'Jane Eyre', el Teatro Español se convierte en un cine inglés
Que la literatura decimonónica inglesa ha dado grandes obras es de todos conocido y, ahora, reconocido, sobre todo, si se habla de las autoras, que en su época fueron ninguneadas como se hace en la actualidad con la denominada chick lit. Un género menor. Sin interés. Solo hay que sentarse delante de Jane Eyre, obra basada en la novela de Charlotte Bronte, en las butacas del Teatro Español y comprobar cómo la historia funciona. Cómo su cuento apela a la mujer que todos y todas llevamos dentro.
Obra que también muestra que una artista, como es Carme Portaceli, no tiene que renunciar a sus presupuestos, a su punto de vista, a su posicionamiento político y público (en su caso claramente feminista y social) para contar una historia. Y hacerlo de una manera no solo interesante, sino popular y de calidad como todas esas películas y series inglesas que llegan a nuestras pantallas, un género en sí mismo, que recrean los clásicos de Reino Unido.
De acuerdo que el drama romántico del que parte ayuda. Ya que se trata de la historia de una huérfana que convertida en una simple y pobre institutriz llega por azar a una casa en la que se enamora. Un amor que se vive como imposible por la diferencia de clase y por otros factores colaterales. De esos que siempre se encuentran en un novelón y, ¿por qué no decirlo?, en los culebrones.
Hay varias razones teatrales por las que la obra funciona. Primero por la sencillez teatral con la que obra se convierte en bella. Una escenografía en la que de vez en cuando se proyectan acuarelas de manors y otros edificios la campiña inglesa. Segundo, por la música en directo que la acompaña, cálida y cercana, en el sentido de que aunque está creada para la función se la reconoce como ya oída, como una banda sonora confortable y amiga, que sabe ponerse climática sin agobiar. Tercero, por sus actores. Y, cuarto, por la manera en la que está dirigida. Una manera que parece deudora del cine y de la danza, por la fluidez con la que se suceden las escenas y los cambios, y en la que el más sencillo recurso teatral brilla, antes que por la espectacularidad del recurso, por lo pertinente de su elección.
Entrevista a Ariadna Gil y Abel Folk realizada por Antonio Hernández para Vorágine TV
Aunque es el cuerpo y la voz de Ariadna Gil, que hace de Jane Eyre, vestida de negro, la que con su presencia y su estar en escena va poniendo, metafóricamente hablando, las comas, los puntos y comas, los signos de admiración y los interrogantes de esta narración. E incluso los acentos. Signos de puntuación necesarios y significativos en toda obra que como esta, pretende tener un sentido.
Frente a los que Abel Folk, como Rochester, va colocando los versos sueltos de esta historia de amor, los versos que mueven y conmueven a la espectadora e igualmente al espectador. Como lo hacen con Jane Eyre, a la que los prejuicios, en forma de inamovibles principios, se agarra para sostenerse en pie. Para mantenerse.
Personaje rebelde que mantiene la sempiterna lucha moderna entre razón y corazón. Entre lo razonablemente bueno frente a lo deseablemente bueno. Lucha en la que se debaten las personas, incluso ahora, que se dice que estamos de vuelta de todo. Más cuando se habla de eso tan frágil, que tanto se rompe (a tenor de las estadísticas) como es el amor. Preguntas tan difíciles de responder como son las de ¿qué quiero? y ¿a quién quiero? que no se refieren a la orientación sexual de cada cual, sino a personas concretas que nos rodean. Pues el amor, tal y como lo cuenta esta novela romántica, no es para nada instrumental. ¿Que qué es? Un ámbito (im)posible de libertad, de igualdad y de responsabilidad. Emocionante ¿no?
Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs