Jorge Javier Vázquez: "Yo no sabía parar de beber. Dejé de salir por miedo a perder los papeles"
El presentador acaba de publicar 'Antes del olvido', un autorretrato sincero y salvaje de uno de los momentos más críticos de su vida.
″¿Te ha gustado?”. Es lo primero que pregunta Jorge Javier Vázquez al llegar al set donde tiene lugar la charla con El HuffPost, ansioso por recoger las impresiones de los primeros lectores de un libro con el que se siente satisfecho y que le ha servido de terapia porque lo ha escrito “a golpe de emoción”.
No es la primera entrevista que hace, inmerso como está en la intensa promoción de su recién estrenado libro, Antes del olvido, pero maestro como es en eso de dar titulares, no tarda en empezar a repartir frases con las que llamar la atención. “Creo que lo próximo que escribiré será ficción”, aseguraba para luego comentar su asombro por el rumor que le colocaba como el misterioso candidato del PSOE a la alcaldía de Madrid.
Se hable de sexo, de depresión, de amor o de fracaso profesional, Jorge Javier contesta a todo con la misma vehemencia y sentido del humor con el que describe en el libro los capítulos más duros de su vida en los últimos años. Una época en la que se sentía “inmerso en un tedio existencial exasperante” y en los que la tristeza por la pérdida de su amiga Mila Ximénez fue una constante.
Pero feliz. Estoy feliz… Bueno, no hace mucho leí una frase de Luis Landero en un periódico que decía que “la palabra felicidad es una palabra que tengo descatalogada en mi vocabulario” y me impactó mucho, porque la palabra felicidad impone mucho. Pero yo creo que sí que hay momentos en la vida en los que uno está feliz y no hay que aspirar a la felicidad continuada porque es muy complicada. Cuando escuches a alguien o leas en un libro de autoayuda “nacemos para ser felices”, olvídate de ese libro porque no te va a ayudar absolutamente en nada. La serenidad, la paz son sensaciones que yo jamás había probado, que estoy probando ahora, y que me producen mucha tranquilidad y probablemente felicidad.
Oye, ¿me puedo contradecir? Bueno, nacemos para ser felices, sí, pero no de la manera que nos han enseñado que es la felicidad. En la vida llega un momento que hay muchos momentos aburridos y el aburrimiento no tiene que ser malo. Esa sensación de que no te pasa nada… Yo creo que hay una edad que es la mía, 52 para 53, que acostarte sin tener una mala noticia de gente cercana y que no haya pasado nada en tu entorno… Dices ”¡ay qué tranquilidad!”.
Para mí ha sido muy complicado aceptar mi edad y renunciar y despedirme de una etapa de mi vida, esa en la que consideraba que la vida estaba asociada a la felicidad de la que hablábamos antes, a la explosión. Yo he pasado de ser adolescente a adulto en un día y eso no puede ser. Antes de la pandemia, porque había vida antes de la pandemia, yo vivía como un adolescente. Teníamos muchos menos miedos, vivíamos de una manera más libre, no nos preguntábamos tantas cosas. Todo era ‘vamos a cenar’, ‘vamos a tomar una copa’... y de repente nos encerramos. Y afortunadamente que nos encerramos. Luego tuvimos que empezar a tomar otra vez el pulso a la vida. A mi despedir una parte de la vida en la que fui muy feliz, porque fui muy loco, me costó muchísimo, pero entiendo que la vida es aceptar que las etapas se van quemando. Tengo 52 y quiero vivir como una persona de 52, pero esto no quiere decir vivir como una persona mayor ni vieja, pero quiero ser consciente de la edad. La vida nos tiene que enseñar que hay etapas y esta es la etapa que tengo que vivir.
Para mí ha sido fundamental este año acudir a un centro de adicciones, fundamental. Durante muchos años en mi vida me he preguntado si era alcohólico y si tenía problemas con el alcohol porque yo era de los que asociaba salir cada fin de semana a beber, cualquier celebración, a beber... Cuando tenía 30 años, salía todas las noches y bebía todas las noches, y yo no me acuerdo de cómo llegaba a casa. No reniego de aquella época, la verdad, porque me lo pasé muy bien emborrachándome, teniendo noches locas y aventuras locas. Pero llega un momento en el que se me escapó de las manos. Y yo fui al centro de adicciones porque cuando intuyo que tengo un problema intento solucionarlo.
