La adicción al sexo, el trastorno hipersexual y la controversia en el diagnóstico
A veces se convierte en un mecanismo de evitación o compensación de malestar psicológico...
El término adicción al sexo ha cobrado especial relevancia en el año en el que Kevin Spacey y Harvey Weinstein han sido destronados e internados en la famosa clínica de Arizona (EEUU) llamada The Meadows. La clínica ofrece un programa terapéutico para adictos al sexo, conocido como ‘Gentle Path’ (‘el camino amable’-, en el que sus pacientes hacen terapia a través de actividades muy caras y muy artísticas.
Han surgido muchas voces escépticas y corremos el riesgo de asociar acoso a adicción, de patologizar un asunto puramente ético o moral. Al fin y al cabo, la existencia o no de la adicción al sexo depende en gran medida de que consideremos adicción, y no existe un consenso unánime en cuanto a su definición.
En la actualidad, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Americana de Psiquiatras (APA) difieren en otorgar entidad clínica al comportamiento sexual compulsivo.
En la tradición psicoanalítica el peso del sexo ha sido sobredimensionado, y ya el hipersexual Freud hablaba de la masturbación como la “adicción primordial” desde la cual se derivaban todos los trastornos adictivos. Ya con una perspectiva más contemporánea y con los términos satiriasis y ninfomanía en desuso, el término “adicción sexual” fue incluido por la APA en el Manual Diagnóstico DSM-III en 1980. Sin embargo, fue eliminado en la siguiente versión de 1994. Desde entonces y en las sucesivas revisiones del DSM se ha valorado su inclusión sin éxito. El principal argumento para rechazar la entidad diagnóstica del comportamiento sexual compulsivo se relacionaba con la ausencia de síndrome de privación. Es decir, mientras que en las adicciones a sustancias existe una dependencia fisiológica, en el caso del sexo, su ausencia no produce el famoso “mono”.
En la última versión, el DSM-V, se incluye una nueva categoría dentro del área de comportamientos adictivos bajo el nombre “Trastornos no relacionados a sustancias”. Dentro de ésta se contempla la ludopatía como única patología aprobada bajo un nuevo epígrafe: “Trastorno por juego de apuestas”. Fuera del Manual han quedado la adicción a los videojuegos o a internet, y el llamado “Trastorno hipersexual” (THS).
Los argumentos esgrimidos en esta ocasión refieren la falta de investigación, las consideraciones éticas y legales, y el peligro de la excesiva patologización de conductas a priori “normales”. Se trata de un asunto peliagudo. Cuantificar o categorizar las relaciones sexuales en parámetros patológicos o saludables podría implicar un juicio moral ajeno a lo necesariamente clínico. Al fin y al cabo, ¿cuántas relaciones sexuales debemos tener para ser considerados adictos al sexo? O, ¿qué tipo de prácticas pueden ser incluidas en un patrón de conducta adictivo? A pesar de que el DSM-V ha desestimado la entidad diagnóstica del THS, los pacientes siguen acudiendo a terapia por el malestar y deterioro social provocado por un comportamiento sexual exacerbado y compulsivo.
Recientemente, en junio de 2018, la OMS agrega el comportamiento sexual compulsivo -comúnmente llamado adicción sexual- a su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11). La CIE-11 define el desorden comportamiento sexual compulsivo como “un patrón persistente de falla para controlar los deseos sexuales o impulsos sexuales intensos y repetitivos que resultan en un comportamiento sexual repetitivo”.
Las principales investigaciones señalan una prevalencia de cerca del 6% de la población, afectando principalmente a hombres. Son estimaciones que resultan cuanto menos alarmantes. Algunos autores defienden que existen algunos rasgos de personalidad que hacen a la persona más vulnerable a la adicción, como es el caso de la impulsividad, la búsqueda de sensaciones o los rasgos obsesivos. Asimismo, otros autores proponen que el THS pudiera ser bien una variante del TOC, o bien una respuesta a la sensación de vacío propia de un trastorno de personalidad o de tipo afectivo.
