John Banville: "Durante 40 minutos fui Premio Nobel"
El autor de 'Quirke en San Sebastián', que firma como Benjamin Black, habla del sinsentido del catolicismo, de su idea del infierno o de cómo espera el día en el que Internet se derrumbe.
John Banville (Wexford, 1945) odia las etiquetas, pero las tiene. El irlandés también es conocido como Benjamin Black, el pseudónimo con el que firma sus novelas negras (aunque también odie que las obras se clasifiquen por géneros).
Su nombre, el real, no deja de sonar cada año, cuando se acerca el momento en el que la Academia Sueca anuncia el Premio Nobel de Literatura, pero aún no le ha caído. Si el momento llega, no será uno cualquiera, y eso que según Banville “lo bueno de ser escritor es que todos los días son iguales”. “La gente dice ‘ay, qué aburrimiento un martes por la tarde tranquilo’. Para mí no es así”, añade el autor de Quirke en San Sebastián (Alfaguara).
De todas formas, el premio no sería para él, porque “Black escribe 2.000 palabras al día y Banville, con suerte, 200”, así que supone que “el Nobel se lo darán a Benjamin Black”.
Aunque siempre ha repetido que como escritor no tiene ningún compromiso político, sí que habla de una institución: la Iglesia católica, porque hubo una época en la que Irlanda tuvo “la necesidad de agacharse ante sacerdotes y obispos” y porque el catolicismo, como religión, “no tiene sentido”, solo hace que “la gente sea más irresponsable”.
La red oscura, la parte que no vemos de Internet, también le preocupa. El futuro de las generaciones más jóvenes es prácticamente monstruoso, tal y como lo predice él, asombrado al ver lo fácil que es para un niño acceder a “la pornografía pura y dura sin ningún control” y el “daño espiritual” que le causa.
Y todo eso lo cuenta mientras sostiene una copa de vino blanco, que va tomando con tranquilidad, saboreándolo. Es otra de las cosas buenas de ser escritor, presume el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2014: “Tengo derecho a beber vino a cualquier hora del día”.
Hay una fórmula que ya casi es un ritual en la novela negra: el personaje del detective y el periodista. ¿Por qué usted opta por un forense, en lugar de hacer la mezcla habitual?
No quería que fuese un inspector ni un periodista. No quería un experto en asesinatos porque no creo en ellos, no creo que existan. Sherlock Holmes nunca pudo existir, y si hubiese existido estaría en un manicomio. Buscaba a alguien normal, con muchos defectos, como cualquiera de nosotros. Si fueses a la escena de un crimen, ¿reconocerías alguna pista? Yo no. Normalmente nunca se atrapa al asesino, ni en los libros ni en la vida real.
Son ya ocho libros con este personaje. ¿No se cansa de él?
Nunca me ha interesado mucho, siempre me ha parecido aburrido y gris, pero sí me gusta la gente que lo rodea. Algunos lectores me decían que estaban enamorados de Phoebe y pensé “no puede ser, Phoebe soy yo”.
¿Por qué?
Ni idea, sencillamente me parece que lo es, que piensa como yo. Quizás esto es una respuesta: existe en ese mundo como yo existiría en ese mismo mundo, en la novela negra.
¿Qué siente, usted que odia las etiquetas, cuando se dice que es ‘el maestro de la novela negra’?
Digo que sí, que claro que lo soy (ríe). No me gusta esa noción de género, es cierto. Se puede escribir bien en cualquier contexto, no me interesa cuál sea el argumento de una novela. En el Cluedo me da igual quién es el asesino. Con uno de mis libros, sólo me quedaban tres páginas para terminar y no sabía aún quién sería el asesino, porque realmente no tiene ningún interés para mí. Podían ser tres personajes, así que elegí uno.
¿Le pone, entonces, más interés a la parte emocional de los personajes?
Tampoco. Me interesa más quién es cada cual, la gente. En la vida real los seres humanos me parecen misteriosos, un rompecabezas. Soy incapaz de saber nada de nadie, es más, sé muy poco de mí mismo. Llevo viviendo con mi mujer 45 años y cada vez que dice algo digo “no conozco a esta persona”. ¿No es maravilloso? Si fuese capaz de comprender a los demás me aburriría muchísimo. Lo bueno de la gente es que somos totalmente incoherentes. Creo que los escritores no somos humanos.
Humano no sé, pero algo de valor sí que tiene. No todos se atreven a decir que no les gustan los libros de Agatha Christie...
