José Mari Calleja, la resistencia frente a ETA
Este artículo es un extracto del libro 'Compañero del metal' (Editorial Catarata), un homenaje al histórico periodista recientemente fallecido por coronavirus.
El pasado mes de febrero tuve la oportunidad de asistir a la presentación en Madrid del documental Lagun y la resistencia frente a ETA. Aquella noche coincidí allí con un nutrido grupo de periodistas, entre los que estaba José María Calleja, que querían respaldar la presentación del documental dirigido por Belén Verdugo, un exponente más de la memoria pública, del relato que pretende poner en valor a los hombres y las mujeres que, sin buscarlo ni quererlo, plantaron cara a una violencia que fracturó la sociedad vasca. Entre esos hombres y mujeres que, por convicción y compromiso personal, se enfrentaron a los violentos, siempre estuvo José Mari Calleja. Entonces no podía imaginar que sería la última vez que me encontraría con José Mari, y por partida doble; primero en la pantalla, aportando su testimonio sobre la violencia ejercida contra la emblemática librería por el entorno de ETA, después en persona, al finalizar la proyección del documental.
Fueron muchas las ocasiones en que se pronunció José Mari sobre cómo vivimos aquellos años, en los que el simple hecho de visitar una librería de San Sebastián suponía que los violentos te señalaran, te pusieran en la diana, y todos sabemos lo que eso implicaba. Y es significativo, y una muestra más de la sinrazón de los violentos, que pusieran el foco en una librería que se había destacado por contar con abundante bibliografía crítica con la dictadura franquista, y ahora lo hacía, y por las mismas razones, contra quienes, con el pretexto de luchar contra aquella, trataron de imponer por la fuerza otra dictadura excluyente, que solo trajo una inmensa injusticia y dolor.
José Mari se posicionó contra ambas. Desde su época de estudiante mostró su compromiso en la defensa de las libertades democráticas bajo la dictadura franquista. En las aulas de la Universidad de Valladolid y en las calles se adhirió a las movilizaciones estudiantiles que marcaron el fin del régimen. Su compromiso con las libertades le llevaría a sufrir la persecución y a ser condenado por el TOP.
En la década de 1980 se trasladó a vivir y trabajar en el País Vasco, destacando en su dedicación al periodismo. La colaboración con diversos periódicos le llevó a cubrir informativamente los atentados de la banda terrorista ETA. José Mari asistió en primera línea a la ceremonia del dolor y la sinrazón de esas muertes, y acompañó a las víctimas y a sus familiares en los funerales que el ambiente asfixiante obligaba a celebrar casi clandestinamente.
La libertad estaba ahora amenazada en el País Vasco y José Mari siempre dio un paso al frente desde el primer momento en el combate al terrorismo, eligiendo estar del lado de las víctimas de aquella barbarie, interesándose por las familias “invisibles” en aquel entorno en el que no se las reconocía. Aquella injusticia le sensibilizó para siempre con las víctimas y sus familiares, con quienes asumió un compromiso personal que mantuvo hasta el final de sus días.
Desde las tribunas informativas de la televisión vasca, en los informativos destacó José Mari por dejar de lado ese estilo equidistante y lleno de eufemismos tan habitual hasta entonces cuando se informaba sobre terrorismo. Todos somos conscientes de la importancia del lenguaje, entonces y ahora; esa es una lección más que nos dejó José Mari.
Su compromiso con la verdad y con la causa de la libertad le llevó a denunciar de forma rotunda los actos de la barbarie. También en los periódicos de referencia en Euskadi las columnas de opinión que escribía ahondaban en esta actitud de valor cívico y coraje personal. La pantalla y el papel impreso lanzaban un mismo mensaje que resonaba en la conciencia de la sociedad vasca: rechazo frontal del terror y cercanía con los que sufrían cotidianamente el rechazo, la amenaza y los desastres de la sinrazón. José Mari se fue convirtiendo en un símbolo, y asumió con dignidad el coste personal y profesional que acompañaba al expresarse, por entonces, con libertad en el País Vasco.
Pronto comenzaron a aparecer las primeras amenazas de Jarrai contra Calleja, y en 1996, tras el asesinato de Gregorio Ordoñez, decidió como tantos otros abandonar el País Vasco y comenzar una nueva etapa en Madrid, donde continuó viviendo escoltado.
