La autoficción ha muerto, ¡viva el teatro inmersivo!
Pedro Almodóvar con su película confesional Dolor y Gloria ha puesto la autoficción en boca de muchos que ahora, hablando de ella, se consideran que están in. Pues bien, se hace saber que la autoficción ha dejado de estar a la última para dar paso al teatro inmersivo. Tendencia que la semana pasada ocupó los Teatros del Canal gracias a Roger Bernat, uno de sus máximos representantes, y su compañía Friendly Face of Fascism (FFF).
¿Qué en que consiste esta tendencia? Consiste en hacer al espectador partícipe de la obra de teatro. Convertirlo en un sujeto activo que tome parte en la acción dramática. Pues, según esta propuesta escénica, el espectador habitual de teatro ya no mira activamente lo que pasa en escena y hay que recuperar ese componente activo que tiene el verbo mirar.
Este presupuesto lleva a estos artistas, en general, y a Roger Bernat, en particular, a plantear espectáculos, que ellos llaman dispositivos, en los que los espectadores tienen que hacer algo, accionar. Desde ser jurado de un juicio que sucede en escena a asumir alguno o todos los papeles de la obra. Desde elegir a qué actriz quiere escuchar a decidir qué pasos bailar o dar. Obras, dispositivos o propuestas hechas para que el espectador se implique, se comprometa con lo que sucede en los espacios teatrales o escénicos en los que ha sido convocado y, también, se someta a las reglas de una ficción, una experiencia, que ha creado un ¿dramaturgo?
El ciclo se ha llamado Fracasos interminables en homenaje a Beckett y su frase fetiche de que lo único que podía hacer como artista era fracasar cada vez mejor. Se podría afirmar sin temor a equivocarse que un público masivo como el madrileño, que tiene acceso cada fin de semana a múltiples y variadas propuestas teatrales, de haber visto las obras o de haber escuchado a los que las vieron estará de acuerdo que son un rotundo fracaso.
Unanimidad que se rompe cuando se habla con los que sí asistieron. Espectadores que se dividen entre los que disfrutan con y gustan de la propuesta y los que ni fú, ni fá, sino todo lo contrario. Un público entre el que había una gran cantidad de profesionales del teatro. Allí estaban todos para ver el juicio que se le hace a Hamlet por la muerte de Polonio en Please, continue (Hamlet). Obra que consiste en un libreto lleno de indicaciones de cómo desarrollar el juicio en el que los roles del juez, el fiscal, el abogado defensor, el secretario del juzgado y el perito son asumidos por personas que ejercen estos puestos en su vida real. Todos ellos se comportan, actúan y juzgan como si esto fuera en serio. Como si el Hamlet de esta obra, al que se presenta como el típico macarrilla y malote de barrio y no como un príncipe, y menos de Dinamarca, se le juzgara de veras. A pesar de que a él, Gertrudis, su madre, y Ofelia, su exnovia, se les identifica como actores.
Los profesionales de los juicios cambian todas las noches, con lo que el resultado del juicio nunca es el mismo. En Madrid Hamlet fue condenado un día, y otro fue considerado inocente. Claro que la noche que salió inocente, Hamlet tuvo como abogado defensor al mediático y bigotudo abogado de los famosos: Marco García Montes, nada que ver con el griego del día anterior. Si alguien se escandaliza de este resultado, hay que recordarle que la mitad de las ciento y muchas veces que se ha representado esta obra en el mundo Hamlet ha salido inocente o absuelto por el jurado popular que se forma eligiendo personas al azar entre los espectadores asistentes.