Bueno, es un genio, pero sus libros no me interesan. Cuando uno termina un crucigrama tiene una sensación de vacío, como diciendo ”¿por qué llevo media hora perdiendo el tiempo?”, y eso es lo que siento cuando leo un libro de Agatha Christie.
¿Llegará ese Premio Nobel para el que siempre suena su nombre?
Ni la más remota idea. Hace cuatro años estaba en el fisio y, de repente, sonó el teléfono. Miré y vi ‘Estocolmo’, y me dije a mí mismo “uy”. Me dijeron que me llamaban de la secretaría del Premio Nobel y era alguien muy convincente, incluso en la forma de saludarme, y me dijo que había ganado. Llamé a todo el mundo y, poco después, mi hija me dijo “papá, no eres tú, era mentira”. Volví a llamar al teléfono y aparecía ocupado. La misma persona que me había llamado me llamó para decirme que era un error, que lo sentía muchísimo y que el próximo año me lo darían. O sea, que durante 40 minutos fui Premio Nobel. Mi mujer dijo “menos mal que no he comprado el coche” y pagué el champán a todos los que ya habían abierto la botella.
¿Cómo es posible que, habiendo rozado el Nobel y tras tanta novela, aún cuando se pone a escribir no sepa cómo hacerlo?
Todas las mañanas tengo el mismo problema, es la sensación de muchos escritores, la de la página en blanco. Nunca termino nada, siempre lo dejo a mitad, en la pendiente, para terminarlo al día siguiente. La lengua es un medio muy engañoso y decepciona mucho al mismo tiempo, porque dices “esto no es lo que yo quería decir”. Como a todos los grandes tiranos, al idioma le gustan las frases hechas, es muy difícil escribir algo original, plasmar la realidad en palabras. Admiro mucho a los periodistas. Ir a cubrir un incendio, volver y escribir 600 palabras en media hora. Yo no sabría ni cómo empezar. Me fascina el valor y el empuje de ser capaz de afrontar el lenguaje tan gigantesco y un acontecimiento enorme en 600 palabras.
Habla de lo complicado que es escribir algo original. Parece que se refiera a una crisis de ideas.
Vivimos malos tiempos, la verdad. Con la tecnología todo el mundo escribe, estamos atravesando un periodo de reajuste. Creo que debo tener mucho cuidado con lo que diga ahora... Esta tecnología engaña a la gente porque les hace pensar que el idioma es algo fácil, que las ideas no son necesarias, que la vida es más sencilla sin ideas. Y no es así. Estoy esperando el día en el que Internet se derrumbe y tengamos que volver a escribir. Creo que hay mucha gente que lo odia y lo teme. Veo a mis nietos de 13 años con el móvil tecleando, pero también me doy cuenta de que leen, tienen esa necesidad, y me da la sensación de que tampoco hay que privarles de este juguete. Eso sí, no sabía que la pornografía estaba tan disponible. Pornografía pura y dura, sin control de ninguna clase. Cualquier niño puede acceder a ella y les hace tanto daño espiritualmente... Yo crecí con una idea totalmente romántica hacia las chicas —y viceversa—, y ahora no hay nada que no sepan los unos de los otros, todo ese misterio ha desaparecido, aunque supongo que toda la gente mayor dice eso de su generación: cuando yo era joven las cosas eran distintas.
Las mujeres todavía guardan un misterio para usted. ¿Cuál?
No sé, sencillamente me parecen tan distintas... Para empezar, me parece muy raro que haya dos sexos, pero las mujeres se pueden poner cosas realmente alucinantes, los hombres tenemos menos opciones. Veo a las mujeres de mi familia abrir el armario y decir “no tengo nada que ponerme”. ¡Pero si tienen 30 vestidos! Todo lo que aprendo es de las mujeres. Mi idea del infierno es un almuerzo solo con hombres y que dure toda la eternidad. Me invitaron a comer en una universidad, éramos 13 hombres, como si fuera la última cena. Una sola botella de vino para 13 hombres. Cuando terminamos, empezaron a quejarse y empezó a brotar toda la testosterona. Yo solo quería un coñac porque me aburría, necesitaba un estímulo. Los hombres no crecemos, nunca ha habido un hombre que se quede sin la protección de su madre o que supere su pérdida. En medio de una relación sexual uno puede estar besando los pechos de su mujer, pero le mira a los ojos y ve un espíritu materno.
¿Por qué siempre se relaciona la figura del escritor con el alcohol y la soledad?
Puedo hablar por mí: cuando acabo un día de trabajo, salgo de mi sala y quizás acaba de ocurrir un asesinato. Tras semejante situación, obviamente tengo que tomarme una copa de vino para ser humano de nuevo.