La defensa de las libertades, la denuncia de los abusos, las amenazas y la violencia, y el apoyo a las víctimas continuaron siendo el eje de su trayectoria profesional, y ese criterio personal y único lo mantuvo siempre en cada una de sus publicaciones.
En 1997 publicó Contra la barbarie. Un alegato a favor de las víctimas de ETA, uno de los primeros libros que daba visibilidad a las víctimas, y con el que inauguraba una serie de trabajos en los que se interesaba por los familiares y amigos de cada víctima mortal, así como por los heridos y amenazados.
En La diáspora vasca. Historia de los vascos condenados a irse de Euskadi por culpa del terrorismo de ETA, visibilizó el fenómeno de los amenazados, y con la publicación de Algo habrá hecho. Odio, muerte y miedo en Euskadi puso negro sobre blanco la injusticia de “cargar la culpa” sobre la víctima y la complicidad de la sociedad con los violentos.
También publicó obras sobre otras formas de opresión, se interesó por los problemas de las víctimas de la inmigración, de manera muy especial sobre las víctimas de la violencia de género. El compromiso del periodista con la denuncia social de estas lacras y cómo comunicar sobre las distintas violencias fueron materias a cuya docencia se dedicó como profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III de Madrid.
Con esta actividad se ganó el respeto y admiración de tantos alumnos que, tras su fallecimiento, se acercaron a una librería madrileña en la que pudieron adquirir por un módico precio gran parte de su biblioteca personal, más de 1.500 libros, que fue donada por su familia y que permitió a muchos alumnos y admiradores guardar un recuerdo de José Mari. Esta “peregrinación” a la librería, en unas circunstancias tan atípicas como las nos ha tocado vivir en estos últimos meses, ha sido un homenaje discreto, lleno de cariño a su memoria.
El 4 de marzo de 2020 presentó su último libro, Lo bueno de España, y poco antes de cumplir sesenta y cinco años, la infección por coronavirus le impidió cumplir su sueño de trasladarse a vivir a Cádiz para dedicarse a escribir novelas y memorias. En su último artículo, publicado el 21 de abril, ya afectado por la fiebre, recordaba que “la soledad sonora de la calle le añade un punto de bajón al encierro, que solo se estimula a las ocho de cada día, cuando salimos a aplaudir a los sanitarios y también nos damos energía a nosotros mismos. En esa especie de ejercicio de solidaridad que tiene también bastante de terapia de grupo: compartir una misma idea con gente a la que no conocías al principio, pero que ya sientes que son tus colegas de quedada”. Siempre solidario, hasta el final mantuvo esa necesidad de “compartir con la gente”. Si yo tuviera que destacar algún rasgo de José Mari seguramente sería ese, la empatía que demostraba con los demás, y en particular, con aquellos que en un momento dado podían sentirse más desprotegidos u olvidados.
Una de las primeras intervenciones de Calleja en el documental sobre la librería donostiarra decía: “Lagun es el símbolo de la lucha contra la dictadura de Franco y la dictadura de ETA”. Él luchó contra ambas y estuvo al lado de las víctimas; no era una cuestión de ideología, sino una actitud vital: quiso siempre situarse con los defensores de la libertad, frente a los excluyentes y a los violentos.
También advirtió: “‘Algo habrá hecho’ es una frase ruin que descarga la culpa del asesino en el asesinado”. Siempre solidario, siempre valiente, siempre directo, sin paños calientes, fue de los primeros en acompañar a las víctimas y en llamar dictadura a lo que nos quiso imponer ETA, en llamar pistoleros a los “activistas”, crímenes a los “atentados” y asesinados a los “muertos”.
José Mari, nos has dejado un legado, y somos muchos, la inmensa mayoría, los que queremos caminar por esa misma senda, la de llamar a las cosas por su nombre, la de testificar con nuestro relato lo que hemos vivido y lo que hemos sufrido (muchos de nosotros en primera persona) durante tantos años, especialmente en el País Vasco pero también en el resto de España, para que las próximas generaciones sean conscientes de que, si hemos conseguido derrotar al terrorismo, ha sido en gran medida gracias al compromiso personal y a la valentía demostrada por hombres y mujeres como tú, que conseguisteis movilizar a buena parte de la sociedad frente a la sinrazón y la barbarie terrorista.
Hasta siempre, José Mari. Descansa en paz.