La amenaza neonazi revive en Alemania
Tras un verano de palizas, incendios y hasta el primer asesinato político desde el nazismo, el miedo se hace verdad: "es un peligro muy real"
No es un goteo. No son anécdotas. No son casos aislados. Ojalá fuera así. El aumento de la violencia neonazi y de corte ultraredechista en Alemania es una realidad sólida, tan incómoda como indiscutible. Lo llevaban denunciando años las ONG de ayuda a inmigrantes, los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos y los partidos más progresistas y, ahora, lo constata el Gobierno. “Son un peligro muy real”, ha reconocido el ministro del Interior, Horst Seehofer.
Se trataría de una segunda oleada de violencia de este tipo, tras el pico registrado en 2015 y 2016, justo durante la crisis de refugiados que empezaron a llegar a Europa desde el este y en la que Alemania jugó un papel especialmente acogedor, asistiendo a 890.000 personas, según datos oficiales. Ahora vuelven a la carga.
Los medios locales dan cuenta de episodios que se suceden: palizas a ciudadanos negros o musulmanes, ataques incendiarios y amenazas de bomba y hasta el primer asesinato político tras el nazismo (el de Walter Lübcke, alcalde conservador de Kassel, partidario de la acogida de refugiados, muerto en junio pasado), que han encendido las alarmas de las autoridades locales. A ello se suman constantes manifestaciones de nostálgicos del fascismo que escandalizan a la sociedad. La misma que se pregunta cómo ha permitido que la planta del odio crezca a ojos de todos.
Los datos son contundentes. La Oficina Federal para la Protección de la Constitución (BfV), que es la agencia de inteligencia del Gobierno alemán, indica en su informa anual que hay 24.100 individuos ultraderechistas activos en el país, sobre una población de algo más de 82 millones de personas. No es sólo que piensen ultra, que se vanaglorien de sus símbolos y su historia, sino que la mitad de ellos, 12.700, están dispuestos a emplear la violencia. Asumen las consecuencias de actuar, dice la BfV.
Su perfil es complejo. Menos de la mitad están bien organizados, integrados en organizaciones como el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD) (que las autoridades han intentado ilegalizar, sin éxito, dos veces), Der III Weg (La tercera Vía) o Die Rechte (La Derecha). Los demás, o forman parte de entidades de menor importancia, poco estructuradas, o son más bien solitarios. Aunque no estén bajo un único paraguas, unas siglas, hay intensos lazos entre ellos gracias, especialmente, a las redes sociales, donde ha proliferado la propaganda online y donde la radicalización se acelera como nunca antes, explica Interior.
La Oficina Federal de Investigación Criminal (BKA), por su parte, también ha realizado un informe que indica que el año pasado se contabilizaron 1.156 delitos violentos de “delincuencia con motivación política, de ultraderecha”, lo que supone una subida del 2,3% respecto a 2017. Las víctimas ascendieron a 838 en 2018, las lesiones físicas aumentaron un 4% y los intentos de homicidio fueron 7 (uno consumado). Es la tercera mayor cifra desde que se registran este tipo de ataques, a la que no se llegaba desde la crisis de tres años atrás.
Varias investigaciones como la de la Fundación Amadeo Antonio sostienen que entre 1990 y 2017 al menos 169 alemanes han sido asesinados por miembros de la ultraderecha, aunque las cifras oficiales hablan de la mitad. La dificultad de etiquetar los casos, que en muchas ocasiones se investigan sólo como “venganza personal”, tiene la culpa del baile de cifras.
A por los más vulnerables
Como explica Joachim Schmidt, investigador del neonazismo y colaborador local de Amnistía Internacional, en la diana están “los más vulnerables, como los extranjeros, sobre todo árabes y de raza negra, las personas sin hogar, los homosexuales o cualquier otro miembro de colectivos de minorías sexuales, los colaboradores de ONG y los simpatizantes, militantes o miembros de partidos de izquierdas”, por ese orden. A veces son perseguidos de forma fortuita; a veces, de forma premeditada y planeada.
Pero también caen por sus acciones “los ciudadanos que no reaccionan con el silencio, que no se callan ante un comentario en un bar o un autobús o quienes se enfrentan a una manifestación de radicales en su pueblo”.
