Izquierda acobardada, Ciudadanos triunfantes
La respuesta de la alcaldesa de Córdoba ante las conclusiones presentadas por la Comisión Municipal de Memoria Histórica, que se traducirá en un nuevo compás de espera para los cambios de nombre de los espacios públicos que siguen homenajeando a personajes franquistas, es un ejemplo más de la cobardía de la que hace gala la izquierda de este país, o al menos la izquierda que tuvo hace años la oportunidad de cambiarnos a mejor.
En cuestiones clave para la ética y la convivencia democrática, como pueden ser el laicismo, la memoria histórica o la imposición de frenos a los poderes salvajes que nos controlan, nos seguimos encontrando con una izquierda que parece atemorizada. Prisionera de un centro que sueña como la clave de su éxito electoral y cada vez más indefinida ante los retos de una sociedad en la que vemos cómo continúa imparable la desigualdad.
Frente a una derecha neoliberal que encuentra un hábitat perfecto en un mercado en el que siempre gana el más fuerte, la izquierda, y no solo la de este país, parece acomplejada. Absolutamente desubicada y, lo que es peor, sin el nervio ético y político que le permita ser en el siglo XXI lo que fue en siglos anteriores: una fuerza transformadora, un motor de cambio en nombre de la justicia social y también, por qué no, una utopía emancipadora. Una izquierda que en general, pero muy especialmente en España, olvidó en las últimas décadas forjar cívicamente a la ciudadanía, optando por el facilón carril de la domesticación y confundiendo el populismo paternalista con la justa protección de las y los más débiles.
En un contexto tan desalentador, en el que las identidades parecen ganarle peligrosamente la jugada a las urgencias redistributivas, no son de de extrañar liderazgos como el de Macron en Francia o el de Rivera y Arrimadas en España. El despegue de Ciudadanos no es solo el resultado del declive muy lento pero irremediable del corrupto e inactivo PP, sino también de la incapacidad de la izquierda para plantarle cara al neoliberalismo y para ofrecer un proyecto ilusionante con el que podamos recuperar la confianza en lo público. Ahí está el empequeñecido y desubicado PSOE para demostrarlo, como lo evidencia el estado vegetativo de IU, por no hablar de cómo las chicas y los chicos de Podemos insisten en reproducir casi al pie de la letra los peores defectos de la «vieja» política.
En el estado de domesticación que vivimos, alentado por la precariedad que parece haberse instalado para siempre en nuestras vidas, y ante la complejidad que supone armar un proyecto político que tenga como objetivo la igualdad real de todos y de todas, no es de extrañar que una propuesta tan perversa como la de Ciudadanos gane adeptos. En un mundo de lobos parece fácil que el que lleva la piel de cordero se gane los favores del respetable, además de que cuenta con todas las papeletas para confundir al personal con un discurso aparentemente moderno y rompedor. Un discurso que a duras penas esconde más de lo mismo, es decir, la santidad del mercado y el triunfo de la libertad sobre la igualdad, todo ello arropado por la seducción propia de un concesionario automovilístico. Un pack que por supuesto reproduce los pactos juramentados entre varones, tal y como pone de manifiesto una denominación partidista que excluye justamente a la mitad de la ciudadanía. Porque es evidente, o debería serlo, que Inés Arrimadas es ciudadana, no ciudadano.
Mientras tanto, la izquierda, o lo que queda de ella, languidece entre torpezas y confusiones, prisionera de eslóganes y con el lastre de tantos que se acercaron para convertir la política no en un servicio sino en una profesión. Tan correcta y educada como nuestra alcaldesa, tan buena gente como ella, pero sin la garra suficiente para dar un zapatazo y plantarle cara a quienes son ya los pescadores ganadores del río revuelto que amenaza con sobrepasar el dique de la decencia.
Este artículo fue publicado originalmente en Diario Córdoba.