Isaiah Berlin en Riga

Isaiah Berlin en Riga

"Periandro y un par de pescadores salen en su búsqueda. En el mar abierto se encuentran con Leopoldio, rey de Danea, procedente de la isla de Fuego, y a Sulpicia, hija de Cratilo, rey de Bituania. Arriban a una isla desconocida donde Periandro sueña con el Paraíso. Después de dos meses alcanzan el mar Glacial y a continuación Bituania. De este recorrido el lugar más controvertido es Bituania... La crítica ha estado de acuerdo en identificar Bituania con Lituania y, por tanto, situar la acción en el Báltico. Pero la situación en el Báltico obedece a la semejanza fónica y al empeño por encontrar un referente real, criterios que priman sobre los datos que aporte la propia ficción.

...

Cervantes, en definitiva, aprovecha la semejanza fónica para evocar un lugar irreal, sin precisión geográfica... que en el Persiles cervantino sugiere tierras heladas del norte."

Isabel Lozano Renieblas. Cervantes y el mundo de Persiles.

Inscripción en el edificio Boguslavskiy, Riga, Calle Alberta, 2 a. Fotografía del autor

Tierras heladas del norte; Isla bárbara. Debo confesar que eso era lo que evocaba para mí hasta ahora la mención de los Países Bálticos, ya fuera Lituania, ya Estonia o Letonia, unidas estas últimas bajo el apelativo medieval Livonia (Liwlandia, en ruso), limitadas por los golfos de Riga y de Finlandia, Rusia y Lituania. Es allí donde Cervantes sitúa el punto de partida de su última novela Los trabajos de Persiles y Segismunda, subtitulada Historia septentrional para evocar precisamente ese lugar frío e indefinido de donde arranca la peregrinación hacia la perfección en que consiste la última vuelta del camino literario con que Cervantes culminó su obra creativa, señalando una senda que después seguiría Goethe, al cerrar también la suya dos siglos más tarde con Los años de peregrinación de Wilhelm Meister.

En realidad, esa vaga evocación de los países Bálticos ha tenido para mí desde hace tiempo una excepción: la referencia que hacen las biografías de Isaiah Berlin y de Mark Rothko a su nacimiento en dos ciudades de la entonces Livonia rusa: Riga y Dvinsk (esta última denominada Daugavpils en la Letonia actual). Una visita a estos países durante el verano me ha permitido fijar el contorno en que vivieron su primera infancia estos dos grandes hombres que revolucionaron la historia del pensamiento y el arte de la pintura a lo largo del siglo XX. En esta entrada me fijaré en Berlin.

Isaiah Berlin nació en Riga en 1909, hijo de una familia de comerciantes de maderas, como la de mis padres, lo que ha sido siempre para mí un motivo adicional de identificación. El descubrimiento de la placa conmemorativa sobre su estancia en el edificio de apartamentos Boguslavskiy (Calle Alberta 2, a) durante sus primeros seis años de vida —hasta su traslado a Petrogrado (hoy San Petersburgo) en 1915, para huir de la Revolución rusa a Inglaterra en 1921— permite acercarse al impresionante espacio urbano en que se desarrolló la etapa que suele dejar una huella más señalada en nuestra biografía. Es algo sobre lo que no había leído nada, pese a haber devorado toda su obra y las principales biografías disponibles sobre Berlin.

Edificio de apartamentos Boguslavskiy, Riga. Fotografía del autor

Destacan ante todo las dos esfinges de estilo egipcio que guardan el edificio y las dos mujeres portando antorchas que parecen iluminar su elegante entrada, resaltada por seis bandas de azulejos rojos esmaltados que agudizan la verticalidad de la fachada, coronada por un ático meramente decorativo. La inscripción conmemorativa no indica en que planta vivió Berlin. Los apartamentos Boguslavskiy ocupan el primero de una serie de cinco edificios diseñados entre 1903 y 1906 por el arquitecto Mihails Eizenšteins (padre de Sergei Eisenstein, el cineasta soviético que filmó El Acorazado Potemkin y Octubre, también nacido en Riga) en la misma acera de la calle Alberta, entre los números 2a y 8. De él es también el edificio de la calle Strēlnieku 4ª, de1905 (actualmente sede de la Escuela de Economía de Estocolmo), y firmó igualmente al menos otros tres en la calle Elizabetes, uno de los cuales resulta casi emblemático del primer estilo Art Nouveau (Jugendstill) que domina todo este barrio —verdadera joya arquitectónica europea de comienzos del siglo XX—, con sus grandes máscaras mitológicas y corona de pavos reales, sobre una fachada de azulejos azules, como se observa en la foto nº 3:

Edificio de calle Elizabetes 10b (1903). Mihails Eizenšteins. Fotografía del autor

Desconociéndolo casi todo acerca de la historia de Letonia durante aquellos años, el choque que produce al visitante la contemplación de este barrio exquisitamente burgués resulta indescriptible. Situado al borde del círculo de bulevares que rodea el centro histórico de la ciudad, la personalidad de este ensanche urbano —característico de los grandes centros financieros, como lo era entonces Riga— resulta extremadamente atractiva: tranquilo; sin apenas espacios comerciales; con edificios que rivalizan en la riqueza y variedad de su decoración —respetando generalmente las reglas del Jugendstill—, el cuidado en el diseño de su mobiliario, sus puertas y ventanas, los rosetones que las coronan o el detalle de sus enrejados y balcones dotan al conjunto de una armonía que resulta extremadamente difícil de encontrar.

