañía Nacional de Danza (CND)— congregó a todo el mundo de la danza, sobre todo, de la española. Y es que se anunciaba una buena tarde de baile con acento español, y el anuncio se confirmó de tal forma que el público (del estreno) se entregó al aplauso en cada número.
El acento, por supuesto, lo pone siempre el BNE. Una compañía hecha para la danza clásica española que parte del folclor. Es cierto que el flamenco es lo que más cuenta en el repertorio de esta compañía, pero, como se puede comprobar en este espectáculo no tienen problemas en bailarse unas jotas, aunque estas sean gallegas.
Una compañía que no ha sido ajena a los cambios de la danza, y con ella del baile flamenco, como también se puede comprobar en La Bella Otero. Sobre todo, en ese baile de manos, esa forma de moverlas en el escenario que parecerían de la CND o cualquier otra compañía más contemporánea. También se notan en el baile de Rubén Olmo, el director artístico de la compañía y coreógrafo de esta obra, que en este espectáculo interpreta a Rasputín.
Con estos mimbres, el BNE ofrece un ballet narrativo para contar la historia de Carolina Otero. Una mujer que nació en una aldea de Pontevedra y llegó a tener a los más poderosos hombres de la tierra comiendo en sus manos gracias a la forma que exhibía su cuerpo y su ingenio.
Tal era su atractivo que varios reyes europeos se unieron para organizarle un cumpleaños por todo lo alto en Maxim’s, el mítico restaurante parisino, al menos en aquella época. Un atractivo que fracasó estrepitosamente cuando quiso conquistar al severo moralista Rasputín.
Pues bien, lo que cuenta este ballet es la historia de cómo La Bella Otero llegó, vio y venció en medio mundo procediendo, como procedía, de una pequeña aldea gallega. Algo que si no es fácil para las mujeres en estos días, menos lo era entonces.
Belleza aparte, el ballet da a entender que hubo tres momentos fundamentales para que la Otero se convirtiese en lo que es. El primero, la violación que sufrió en su pueblo ante la mirada perdida de la virgen que salía de romería y la vida distraída de sus paisanos. El segundo, el deseo que despertó en el cura del pueblo que la acogió tras la violación, un deseo por el que quería someterla a su lado. El tercero, el darse cuenta de que, como mujer, era una simple moneda de cambio, un objeto en vez de un sujeto, que se podía vender por un precio, el que puso su amante bandido, el gitano ambulante con el que se escapó para librase del cura.
A partir de ahí, toma las riendas de su vida. Asume el riesgo, se pone un precio, y se entrega al baile como forma de trabajo y fuente de recursos que la harán libre económicamente, al menos. Aunque en aquellos tiempos, la libertad de hacer de una mujer siempre estaba condicionada al hombre que tuviese a su lado. Así que ella los acaba colocando a su lado y mostrándolos para poder ser y vivir a su manera.
La historia de esta celebrity internacional que nació en España la cuenta el BNE bailando. Y bailando muy bien. Componiendo unas escenas y cuadros que se suceden para el beneplácito del público. Un público que no tiene que pensar e interpretar lo que ve, pues se lo dan todo hecho, sin ser un producto digerido y masticado, sin ser una papilla.
Y, si no fuera por la música, lo más flojo de la función, sobre todo cuando hace excursiones a la música pop o electro más cercana a nuestra época y, en cierto modo, en la interpretación que hace la orquesta, sería un espectáculo redondo.
Lleno de grandes números, muy bien vestidos, por cierto. Un vestuario que alcanza su cenit en el traje con que la Bella Otero recibe a los invitados el día de su cumpleaños en Maxim’s, que ríete tú de lo que ahora llaman glamour o lujo. Un traje que sirve para una vestal antes de ser entregada, en este caso, de entregarse a quien ella quiera. Y servirá, posteriormente, para vestir santos. Mejor dicho, para vestir a la virgen del pueblo de la protagonista de la obra.
Llama la atención que una mujer tan lista e inteligente, que sabía ver una buena oportunidad y aprovecharla, cayese en las redes de la ludopatía y no fuese capaz de ver cómo el rigorismo de Rasputín la condenaría para siempre. Y, aquella que todo lo tuvo y a todos tuvo, lo y los perdió en los casinos y en el lance.
Ballet que no condena a su personaje. Más bien lo celebra por todo lo alto. Sin reparar en medios, ni en elenco, o, al menos, eso parece. Con el aspecto de ballet de otro tiempo, hecho con el concepto de las películas musicales de los cincuenta o sesenta, y, al que esto escribe, de forma intuitiva le remite a la película Las zapatillas rojas de Michael Powel y Emeric Pressburger.
Al igual que la película citada, La Bella Otero está hecha para perdurar en cartelera, mientras el público aguante. Por lo pronto debería tener una gira fuera y dentro de España. Permitirle batirse el cobre con las grandes producciones populares que vienen de allá y de acá. Pues hay en ella algo de los espectáculos musicales que se ven en la Gran Vía, en Broadway o en el West End. Algo que apela a lo popular. ¿Y a los entendidos? A los entendidos que les den.