No es la izquierda, son sus líderes
¿Qué esperan de los votantes Sánchez e Iglesias? ¿Devoción eterna?
No es posible explicar lo que no se entiende. Y el fracaso colosal, la decepción mayúscula que supone que los dos principales partidos de izquierda hayan sido incapaces de negociar con las luces largas hasta propiciar un Gobierno progresista es algo imposible de explicar.
Porque no se entiende que la pretendida negociación se haya centrado en buscar culpables y no en encontrar un posible acuerdo; es incomprensible que tanto el PSOE como Unidas Podemos hayan cerrado una de las semanas políticas más bochornosas que se recuerdan, con filtraciones, propuestas de última hora y más interés en buscar a la desesperada el destello de un foco que la media luz propia de una negociación que se alarga hasta el amanecer.
La gobernabilidad no es un tablero de ajedrez, una partida de mus o un capítulo de House of Cards. Gobernar requiere de responsabilidad y, para negociar, es requisito imprescindible imponer la fuerza de la humildad. El PSOE necesitaba tanto a Unidas Podemos como Unidas Podemos al PSOE. Algo tan básico que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han empeñado en ignorar.
No se entiende, en fin, que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias crean con sinceridad que pueden salir reforzados en una repetición electoral. ¿Votar a PSOE o a UP en noviembre para qué exactamente? ¿Para que vuelvan a torpedear un gobierno progresista desde el minuto después a que se cierre la última urna? No todos los votantes son militantes, y el hartazgo por lo visto estas semanas y la decepción por no haber cumplido el mandato recibido en las urnas es algo que les pasará factura. A unos y a otros.
¿Qué esperan de los votantes Sánchez e Iglesias? ¿Devoción eterna? No, no la van a tener. Porque, al margen de quién haya sido más o menos responsable del fracaso de esta investidura, al español medio le atenaza la certeza de que ambos son parte del problema y que con ellos no hay solución posible. ¿Qué esperar de dos políticos que han constatado, demostrado queda, que ni siquiera son capaces de entender que el juego político ha cambiado, de que para gobernar hay que pactar, sí o sí, y que las mayorías sólo pueden conseguirse ya con acuerdos? Ni siquiera han entendido algo tan elemental.
El problema no es la izquierda: en las últimas semanas esa izquierda que teóricamente no se pone de acuerdo jamás ha cerrado pactos en comunidades y ayuntamientos que deslegitima la tesis de los más escépticos. No, no es un problema ideológico, sino de líderes y consejeros cuya complejidad tacticista no es infalible.
Y mientras tanto a los votantes que gritaron “¡Con Rivera no!” a las puertas de Ferraz durante la noche electoral se les congela la sonrisa, se les evapora el entusiasmo y se contagian de un cabreo viral que ningún relato podrá mitigar.
Porque en noviembre el relato no votará, pero sí lo harán millones de personas que ahora mismo lidian con los sentimientos de decepción y cabreo.
Para combatirlos no hay relato que valga.