Me impresionó sobremanera la sobriedad y elegancia de la puerta metálica que da paso al patio de la casa en que nació Berlin, como se aprecia en la fotografía nº4. En cambio el interior del patio resulta tan monacal como buena parte de la arquitectura interior de los edificios públicos suecos de este siglo. Cabe recordar que durante más de un siglo Riga fue la ciudad más grande de Suecia, antes de ser incorporada al imperio ruso en 1721, hasta la Gran Guerra. Sobresale el contraste entre el color y la riqueza decorativa y simbólica de la fachada exterior y la sobriedad espartana y calvinista de este patio interior, en el que probablemente Berlin compartió sus primeros juegos.

Portalazo de entrada al patio del edificio Boguslavskiy, Calle Alberta, 2 a. Fotografía del autor

Igualmente llamativo es el contraste entre los dos estilos arquitectónicos que conviven en la calle en que nació Berlin: el estilo modernista (Jugendstill), que acompaña a la nueva pujanza de la burguesía comercial y financiera, y el estilo Romántico nacionalista, más propio de las antiguas clases dominantes, amantes de los estilos historicistas frecuentes en la Europa finisecular, frente al cosmopolitismo del Art Nouveau, contagiado a todo Occidente tras la Exposición Universal de París de 1900.

En la calle Alberta la pugna entre uno y otro está representada por el contraste entre las obras firmadas por Eižens Laube (fotografías 5 y 6) y las de Mihails Eizenštein (fotografías 7 y 8, además de todas las anteriores).

Calle Alberta, 11 1908, Eižens Laube

Calle Alberta, 12 1903. A. Pēkšēns/E. Laube

Los dos edificios de Laube reflejan bien la obsesión nostálgica por recuperar el pasado, propia de la arquitectura nacionalista. El primero parece simular un lúgubre bastión medieval, con sus dos torretas y sus portones de piedra almohadillada, mientras el segundo muestra un regusto barroco y ofrece al paseante la impresión de encontrarse ante un castillo de hadas. Los de Eizenštein, en cambio, muestran un verdadero catálogo de los recursos decorativos del estilo moderno, que no trata de reproducir sino de crear algo nuevo, alimentándose de todo tipo de elementos: formas observadas en la naturaleza; imágenes y estelas de la antigüedad egipcia, recién recuperada; figuras y máscaras mitológicas y todo tipo de elementos geométricos. En suma se trata del contraste entre el redescubrimiento del pasado y la creación de algo moderno, nunca antes visto: antiguos versus modernos.

¿Tuvo la contemplación de estas dos formas de entender la ciudad alguna repercusión sobre la obra del gran pensador? Paseándome por su barrio en Riga se me ocurrió que ese contraste guarda un gran paralelismo con lo que significa la obra de Berlin para la historia de la Filosofía política, porque fue él quien rompió la corriente que había venido interpretando de manera unánime que los valores se aprenden o descubren, ya se encuentren en la naturaleza humana, ya en un mundo ultraterreno —Axial, como dijeron Jaspers y Eisenstadt—. Berlin observó que al final de la Ilustración, y en contra de ella, emerge una nueva corriente que dominará el mundo moderno según la cual los valores no se encuentran en ninguna parte, sino que son una creación humana; no se descubren ni se aprenden sino que se crean.

Edificio de calle Alberta, 4 (1904). Mihails Eizenštein. Fotografía del autor

Edificio de calle Alberta Street 8, 1903. Mihails Eizenštein. Fotografía del autor

Pertrechado de esta idea, extraída de pensadores románticos marginales, Berlin revolucionó la filosofía política dándole la vuelta al conocimiento aprendido (poniendo verdaderamente la cabeza sobre sus pies, como pretendía Marx con su materialismo). Unos, los marxistas, habían considerado a los valores como una especie de excrecencia emanada del contexto material, a los que cada uno se adscribe en función de sus condiciones existenciales, ya que "el ser determina la conciencia". Otros, los pensadores monistas, consideraban el elenco de valores humanos como algo dado y perfectamente jerarquizado de una vez para siempre, negando el pluralismo.

Para Berlin, en cambio, si los valores son una creación humana existe un amplio espacio para la diversidad, y también para la evolución histórica de los mismos. Eso es lo que había escrito Vico. Al mismo tiempo, existen elencos de valores para distintas esferas de la vida humana, no necesariamente amalgamables y jerarquizables bajo criterios comunes, como había demostrado Maquiavelo, cuya originalidad, según Berlin, consistió en independizar la esfera de los valores políticos respecto a los de la moral individual. Hay quien piensa que tal actitud conduce al relativismo. Berlin lo niega: existe un núcleo de valores considerablemente jerarquizado que ha recibido la anuencia de la inmensa mayoría de los seres humanos durante largos períodos de tiempo, y por eso son considerados como la esencia del humanismo. Pero se trata de una evidencia empírica, no de una verdad revelada. Salvado ese núcleo, existe pluralismo y capacidad de creación de nuevos valores o nuevas jerarquías y hay que evaluarlos y elegir entre ellos pues no todos son compatibles entre sí. Esa es precisamente la esencia de la libertad.

Algo así puede verse en la calle Alberta de Riga: Laube creía que la arquitectura se encontraba escrita en los anales de la nación y había que aprenderla y recuperarla. Desde la acera opuesta, Eizenštein postulaba que había que recrearla. Felizmente Berlin nació y vivió en la acera de Eizenštein.

Síguenos también en el Facebook de El HuffPost Blogs