José Guirao, el ministro de la concordia, la templanza y el rigor
Se ha ido hoy un hombre tranquilo, un político que sacaba su mejor sonrisa cuando se le preguntaba por el plazo para cumplir algunas de las normas que se aprobaban.
Se ha ido “Pepe”, José Guirao, ese ministro de Cultura y Deporte que tras diecinueve meses al frente de esta cartera dejó en el sector cultural la sensación de que la concordia era posible, porque sus mayores herramientas para el diálogo y la negociación siempre fueron el sosiego, la templanza y el rigor.
Aunque su paso por el ministerio fue corto, diecinueve meses, 9 de ellos en funciones, Guirao (Pulpí, Almería, 1959), su llegada al cargo, un 13 de junio de 2018 tras la rápida salida de Máximo Huerta, ya venía ampliamente respaldada por el mundo de la cultura porque no se trataba de un paracaidista, sino de un conocedor en profundidad de la materia.
Lo era porque este almeriense con alma de jardinero —como así lo dejaba claro en conversaciones privadas donde hablaba de los árboles que tenía en la casa en Extremadura donde pasaba temporadas de descanso— tenía tras de sí una carrera en la que destacaba la dirección del Museo Reina Sofía entre 1994 y 2000, años en los que la institución adquirió dos Picassos y amplió su colección con obras de Juan Gris y Joan Miró.
Entre 2001 y 2013 también estuvo al frente de La Casa Encendida, centro cultural de referencia y vanguardia de la capital de España donde pudo dar rienda suelta a su pasión por esta corriente artística que tan bien conocía.
Desde entonces, y hasta que recibió la llamada de Pedro Sánchez, Guirao estaba al frente como director general de la Fundación Montemadrid, cuyo objetivo es la mejora de la calidad de vida y la inclusión de personas en dificultad social. Institución a la que regresó tras salir del ministerio y que tuvo que abandonar el pasado mes de marzo para luchar contra el cáncer que finalmente se lo ha llevado.
Y precisamente lo primero a lo que tuvo que enfrentarse recién ocupado su despacho ministerial fue a deshacer el malestar que había generado en la vida de los trabajadores del Teatro de la Zarzuela y el Teatro Real, instituciones que su predecesor, Íñigo Méndez de Vigo (PP), quería fusionar.
Un bache que salvó, aunque el mandato de Guirao no estuvo exento de pocas curvas o precipicios, porque la SGAE fue uno de sus mayores quebraderos de cabeza ya que en esa época la entidad de gestión de derechos de autor no contaba con la obligada reforma de estatutos.
Lo que llevó a Cultura ha enviarle 13 requerimientos y un apercibimiento, así como a pedirle a la Audiencia Nacional una intervención parcial de la que es la mayor entidad de gestión de derechos de autor de España.
Un conflicto que se resolvió cuando ya estaba fuera del ministerio, y que compaginó con otras situaciones que le sacaron la sonrisa, como la creación de las bases del Estatuto del Artista.
Pero Pepe siempre encontró días, ésos en los que se quitaba la corbata, para estar donde más feliz era, en su casa de Extremadura y en su Pulpí natal, con su madre y sus hermanos, ésos con los que junto a otros amigos fundó en su juventud el Grupo Ecologista Mediterráneo, que nació para luchar contra la programada central nuclear de Cabo Cope (Almería).
Porque Guirao siempre abrió puertas e intentó limar asperezas, como así hizo al convertirse en el primer ministro que participaba en la ceremonia de los 11º premios Gaudí en 2019. Una visita a Cataluña a la que se sumaron 15 más.
Pero como en todas las historias, y más si son de contenido político, Guirao no consiguió hacer realidad promesas que el sector cultural, a día de hoy, aún sigue esperando que se hagan realidad, como la Ley de Mecenazgo.
Se ha ido hoy un hombre tranquilo, un político que sacaba su mejor sonrisa cuando se le preguntaba por el plazo para cumplir algunas de las normas que se aprobaban, y que nunca uso la mala palabra o la exaltación ni en su trabajo con el sector ni en su relación con los que siempre le seguíamos con un micrófono, libreta o grabadora.