A menudo se vincula el comportamiento sexual exacerbado con el trauma sexual en infancia o adolescencia. Se trata de un asunto complejo, es cierto que encontramos muchos casos en los que el paciente relata experiencias de abuso o un inicio precoz en su vida sexual. Lo cual no debe hacernos caer en una explicación reduccionista en la que magnifiquemos el peso de la vivencia sexual traumática. Al igual que en otros trastornos, la casuística estaría entreverada en factores de tipo biológicos y otros ambientales o vivenciales, que llevarían a configurar una serie de rasgos de personalidad, una tendencia al pensamiento obsesivo o la propia conducta compulsiva manifestada en el sexo.
En la práctica clínica encontramos muchas similitudes entre el TOC y el THS. Las obsesiones y compulsiones de índole sexual presentan un patrón claro de reducción del estado ansioso relativo al impulso sexual. En estos casos el sexo constituye obsesiones y rituales semejantes a los que encontramos en otros tipos de TOC. El paciente experimenta la práctica sexual como algo obligatorio o como un mecanismo reductor del malestar psicológico. La obsesión sexual se relacionaría con la presencia de pensamientos o fantasías sexuales de tipo intrusivo que serían compensados con un comportamiento sexual compulsivo.
El sexo se convierte en un objeto de consumo, la frecuencia es diaria, las relaciones son rápidas y a menudo poco satisfactorias, generalmente con personas desconocidas y con escasa interacción social o afectiva. Lo sexual se disocia de lo afectivo, lo cual no es necesariamente negativo, salvo en el caso de que la persona acabe sintiéndose inhabilitada para interactuar con el otro más allá de la práctica sexual. La percepción de riesgo disminuye y son habituales las relaciones sin protección. El comportamiento sexual se empobrece, adquiriendo un patrón estereotipado. Dependiendo del caso y la orientación sexual, es común que se reduzca bien al sexo oral, a la masturbación o bien a la penetración.
Al igual que en otras conductas compulsivas, como el juego o las compras, el papel de internet y las aplicaciones móviles es especialmente relevante en el patrón de consumo. Las formas más comunes de búsqueda de sexo serían los clubs o locales de sexo, zonas de cruising o la prostitución. En muchos casos y en términos funcionales, es el gran tiempo dedicado a la búsqueda de sexo lo que produce un mayor impacto en el individuo. En otros es de tipo económico, ya que la persona acaba destinando gran parte de sus recursos al pago de profesionales del sexo.
El THS puede generar un alto grado de sufrimiento y autodestrucción. Para las personas con THS, el sexo generalmente es un asunto privado o incluso vergonzante, que lleva a dificultar las relaciones afectivas e incidir negativamente en la vida familiar, profesional y social del paciente. En los casos más severos, la adicción conlleva una doble vida con intensos sentimientos de soledad y culpa.
El sexo compone una forma rápida de compensación de ansiedad o sensación de vacío. Además del placer intenso e inmediato obtenido, se obtiene la aprobación, validación o simplemente atención del otro. El sexo, independientemente del género u orientación, se convierte en un mecanismo de evitación o compensación de malestar psicológico. Funciona en el corto plazo ya que, durante la búsqueda o la propia práctica sexual, la persona se olvida de si misma. Sin embargo, en el medio plazo produce más vacío, culpa o aislamiento, y consiguientemente un mayor malestar, que será compensado con más sexo. En este ciclo se basa adicción.
Es un hecho que el comportamiento sexual puede tener un perfil adictivo, sin embargo, éste puede ser un elemento secundario de otro problema subyacente, ya sea un trastorno afectivo, de personalidad o un trastorno obsesivo. Con o sin entidad clínica, las personas con un comportamiento sexual compulsivo precisan atención psicológica especializada e integral.