La Justicia llega tarde para Floyd, para otros ni siquiera llegó
EEUU lleva años arrastrando el racismo y la violencia policial, herencia de un país esclavista hasta hace poco más de siglo y medio.
La presión de la rodilla de Derek Chauvin sobre el cuello de George Floyd durante 9 minutos lo mató. A Chauvin le ha costado una condena a varios años de cárcel por asesinato. A Estados Unidos -y por qué no, a medio mundo- le costó su imagen de territorio democrático e igualitario. A Donald Trump, varios puñados de votos. A Floyd le costó la vida.
Casi un año después de su muerte se ha hecho Justicia y el jurado ha declarado al exagente de policía que mató a Floyd culpable. Culpable de asesinato involuntario en segundo grado, penado con hasta 40 años de cárcel; asesinato en tercer grado, con una condena máxima de 25 años, y homicidio involuntario en segundo grado, que acarrea hasta 10 años de privación de libertad.
La Justicia estadounidense ha levantado este martes esa pesada rodilla que caía como una losa sobre la comunidad negra de EEUU, que lleva años arrastrando el racismo y la violencia policial, herencia de un país esclavista hasta hace poco más de siglo y medio. Décadas y décadas jugándose literalmente la vida para reclamar que las vidas negras importan.
Este martes, como no podía ser de otra manera después de las esclarecedoras imágenes del vídeo en el que Floyd pide ayuda y grita que no puede respirar, se ha hecho Justicia en un país donde el racismo es otra pandemia contra la que ni siquiera la administración Obama pudo luchar. Una Justicia que llega tarde para Floyd, pero marca un hito, porque para muchos otros ni siquiera llegó.
En 1955, Emmett Till, de 14 años, fue brutalmente apaleado y posteriormente asesinado de un tiro en Mississipi. Los asesinos -dos hombres blancos- le arrojaron al río Las autoridades encontraron el cuerpo del adolescente días después. Los autores del crimen fueron absueltos por un jurado de 12 personas, todas ellas blancas. Años después confesaron haber cometido el crimen, pero las leyes estadounidenses impedían juzgar dos veces a una persona por un mismo delito.
En 2012, Trayvon Martin de 17 años, fue asesinado por un ciudadano blanco en Florida. El juzgado consideró que no había pruebas suficientes para afirmar que el asesino hubiese violado los Derechos Civiles de Martin.
En 2014, el joven Michael Brown, de 18 años, recibía un tiro de un policía blanco, Darren Wilson, en Misouri. Wilson quedó en libertad sin cargos, aunque renunció al departamento de la policía de Ferguson.
Son solo tres de los miles de casos que pone frente al espejo a un país que todavía tiene un largo camino que recorrer. La liberación de los esclavos negros fue proclamada por Lincoln en 1863, pero no es lo mismo abolir la esclavitud que acabar con el racismo. Un racismo que sólo esta semana ha provocado en el país la agresión de un médico militar y se ha cobrado la vida de otros dos jóvenes negros, en Minneapolis y Ohio.
No. George Floyd no ha sido ni el primer ni el último negro en morir a manos de un racista en Estados Unidos. Pero, al menos, esta vez la justicia llegó. Tarde. Pero llegó.