Jonathan Pryce: El hombre que nunca estuvo allí
Ha ido pasando desapercibido año tras año sin que la fama le alcanzase plenamente.
El despertador suena con estrépito, son las cuatro de la madrugada. Un panadero se levanta y camina por las calles de Londres hacia su local. Aunque llovizna, en su cabeza solo lleva una kipá. Sin dilación, comienza la jornada. Su panadería kosher no es muy lujosa, pero está pulcramente recogida. Las fotos indican que, en el pasado, el establecimiento perteneció a la familia del protagonista. El nombre de su intérprete, por si todavía no lo había mencionado, es Jonathan Pryce.
Así comienza La mejor receta (2015), una cinta de John Goldschmidt que narra las desventuras de Nat Dayan, un viudo que debe enfrentarse al cambio de costumbres, a la soledad y a la ambición de su propio hijo, mientras mantiene a flote una panadería en la era de los hipermercados y de la competencia desleal.
Para ello se valdrá de su nuevo ayudante, Ayyash (Jerome Holder), el hijo de su empleada de la limpieza, un joven conflictivo originario de Darfur que encuentra en la bollería de Nat el mejor lugar para proveer de cannabis a sus clientes. Las ventas de la panadería, consecuentemente, se elevan de forma exponencial, sin que Nat sepa de los manejos de Ayyash. Mientras, el barrio se rinde ante los nuevos aditivos de su repostería, incluida Joanna Silverman (Pauline Collins), la casera de la panadería.
Aunque La mejor receta no es una película sobresaliente y, de hecho, es estereotípica, poco original y de resolución naïf, sí mostraba la polivalencia de Pryce, un actor versátil que encarna con idéntica convicción personajes diametralmente opuestos.
Descubrí a Jonathan Pryce hace décadas, cuando vi una película emblemática como Brazil y me percaté de que, lo que Terry Gilliam mostraba como distopía, se había convertido en realidad. A pesar de su rol protagónico, esto no pareció influir en la carrera de Pryce, quien ha ido pasando desapercibido año tras año sin que la fama le alcanzase plenamente.
Su nombre no figura en ningún elenco de grandes actores y es extraño conocer a algún miembro de la audiencia que, fuera del círculo especializado, distinga su presencia en algún metraje. Seguramente esto ha sido debido a que, en su juventud (que llegó hasta los sesenta), el perfil de Pryce estuvo aquejado de cierta invisibilidad. Él es el hombre que nunca estuvo allí.
Aunque parezca injusto, no es del todo infrecuente que esto les suceda a muchos intérpretes masculinos (las mujeres envejecen mucho antes en el audiovisual, salvo honrosas y anómalas excepciones), quienes parecen encontrar la fama con edad avanzada. Este es el caso del británico Hugh Laurie, a quien se le reconoce a posteriori, tras haber obtenido renombre con Dr. House; también a Geoffrey Rush o a Patrick Dempsey, irreconocibles en sus años de juventud sin ese aposentamiento que les otorgaron los años.
Sin duda, esta ha sido la baza de Pryce, un actor que, a sus setenta y tres años, resulta más llamativo ahora que en su juventud, cuando su delgadez, su hechura desgarbada y sus ademanes poco escogidos le hacían pasar inadvertido.
Nadie podría haber augurado que Pryce, pasada la sesentena, iba a alcanzar todo su potencial interpretativo. En las últimas décadas, ha ganado un Premio Nobel mientras ensombrecía a Glenn Close en La buena esposa (2017); ha sido un escritor homosexual encandilado por el talento de una joven artista con el rostro de Emma Thompson en Carrington (1995); ha aliviado las necesidades de sus pacientes femeninas en su consultorio de Hysteria (2011); ha sido el Perón de Madonna en Evita (1997) e incluso ha tenido tiempo de embarcarse en la saga de Piratas del Caribe como gobernador y padre de Keira Knightley. Por si fuera poco, ha sido musa de Terry Gilliam en otras dos películas, ha encarnado a un malvado irredento en la saga de 007: El mañana nunca muere, e incluso se ha granjeado un odio acérrimo entre los seguidores de Juego de Tronos por su papel del Gorrión Supremo.
Pese a ello, Pryce parece gozar de cierta inmunidad frente a la fama, caminando por la sombra hasta su posición actual. Afortunadamente, gracias a su papel protagonista en Los dos papas (2019) de Fernando Meirelles, en la que interpreta al Papa Francisco, Pryce fue nominado al Globo de Oro y al Oscar en la misma categoría que Joaquin Phoenix, Antonio Banderas, Adam Driver y Leonardo DiCaprio.
No obstante, pocos recuerdan este hecho, convertido casi en anécdota. El resto de los nominados sí resuenan en la mente de los espectadores, pero el de Pryce es el nombre que parece más fácil de olvidar.
Ya va siendo hora de interpelar a la audiencia, de reclamar a intérpretes fundamentales como Pryce que resultan prácticamente desconocidos y de reivindicar al hombre que, aunque parezca lo contrario, sí que estuvo allí.