La 'agenda queer' no existe, es el miedo a la diversidad
Desde un tiempo a esta parte, el feminismo cultural y la extrema derecha han acuñado un nuevo término.
El lenguaje configura los parámetros con los que interpretamos nuestro universo, nuestra realidad. Cuando pretendemos deformar o reformar la realidad, el lenguaje se convierte entonces en la principal herramienta para dicha empresa: el lenguaje penetra en nuestro proceder, modela nuestras atribuciones, limita o expande nuestras expectativas.
Desde un tiempo a esta parte, el feminismo cultural y la extrema derecha han acuñado un nuevo término: agenda queer. Un término que recuerda a la infamia de ‘ideología de género’: el primero pretende señalar al colectivo LGTBI (y no solo) como enemigo del feminismo, el segundo pretende señalar la lucha feminista como perniciosa para la sociedad. Ambos términos pretenden presentarnos una realidad quimérica y problemática que debemos combatir; por eso se hace necesario señalar estos intentos de deformación de la realidad como falaces y peligrosos para los cuerpos y las vidas de las personas a las que señala.
¿Pero existe eso de la agenda queer? Quien refiere esa supuesta agenda presume que el lobby queer está infiltrado en todos los organismos de la gobernanza internacional. Por ejemplo, la filósofa argentina María José Binetti (2021) indica que ‘la generosa financiación filantrópica de enormes corporaciones como Open Society Foundation, Arcus Foundation, Bill y Melinda Gates Foundation, Ford Foundation, Rockefeller Foudation, Children’s Investment Fund Foundation, etc., fluye hacia agencias de la ONU a través de planes o acciones específicos como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), ONUSIDA, UNESCO y ONU-Mujeres, todos ellos promotores de la agenda queer. Estos intentos de teoría de la conspiración los podemos ver también cuando la ultraderecha habla de los fondos que recibe la lucha contra la violencia de género. Lo preocupante de estas aseveraciones no es tanto el argumento delirante de ‘lo queer gobierna el mundo’ como el empleo del término agenda queer, que homogeniza y contribuye a la deshumanización de determinados grupos humanos.
Para el feminismo cultural, la supuesta agenda queer defiende los siguientes postulados, sin matices y en bloque: trabajo sexual, gestación por sustitución, pornografía, identidades trans. La fascinación que tienen los dogmas por asumir que los de enfrente defienden otro dogma nunca dejará de sorprenderme. Conozco a personas que defienden la despenalización del trabajo sexual pero no apoyan la gestación por sustitución —y al contrario—; conozco a personas con diferentes puntos de vista sobre la hormonación en —menores— trans, y conozco a personas con diferentes enfoques sobre pornografía, BDSM y tantas otras cosas. Y todas ellas entrarían dentro del paraguas de personas queer —que diría el feminismo cultural—.
Agenda queer es un intento —poco elaborado— de señalar los cuerpos y las vidas de las personas LGTBI (y no solo) como enemigas del feminismo. El primer paso para deshumanizar esas vidas es insinuar que tienen un plan, una agenda oculta con la que pretenden reforzar, en este caso, al patriarcado. Teorías de la conspiración aparte, ¿alguien nota como la historia de la infamia a lo largo de los tiempos utiliza idénticas herramientas? Señalar como sospechosos y enemigos de ‘lo ético’ a uno —o varios— grupos humanos, homogeneizando su pensamiento o los repetidos intentos de ridiculización —¿nos acordamos de la frase de Alicia Miyares de “digo que las mujeres trans son tíos porque son tíos” y las risas subsiguientes en la Escuela Rosario Acuña?— son estrategias que la historia de la infamia aplica con diligencia para finalmente, ejercer sobre esos grupos violencia verbal y/o física explícita.
En cualquier caso, los intentos de introducir en el imaginario colectivo lo de agenda queer, además de tener por objetivo el señalamiento del colectivo LGTBI como enemigo del feminismo, tienen otro objetivo: apropiarse de la agenda feminista. Por eso, creo oportuno diferenciar entre ‘agenda feminista’ y ‘agenda del feminismo cultural’: la primera busca generar espacios de seguridad donde podamos encontrarnos todas, la segunda busca señalar la discrepancia como enemiga del feminismo. Lo que debería preocuparle al feminismo cultural es por qué lleva compartiendo agenda estratégica con la extrema derecha desde los años 70 del pasado siglo XX: recordemos las Sex Wars y cómo se tejieron alianzas entre feministas culturales y el partido republicano norteamericano para ir contra la pornografía, alianza que después fue utilizada por la derecha para volver más agresiva su campaña anti-aborto. Recordemos cómo ahora Giorgia Meloni defiende lo mismo que Amelia Valcárcel sobre las personas trans, o cómo Salvini o Macarena Olona defienden las mismas tesis sobre gestación por sustitución que Alicia Miyares.
A veces, el feminismo cultural señala lo queer como un invento neoliberal que sirve a los intereses del patriarcado, otras veces dicen que lo queer es una identidad, otras que el queerismo es una ideología contraria al feminismo. No consiguen acertar en su diagnóstico: a veces es identidad, otras es ideología, otras es una pata accesoria del patriarcado, otras es el elemento que más desestabiliza la lucha feminista. Múltiples intentos para opacar el verdadero diagnóstico: les molesta el disenso, los cuerpos no normativos, las vidas que no encajan en su cosmovisión de ‘lo-que-debería-ser-el-sexo’. Y pretenden imponer esa ‘agenda del feminismo cultural’ utilizando las herramientas del amo: la violencia, el señalamiento y la ridiculización.
Lo peor es que sus teorizaciones y conspiraciones tienen repercusión directa sobre los cuerpos y las vidas de las personas. La pinza entre la extrema derecha y el feminismo cultural empieza a ser asfixiante para todas, más allá del colectivo LGTBI. El marco teórico que proponen es tan estrecho y violento que cada vez cabe menos gente. Y parece que han encontrado un chivo expiatorio perfecto para seguir en este camino de señalamiento: el queerismo —aunque nadie sepa exactamente qué es eso—.
No me cansaré de repetir que todas las vidas importan y que las estrategias de señalamiento, ridiculización y censura en los debates no son estrategias feministas, más bien al contrario, son las herramientas clásicas que el androcentrismo ha utilizado para reforzarse a lo largo de la historia. Si para defender tus posiciones necesitas aplastar las vidas de otras y tus alianzas se tejen con la extrema derecha, revisa tu marco teórico.
A modo de conclusión, algunas píldoras sobre epistemología popular: Los Reyes (o Santa Claus) no existen, son los padres; la ideología de género no existe, es la ultraderecha y la ‘agenda queer’ no existe, es el miedo a la diversidad.