Numax-Fagor, Plus, otra de las obras que se ha podido ver estos días, es comienza haciéndola una performer que poco a poco va pidiendo al respetable que vayan asumiendo más y más roles de la obra hasta que ella desaparece del escenario y deja a la audiencia interpretando y leyendo lo que le dicen las pantallas. En este caso se representan dos asambleas de trabajadores, separadas 20 años, que pretenden autogestionar sus empresas cuando las cosas van mal para las mismas. Intentando que el público, asumiendo los roles de los trabajadores, se den cuenta de la dificultad que ofrece el mercado con su exigencia de crédito y de marketing para que unos no tan bienintencionados empleados saquen sus empresas adelante. Unos espectadores que acabarán bailando entre copas y botellas de champán, que se aparecen gracias simplemente a nombrarlas, como en el teatro de siempre, y cantando, puño en alto, La internacional. Escuchando la canción y atendiendo a su contenido globalizador. Ah, ¿qué eran las empresas las que quieren globalizarnos? Lean, lean y canten La internacional.
Seguramente, la pieza más compleja y menos sensible, en el sentido de poder ser apreciada por los sentidos, es Nunca se registran conversaciones de interés. En ella se recurre a la técnica del verbatim, de recogida de las conversaciones telefónicas de tres mujeres españolas cuyos maridos eran terroristas musulmanes que dejaron España para inmolarse en Siria. Los tres discursos los reproducen a la vez tres actrices en el escenario pero se emiten por diferentes canales. El espectador, al que se le han dado unos auriculares a la entrada, puede elegir el canal y así el discurso que va a escuchar, incluso puede cambiar de canal y discurso durante la representación. Mientras escucha, se proyectan imágenes de vídeos del DAESH en la pantalla alternando con las imágenes de Las tres hermanas de Chejov que RTVE rodó para Estudio1, su añorado programa de teatro, y con las de La batalla de Argel, película política de Gillo Pontecorvo.
Aunque sin duda el que más entusiasmo ha provocado ha sido La consagración de la primavera, obra en la que los asistentes reciben órdenes a través de unos auriculares para que salga adelante la coreografía que Pina Bausch hizo de esta música. Propuesta que agotó rápidamente las entradas y entre las que había bastantes profesionales de nuevo. Montaje en el que el juego estaba en negociar con la imperfección con la que se movía y bailaba el público asistente. Un público que se entusiasmó y que se quedó a seguir un complejo debate sobre la posición que se debía tener ante un espectáculo y la identidad que nos da a cada uno.
Propuestas de las que surgen preguntas. La más insistente, que no la única, ¿de verdad que los espectadores cuando se sientan en sus butacas son y se comportan como seres pasivos, como las ocas a las que se les abre el pico y se las engorda para hacer paté de foie? ¿Qué separa a estas propuestas tan alternativas de la formación personal que a través de experiencias montan esos templos de difusión del capitalismo que son las escuelas de negocio y las aulas de formación de las empresas? ¿Es posible usar dichas técnicas, de las que se ha apropiado el capitalismo, como en Numax-Fagor, plus para concienciar y activar a un público trabajador que estaba dormido, sedado? ¿No es más expresivo y provoca un mayor experiencia y empatía comprensiva en el espectador el monólogo de Homebody – Kabul de Tony Kushner que los monólogos cruzados de Nunca se registran conversaciones de interés? ¿Para activar y liberar a los espectadores es necesario someter su voluntad dándoles órdenes a través de los auriculares, dictarles lo que tienen qué hacer?
Preguntas y más preguntas, que quedan en el aire y que seguramente se llevará el viento. Ya que partiendo del supuesto teórico de la sociedad del espectáculo, convierte, una vez más, al sujeto, no en un observador, sino en una parte de ese espectáculo. Tan metido en la obra que difícilmente podrá tomar la distancia suficiente para criticarla. Para analizarla. La vivirá como una experiencia más. Como uno de esos paquetes de experiencias que han popularizado los supermercados, las agencias de viaje y las gasolineras, de tal manera que cualquiera puede durante unas horas conducir un Porsche o tener la obligada cena romántica especial y experiencial que exige el cortejo moderno. Experiencias que no llevan al teatro, sino a salir del mismo. A unos, huyendo, a otros, los menos, convertidos en intérpretes de sí mismo, a accionar, actuar, interpretar y experimentar sus propias vidas delante de Instagram. Da igual lo que hagan, en ambos casos el teatro se vacía.