Una mañana llamé y pedí una cita. Lo primero que le pregunté, que es lo que le pregunta todo el mundo: “¿Soy alcohólico? ¿Soy adicto?”. Ella me dijo: “Pues es que ahora es muy difícil determinar si alguien es adicto o no a causa de la pandemia porque hay muchísimo problema con la salud mental y con los trastornos que ha causado, y tendrías que hacer terapia para saber si eres adicto o no”. Después de hacer terapia me dijo: “Yo creo que sí que eres adicto”. Lo que me interesaba contar en el libro, que no es un libro de adicciones, es lo que significa la adicción, cuando uno es adicto lo es absolutamente a todo. Es un trastorno obsesivo compulsivo y los adictos tenemos muchas características: el perfeccionismo, inconformismo, la insatisfacción con el mundo que nos rodea, el aburrimiento que nos produce cualquier cosa y, sobre todo, el egoísmo. Yo me he dado cuenta de que es una característica que tengo y que quiero corregir.
Cuando se habla de adicciones siempre son sustancias, pero hay adicciones en las que no hay sustancias y que son peligrosísimas. Todas las adicciones son malas, pero hay adicciones que incluso están bien vistas. Y yo creo que fui un adicto al trabajo.
La profesionalidad, el sentido de no puedo fallar, no puedo dejar colgada a la gente... No puedes ponerte malo o da la sensación de que no puedes ponerte malo, y eso al final pesa. Pero fundamentalmente es una adicción. Yo le llegué a decir a un familiar mío: “Este trabajo me va a matar”.
Pues no sé lo que hubiera pasado. El ictus me dio en una discoteca de Marrakech, que me parece una metáfora preciosa, que un ictus te dé en una discoteca, te desmayes, vuelvas a recuperar el conocimiento y sigas con la fiesta y continúes la noche. Es una metáfora de mi vida. Yo fui a la clínica que tenía más cerca de casa porque me dolía la cabeza, tenía un dolor de cabeza horroroso. Llegué un sábado y me hicieron un escáner y detectaron una pequeña mancha en el cerebro y me dijeron que el lunes me hacían una resonancia. Cuando los médicos vinieron, después de un montón de pruebas, con la cara desencajada, intentando aparentar normalidad, me dijeron: “Te vamos a operar. Te tenemos que hacer algo porque hemos visto que algo no funciona. Es una operación en la cabeza, no te tienes que preocupar…” Ellos tenían miedo a que el ictus se volviera a repetir. Lo que me sucedió es que se abrió una venita, tuve un pequeño derrame de sangre pero automáticamente se cerró. Y lo que me mató durante toda esa semana fue un dolor de cabeza horroroso.
Paolo Vasile, espero que no se moleste porque lo diga, es un genio para muchas cosas pero para los hospitales le cuesta. Yo tampoco me muevo muy bien en el ámbito hospitalario y hay gente que sí lo hace. Yo me acuerdo de que llegó con la mochila (risas)... Cuando se enteró de que me tenían que operar, inmediatamente vino a verme. Recuerdo salir de la habitación en la camilla hacia el quirófano y estaban él, Mila, Alberto, mi director de Sálvame diario y mi íntimo amigo, mi ex P, y Cristina, mi amiga del alma, mi asistente y como dirían los cursis, mis manos y mis pies, expresión de la que nos reímos mucho. Es mi Juan de la Rosa —refiriéndose al secretario de Rocío Jurado—.
Ha sido parte fundamental de mi vida durante 20 años, durante los 20 años que estoy a punto de cumplir en Mediaset. Ha sido mi jefe y por el tipo de relación que él establece con las personas que trabaja, con presentadores y con las que tiene más cercanas, como si fuera una familia, ha sido una persona muy importante a nivel afectivo. Yo que he tenido varias crisis a lo largo de estos años, de querer dejarlo, porque todos los que nos dedicamos a esto queremos dejarlo cada cuarto de hora, ha sabido comprender la inseguridad que sentimos en ciertos momentos, entender que somos artistas y que el artista tiene una mente diferente. Me llevo muchas cosas de Paolo Vasile, me da muchísima pena que se vaya. Cuando salió la noticia de que se iba, fui a hablar con él y me puse a llorar. No pude contener el llanto, llevaba dos años sin llorar y fue una congoja. Sentía que se me iba una parte muy importante de mi vida, que se cerraba una época. Y no sé lo que va a venir.