¿Y qué diferencia a Benjamin Black de John Banville? ¿Quién es verdaderamente usted?
Benjamin Black tiene que tener una parte mía, pero yo escribo dos tipos de libros, los de John Banville y los de Benjamin Black. Black escribe rápido, no piensa mucho, aunque Banville tampoco planifica mucho. Black escribe 2.000 palabras al día y Banville, con suerte, 200. Pero supongo que el premio Nobel se lo darán a Benjamin Black (ríe).
En esta novela, trae el personaje a San Sebastián para que “coma mejor, beba mejor y haga el amor”. ¿Todo eso es mejor en España?
Sí, y además se llama estar de vacaciones. Yo no soy capaz de irme de vacaciones, las odio. Cuando uno está de vacaciones se levanta por la mañana y dice ”¿y ahora qué tengo que hacer?”. Esto enfada mucho a mi familia, siempre que vamos de vacaciones dicen “la próxima vez te quedas en casa”.
Comprendo que diga que ser escritor no le hace tener un compromiso político pero, ¿qué puede contarme de la Iglesia católica en Irlanda entre los años 50 y los 90? Me consta que es un tema que le interesa.
Cuando fui a Europa Oriental antes de la caída del muro de Berlín, ellos tenían el comunismo y nosotros la Iglesia. Nosotros fuimos un país colonizado durante 800 años y éramos un país servil. Necesitábamos y teníamos la necesidad de agacharnos ante sacerdotes y obispos y, un buen día, en 1992, un periódico publicó un artículo en el que se hablaba de que un obispo famoso tenía una amante y un hijo, y encima había tomado prestadas 72.000 libras. De repente todos dijimos, especialmente los más jóvenes, “esto es absurdo”. Nos liberaron y empezamos a ganar dinero. Pensábamos que éramos multimillonarios, una mentira, pero bueno, nos lo pasamos bien esos diez años, antes de que llegara toda la resaca.
¿Puede que tenga tantos lectores en España por las similitudes entre el pasado de ambos países?
Es la única razón por la que puedo pensar que me compran tantos libros. Cuando vine a España en el 64 vi que el sol lucía y la gente llevaba menos ropa. No había visto tanta carne en mi vida, y por supuesto la comida y el vino, porque en Irlanda no tenemos gastronomía, no pudimos desarrollarla porque estábamos colonizados. Pero sí que veo similitudes entre España e Irlanda, salvo que la vida aquí era más agradable y dulce.
¿Como cuáles?
Una Guerra Civil dura, la Iglesia católica y una predisposición a la melancolía. Creo que ambos somos melancólicos e irresponsablemente alegres.
¿Y eso?
Es el catolicismo, es maravilloso: cometes pecados, pero te confiesas y te perdonan, y entonces empiezas a pecar otra vez. No tiene sentido esta religión porque hace que la gente sea irresponsable. Me gusta el protestantismo, o al menos lo prefiero, porque uno es responsable de su propia vida y de sus propios pecados.
Y hablando de pecados... ¿Por qué dice que, de ser mujer, protestaría porque el lector y el espectador busque cada vez más violencia? ¿No es eso poner límites a la ficción?
Es que creo que tendría que haber límites, no creo que sea bueno para chicos jóvenes ver esa cantidad de violencia. En todas las series que hay en la tele a las mujeres se las viola, las matan, las meten en una bolsa de basura... Evidentemente no creo que esto vaya a hacer que todos los chicos vayan a hacer eso, no tengo una mente tan simple, pero sí creo que en cierto modo afecta. Se menosprecia a la mujer. Es muy difícil, porque me estás hablando de censura, pero nadie lo censura porque el dinero es quien nos gobierna. Estuve hace poco hablando con una mujer que ha escrito un libro sobre la red oscura. Me decía que solo vemos un 1% de Internet, el resto está en la red oscura. Llegó a encontrar tratos: imagina que yo tengo tres enemigos y me pongo en contacto con la red oscura para que los mate, y hay ofertas, es decir, por tres asesinatos, uno gratis. Es un mundo terrorífico. Luego están las cosas más sencillas: a la gente no se le ocurre llegar a una librería y llevarse un libro, pero en Internet sí lo roban, sin problema. Estamos descubriendo que hay gente mucho más malvada de lo que habíamos pensado. Porque no sabíamos que podían serlo en la vida normal, en las guerras sí, pero esto es algo que está ocurriendo constantemente cada día, ahora. Es un mundo oscuro.
Premios, premios y más premios. ¿Espera otra llamada de Estocolmo?
Es una lotería. En todo caso, todos los premios son de consolación.