Dentro de La Moncloa: “A Biden se le ha quedado corta la reunión”
La crónica tras las bambalinas de la reunión entre Biden y Sánchez.
A las 16.12 la comitiva de coches negros megablindados llegaban a las puertas del edificio principal de La Moncloa. Cristales tintados que repelían los flashes de los fotógrafos, colocados desde una hora antes. Pedro Sánchez aguardaba en la entrada principal, sonriente. Se abrían las puertas del vehículo principal, y tardaba unos segundos en aparecer el hombre más poderoso del mundo. Con nombre y apellido: Joe Biden.
El presidente español bajaba rápidamente la escalinata y lo esperaba a pie de coche. Sonrisas, miradas cómplices. Subían los peldaños, se estrechaban las manos para inmortalizar el momento delante de los fotógrafos. Un sol de justicia madrileño iluminaba la imagen, con ese aire entre velazqueño y herreriano que tiene el complejo presidencial español.
Llevaba el Gobierno español preparando mucho tiempo esta reunión, que ha llegado de manera bilateral un día antes de que arranque en Madrid la decisiva cumbre de la OTAN que marcará el futuro de la seguridad mundial, con la guerra de Ucrania cambiando por completo el tablero geopolítico internacional. Muchos temas sobre la mesa. En la entrada de La Moncloa tres banderas: la norteamericana, la española y la de la UE. Todos los símbolos dicen (y mucho).
Biden había aterrizado pocos minutos después de las tres de la tarde en la base de Torrejón de Ardoz (Madrid), donde le esperaba el mismísimo rey de España. De allí hasta La Moncloa. Después de los saludos oficiales, al interior del palacio. Ha durado algo más de una hora el encuentro y, según fuentes presenciales, a “Joe Biden se le ha quedado corta”, ha reconocido a los equipos, que hubiera seguido hablando si la agenda lo hubiera permitido.
Las dos delegaciones llevaban meses trabajando en un documento que nadie espera: una renovación de las relaciones bilaterales a través de una declaración conjunta que no se tocaba desde hace veinte años. Entre los puntos estrella: ampliar los buques destructores que hay en la base naval de Rota (Cádiz) y trabajar por una migración ordenada y regular que tenga un “trato justo y humano”. Acuerdos que se habían preparado tanto por Moncloa como por Defensa -fue decisiva la vista de Margarita Robles hace un mes al Pentágono-.
Dentro de La Moncloa, a Biden lo trasladaban a una sala blanca donde se sentaban las delegaciones. Por parte española Sánchez era el capitán, escoltado principalmente por la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el titular de Exteriores, José Manuel Albares. En la mesa de madera se sentaban también el embajador de España en Washington, Santiago Cabanas, y la directora del Departamento de Asuntos Exteriores de Moncloa, Emma Aparici, una pieza casi invisible pero indispensable en la vertiente internacional de Sánchez.
En el otro lado, Biden estaba en el centro, teniendo como principales respaldos a la embajadora de EEUU en Madrid, Julissa Reynoso, y el secretario de Estado, Antony Blinken. La parte estadounidense con carpetas verdes y escudo federal, y alguna libreta roja. En el lado español se tiraba más de folio.
Dentro el ambiente era “muy relajado”, según fuentes gubernamentales. El propio Biden en la declaración institucional posterior ha querido recalcar que ha sido una conversación “muy cálida y personal”. “Gracias, Pedro”, le ha comentado delante de los periodistas. Pero todavía para eso falta un poco.
De manera paralela, los equipos de seguridad organizaban esa declaración. Pinganillos, órdenes, acreditaciones. Sí, a veces la vida se parece a una película americana. En cada esquina miembros españoles y estadounidenses, desde el jardín hasta el interior. La sala Barceló era el lugar elegido para comparecer ante los periodistas -no ha habido preguntas por petición de Washington, que tenía previsto que su presidente hablara por la mañana en Alemania en la cumbre del G-7-.
La organización era la siguiente: en el lado derecho se colocaba la prensa norteamericana y en el izquierdo la española. Las dos primeras filas reservadas para miembros de los dos equipos oficiales. Con mascarilla puesta se podía distinguir perfectamente en la segunda fila a la nueva portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre. Y por el lado español estaban el jefe de gabinete del presidente, Óscar López, y el secretario de Estado de Comunicación, Francesc Vallés, además del secretario general de Presidencia, Fran Martín. Se unían luego Robles y Albares.
Y hay que fijarse siempre en los pequeños detalles. Cuando se han colocado los vasos de agua en los atriles, al del presidente de EEUU le han puesto una tapa encima (se entiende que por motivos de seguridad) mientras que el de Sánchez quedaba al descubierto. Alguna diferencia también se ha notado: el equipo de Biden ha probado minutos antes el sonido del micrófono de su presidente, en la parte española no se dudaba de nuestra tecnología y no se ha hecho. Nervios, las cámaras encendidas, se abrían las puertas blancas para su declaración ante el mundo. Primero, Sánchez, y luego le tocaba a Biden.
Al terminar, se han levantado manos al grito de “president, president”. Pero los dos han dado la espalda y han abandonado la sala Barceló. Biden tenía una cita en unos minutos en el Palacio Real junto al rey Felipe. Fuera todos de la sala Barceló. Satisfacción en la delegación española. Y otro pensamiento que ha dejado Biden a los presentes dentro de la sala: se trata de uno de esos momentos que pasan cada tres o cuatro generaciones en los que el mundo está cambiando.
Biden ya se marcha al Palacio Real. Los jardines son testigos mudos de su despedida. Y el equipo de protocolo a todo trapo ya ha cambiado la bandera: ahora toca el turno de Islandia en La Moncloa.
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