En este momento somos líderes. En las entrevistas cuando me hablan del desgaste de Sálvame ¡por favor! Deberíamos ser más profundos a la hora de hacer titulares y deberíamos titular ‘El milagro de Sálvame’. A ver, un programa que habla de los demás, cuando los demás han estado encerrados dos años en su casa porque hay una pandemia... Es muy difícil hacer un programa cuando no hay noticias. Nos falta profundizar en las situaciones: que un programa que habla de los demás, que no tenga de lo que hablar y que siga… Me parece milagroso porque idear historias para seguir funcionando me parece algo mágico. Y con Sálvame me pasa que hay momentos en los que quiero desaparecer y decirle adiós, y luego pienso “ostras, no me voy a encontrar un programa así en la vida”. Es imposible encontrar un programa tan completo porque te permite pasar por un montón de registros.
Te da mucha satisfacción personal y, sobre todo, en este momento de mi vida. Yo el aspecto del ego ya lo tengo muy cubierto, yo sé que soy el mejor en lo mío, entonces… Aceptar esto es muy complicado porque yo he tenido muchas inseguridades, muchos miedos y muchos años en los que no he parado de trabajar porque pensaba que no me iban a volver a llama. Aparte de mi adicción confesada, siempre pensaba que esto se iba a acabar y no me iban a volver a llamar. En la televisión cuando tú tienes un fracaso, nadie contrata a un fracasado. Y cuando se acaba, se acabó. Estoy condenado al olvido porque cuando yo deje de salir, mi obra no es eterna, en televisión es muy perecedera, quedarán mis libros, pero yo no he pintado cuadros magistrales, aunque sí tengo una canción grabada (risas), Amistad imperfecta…
Yo recibo mensajes… El otro día recibí un mensaje… Hay mensajes que te rompen, más que saber que eres el número uno. Me escribió una chica que me dijo: “Mi hermano murió de un paro cardíaco fulminante hace tres semanas y tenía muchísimas ganas de leer tu libro. Lo voy a leer en voz alta para ver si lo escucha allá donde esté”. A mí estas cosas… Recibo muchos mensajes de estos y te dejan rota el alma. Y eso es lo que empuja y dices “madre mía, qué heavy, qué bonito”.
Sí, yo he vivido durante muchos años sin ganas, absolutamente. Sé lo que es vivir sin ganas. No es querer desaparecer ni querer suicidarme... No tiene nada que ver. Nunca se me ha pasado por la cabeza quitarme de en medio, pero sí pensar, mientras volaba, “pues si se estrella, no me importa”. Esto sí. Creo que hay cosas que hay contarlas porque a mucha gente le pasa esto. Hemos pasado una etapa durísima, traumática… Todos tenemos miedos e inseguridades y creo que compartir esos miedos, ponerlos en voz alta, ayuda a desactivarlos, y a sentirte más unido y más cerca de los demás. Yo me asustaba de mí mismo porque no sentía absolutamente nada. Pero esta también es una característica de los adictos.
Cuando no controlaba mi relación con el alcohol, deje de sentir porque vivía anestesiado.
No, no, no. Pero creo que no somos conscientes de lo que significa el alcohol. El alcohol es una droga y hasta que no aceptemos esto, no nos daremos cuenta de muchas cosas. Hablamos con mucha alegría del alcohol. Yo no voy a ser de estos de “no hay peor fe que la del converso” porque yo me lo he pasado muy bien bebiendo. En esa época de mi vida el alcohol ha sido el aliado perfecto para salir, para el sexo, porque yo no concebía el sexo sin alcohol… Hasta que llegó un momento en el que el alcohol se convirtió en un problema. Yo no sabía parar de beber. Dejé de salir a los sitios por miedo a perder los papeles. Y eso es horroroso porque siendo una figura conocida, el alcohol te inocula miedo porque no sabes dónde vas a perder los papeles y cuándo, y eso te produce temor. El alcohol anestesia y tapa una serie de emociones y sentimientos. Yo vivía anestesiado, con miedos, y ahora que no bebo desde hace casi medio año por prescripción facultativa, porque me ha dicho cero consumo y cero sexo, hostias, yo me encuentro más libre. He perdido muchos miedos, he vuelto a tener vida social y he empezado a sentir una serie de emociones que tenía totalmente dormidas. Yo he vuelto a llorar, aunque también estaba muy mediatizado por los antidepresivos, yo he vuelto a emocionarme, y estoy viviendo situaciones y emociones que tenía totalmente olvidadas.