En cuanto a bienes, atacan “las mezquitas, las sedes de formaciones políticas o hasta las casas particulares de los mandatarios que se muestran partidarios de la acogida de extranjeros”. La raíz de estas agresiones suele ser “racista, claramente”: en 2018, se contabilizaron, explica, 688 ataques a inmigrantes, de los que 366 resultaron heridos de diversa consideración. Y es variado el origen de los ataques: constata que igual provienen de grupos organizados que de un chaval amargado, que ha caído en la “ideología del odio”. “Unos van de uniforme y desfilan en el Primero de Mayo, y otros parecen estudiantes y se enfundan el pasamontañas en el último momento”, resume.
Pese a esa diversidad, Schmidt sostiene que hay “elementos en común” y “pistas” para seguirles, que a su entender y el de organizaciones como AI no han sido seguidas con diligencia por las distintas administraciones. Por ejemplo, uno de los grupos más temidos es el llamado Combat 18 (el número proviene del orden en el alfabeto de las iniciales de Adolf Hitler, su máximo ídolo), que se exhibe en redes sociales sin demasiada brida. Con él coqueteaba a las claras el hombre que disparó a la cabeza del alcalde de Kassel, Stephan E. Alemania se escandalizó al saber que estaba en contacto con esta sección, vinculada a la mítica Blood & Honour, que estaba fichado por la Policía de Hessen desde que en 1993 lanzó un explosivo contra un albergue de asilados, que estaba catalogado en los archivos policiales como un “extremista violento”, afín a la escena neonazi, y que era un asiduo a las marchas nacionalsocialistas de su zona. ”¿Nada de esto lo hacía sospechoso, nadie previó lo que podía pasar?”, se cuestiona el experto.
Los medios de comunicación se han visto obligados en estos meses a abrir un intenso debate interno sobre la gestión de sus comentarios y redes, sabedores de que han ido dando campo libre a los radicales, sin denunciarlos ni frenarlos. Un debate que se extiende a toda la sociedad. ”¿Denunciamos al vecino, al hermano, al colega de trabajo?¿Nos escandalizamos al escuchar según qué cosas? Hemos corrido demasiados velos y esta es la consecuencia. Ignoramos la evidencia, que es el odio racista y la discriminación, que es el primer paso hacia la violencia”, concluye Schmidt.
Un perfil variado
Interior no quiere señalar a ningún culpable concreto y se limita a prometer que dotará de “más fuerza” al Estado de derecho y aumentará “la seguridad de todos”, en palabras de Seehofer. Los ultraderechistas -que son mayoritariamente varones- proceden de entornos muy dispares. Lo mismo reclutan a adolescentes de zonas deprimidas con cero conocimiento de historia que a trabajadores de cuello blanco con estudios, desencantados con el devenir de su nación. Pescan en la universidad y en la cola del paro, entre los hinchas del fútbol y entre los aficionados a las artes marciales. Y, claro, también en los partidos políticos.
Es especialmente destacado el ascenso de la formación Alternativa Para Alemania (AfD), a quien no pocos señalan directamente como culpables de este rebrote. En las elecciones federales de 2017, consiguió entrar en el Bundestag con más del 13% de los votos y más de 90 escaños, superando los pronósticos de los sondeos electorales. El pasado septiembre, triplicó sus resultados en Sajonia y los duplicó en Brandeburgo, en las elecciones regionales. Ha logrado llevar el fascismo de vuelta a las instituciones, legitimando esta ideología de rechazo. Por ahora no toca poder porque conscientes del peligro, el resto de formaciones están sumando esfuerzos, incluso entre adversarios históricos, para que así sea.
Pero su eco en la calle es notable. No hay más que ver lo masivas de sus concentraciones. Como denuncia a la Deutsche Welle Mathias Quent, director del Instituto para la Democracia y la Sociedad Civil, AfD tiene una “función legitimadora para los autores de actos de violencia” y por eso necesita “vigilancia”.
De cualquier sigla, de cualquier origen, los neonazis y ultraderechistas “son un peligro muy real”, insiste el Gobierno de Angela Merkel. Otro más que vigilar, al nivel de los seguimientos que ya se hacen a los islamistas o a los antisemitas, las grandes pesadillas, hasta ahora, en el país. Los fantasmas viejos regresan. Toca atajarlos.