Kurt Luedtke: El talento impronunciable
Sorprende el volumen de cintas que triunfan de las que poco o nada se sabe de quienes las escribieron, como si su labor se diluyese.
Existen guionistas conocidos y otros que lo son menos, qué duda cabe. También películas que gustan y otras que disgustan, no hay mucho que hacer al respecto. Pero sorprende el volumen de cintas que triunfan de las que poco o nada se sabe de quienes las escribieron, como si su labor se diluyese y de ella solo quedara una huella exhalada.
Kurt Luedtke era uno de esos guionistas cuyo nombre no solo no se recuerda, sino que ni tan siquiera se sabe bien cómo pronunciarlo. Aunque en vida tuvo éxito y el suyo no fue un apellido complicado, sus cuatro consonantes seguidas no ayudaron a su memorización.
Su labor de guionista, como la de muchos otros escritores, comenzó en una redacción, y esto le imprimió un carácter rápido y sensacionalmente realista a su escritura. De hecho, estando al cargo del Detroit Free Press, los miembros de su redacción llegaron a obtener el premio Pulitzer por la cobertura de los conflictos sociales que acontecieron en esta gran ciudad del estado de Michigan.
Todo ese bagaje periodístico pudo ponerlo en práctica a las órdenes de un grande de la dirección, Sydney Pollack, quien le ofreció la posibilidad de adentrarse en el mundo del cine por la puerta grande.
Luedtke, por supuesto, aceptó el reto y se entregó a la elaboración de una historia humana con espíritu de thriller noir. No fue, como muchos creen, Memorias de África su primera incursión en el cine, pese a que, efectivamente, fue su aportación más célebre. Su primera película fue Ausencia de malicia (1981) un drama de garra periodística y factura impecable protagonizado por Paul Newman y Sally Field.
El argumento es periodismo en estado puro y eso ya se percibe desde el primer fotograma. Su tag line no lo es menos: “En América, ¿puede un hombre ser culpable hasta que pruebe su inocencia?”. Así comienza Ausencia de malicia.
Michael Gallagher (Paul Newman) es hijo de un criminal fallecido, cuyo ejercicio ‘profesional’ incluía turbios asuntos de contrabando. Michael se dedica a la exportación de licor, algo que no convence plenamente al fiscal del distrito, Elliot Rosen (Bob Balaban) quien piensa que Gallagher es, como su padre, un delincuente de primer orden. Por ello conduce maquinalmente a una periodista, Megan Carter (Sally Field), a escribir un artículo en el que, de forma explícita, Gallagher queda en el lugar que el fiscal espera.
La noticia no se hace esperar. Gallagher se persona en la redacción pidiendo que la reportera rectifique su artículo, algo que Megan no está dispuesta a consentir. A este primer encuentro le sigue una particular relación sentimental, convertida en auténtico tira y afloja de romance versus periodismo. Megan se siente atraída por Michael, pero su interés por descubrir la verdad que se esconde tras la noticia la lleva a olvidar su ética. Cuando publica una información confidencial involucrando a una de las mejores amigas de Michael (Melinda Dillon) y provoca su suicidio, la relación llega a su fin.
Consciente de que el cerco se sitúa sobre él, a Michael no le quedará más remedio que valerse de tu astucia para demostrar su inocencia.
Ausencia de malicia es una clase magistral de ética periodística, una película en la que hay frases icónicas en las que Luedtke despliega todo su background reporteril: “Sé cómo decir la verdad, y sé cómo no hacer daño a la gente, lo que no sé es cómo hacer ambas cosas al mismo tiempo”. Su enfoque, su excelente interpretación y, cómo no, su guion espléndido han hecho de ella una cinta de primera magnitud, a pesar de que la importancia radical de Memorias de África (1985) -ganadora de siete Oscar- y su parecido extraordinario con Todos los hombres del presidente (1976, Alan J. Pakula) la eclipsaran a lo largo de los años.
Con todo, Ausencia de malicia ganó el Premio del Sindicato de Guionistas de Estados Unidos, fue nominada al Oscar al Mejor guion, al Mejor actor (Newman) y a la Mejor actriz de reparto (Dillon), e incluso obtuvo una Mención de Honor en la Berlinale, haciendo de Luedtke un guionista solvente. Pese a ello, tras el éxito cosechado con su posterior guion, Memorias de África, Luedtke no volvería a trabajar en el cine. Es más, aunque fue propuesto para escribir Los puentes de Madison, el proyecto recayó en el también oscarizado Richard LaGravenese.
De este modo, Luedtke solo escribiría un guion más, el tercero y último, también para Sydney Pollack, Caprichos del destino (1999), un lúcido retrato de la infidelidad y de los vericuetos de los que se vale el azar para guiar nuestra existencia a su antojo.
Ahora que Kurt Luedtke se ha ido, no estaría mal poder revisar su obra y comprobar cómo a veces los nombres impronunciables son, precisamente, aquellos que debemos recordar.