No sé qué va a pasar el día de mañana y, evidentemente, hay momentos en los que me apetece un copazo que no te puedes imaginar. Pero yo sé que no me va bien… Por ejemplo, en épocas de mucho estrés, para mí lo peor es el alcohol. En épocas de mucho estrés y mucho trabajo, intentas encontrar el más mínimo resquicio, y tienes dos días de fiesta y dices “qué bien, me voy a coger una para desconectar y tal”. Es el premio: ’Me voy a emborrachar porque me lo merezco”. Joder, se puede vivir sin alcohol. Me impresionó muchísimo una frase de Valentín Fuster, el cardiólogo, que leí en El País, que decía: “Con el alcohol lo mejor es no empezar porque nunca sabes cómo puede acabar”.
Llevo desde julio sin nada. Yo utilizaba el sexo también como una droga, de una forma compulsiva. Y es que la sociedad también te empuja a pensar que si no tienes sexo parece que pierdes la juventud. No quiero que mi discurso suene a conservador o ultraconservador porque quien se lea el libro se dará cuenta de que soy todo lo contrario (risas). Ya he tenido muchas noches locas, ya me he acostado con mucha gente que no me apetecía solo por no estar solo una noche y ahora quiero que el sexo ocupe un lugar distinto en mi vida.
No, no necesariamente.
¿Pero quieres enamorarte?
Pues es que no lo sé, es que va a a rachas. No planeo nada y que luego la vida te sorprenda. Yo encuentro difícil enamorarme de la manera que me enamoré de P. porque yo sentí el amor como algo físico, con mariposas en el estómago. Y yo conozco a alguien y si no me produces eso… A lo mejor estoy equivocado, pero si no me produce eso… Y luego, creo que si me enamorase de alguien, creo que no me gustaría convivir las 24 horas del día, la convivencia diaria me parece lo peor que puede hacer una pareja. Creo que, a mi edad, el estado mejor es el de novios: el prepararte para una cita, el levantarte con el “ay qué bien que hoy lo voy a ver” o el “qué bien que hoy vamos a tener un plan”... Pero esto que nos han impuesto desde pequeños, me parece un error y el mayor horror, porque por mucho que quieras a una persona, si llevas acostándote con ella diez años la acabas viendo como un compañero de piso. Y eso no es una pareja, al menos yo no la entiendo así. Así que prefiero estar solo. Joder qué bien se está solo cuando quieres estar solo.
Yo tenía muy mitificado el mundo del teatro y lo he desmitificado. Yo pensaba que el artista solo vive las dos horas que está encima del escenario y que luego no tiene vida. Pero luego sí que tienes vida y te preguntas: ”¿Por qué la gente no viene a verme? Qué poco valgo. Qué horror ya no convoco. No me quieren” . Yo nunca he sentido tan de cerca el fracaso como en el teatro. En la tele, te dan una dato de audiencia y te dan un dato frío porque no ves los salones vacíos. Pero en el teatro, cuando se levanta el telón y hay muchos sitios vacíos, como me pasó en Madrid con la última función... Creo que por distintos motivos porque se juntaron varias cosas: la variante omicron, la guerra de Ucrania… Para mí era incomprensible que una de las personas más populares de este país en un día vendiera 40 entradas. Yo volvía a casa con la lágrima cayéndome en el taxi, con sensación de fracaso. Estuvimos dos meses y al final acabamos salvando los muebles y tal, pero dices ”¡hostias, no he conseguido llenar ni un solo día el teatro!”. Para mí fue un palo gordísimo. Es como cuando estás en terapia y te hablan de expectativas y realidades. Yo tenía una expectativa que desde luego no se cumplió y cuando no se cumple tu expectativa… A mí me hundió. Si vuelvo al teatro, tengo la idea de cómo quiero volver y quiero que sea un acontecimiento. ¡Bueno, tengo ya una idea en la cabeza!