Inmunidad frente al ridículo
Contra el viento, el barco va hacia atrás. La solución para llegar a la boya y ganar barlovento es navegar en zigzag.
Hace muchos años, en 1971 y 1972, en un campamento de iniciación a la vela en la bocabarranco de Puerto Rico (Gran Canaria), en aquellos primitivos Optmist de chapa, uno de los monitores explicaba al centenar de chiquillos aspirantes a lobo de mar que es imposible navegar contra el viento. “Contra el viento, el barco va hacia atrás”. La solución para llegar a la boya y ganar barlovento es navegar en zigzag. Algunos de los alumnos fueron tiempo después campeones de España, de Europa, del Mundo y desde 1982 en Barcelona, campeones olímpicos
Tal como están las cosas políticas en España quizás sería prudente organizar uno de aquellos campamentos náuticos para la ‘clase política’ y otras clases, como la judicial, a punto de inaugurar solemnemente una nueva prórroga del CGPJ que le dé nuevos bofetones a la Constitución, a la que han jurado defender pero que burlan con insultante altanería.
Sí, dentro de unas horas, Carlos Lesmes con sus medallas, collares y vistosas puñetas de ganchillo criticará ante SM el Rey el prorroguismo, como siempre, pero los prorrogados probablemente no se moverán. Y eso plantea, por la ‘acrisolada’ contumacia que indica un ánimo perverso, una cuestión de fondo: ya el español no tiene derecho, se le ha escamoteado al juez predeterminado. Con lo que falla, por carcoma, uno de los pilares básicos del sistema.
La Constitución cuenta con un mandato imperativo: los vocales del CGPJ tienen un mandato de cinco años. A partir de ese momento, se vicia el procedimiento. Aplicando la lógica de uso general y asequible, incluso a los idiotas, todas las sentencias en prórroga forzada estarían viciadas. Bruselas ha advertido reiteradamente a España de que va por mal camino y puede haber consecuencias. Se lo ha dejado claro al Partido Popular, que es el ‘bloqueador’ acreditado. Para justificar su negativa siempre hay una condición. O sea: la Constitución se acepta con condiciones.
Feijóo ha sido claro a la gallega manera: “Yo no puedo decir sí a Pedro Sánchez cuando perjudica a España”. Aaaaamigo. Y se cabrea cuando el PSOE filtra que en octubre de 2021, hace casi exactamente un año, el socialista Bolaños y el conservador Egea firmaron un acuerdo para renovar el TC. “Es trilerismo”, lanzaron desde Génova. Pero la verdad es que trilero es el que esconde el garbanzo. Esa maniobra sería en todo caso una táctica de transparencia, o algo así, para acabar con los cuentos.
Hasta poco antes de llevar al Congreso las medidas de ahorro energético, muchos medios de comunicación, incluso los más pertinaces y caraduras de la desinformación, titulaban variaciones, combinaciones y permutaciones sobre este tema: el PP alienta el rechazo al plan de ahorro energético del Gobierno en vísperas de su entrada en vigor. Siguiendo la técnica habitual, Sánchez había ideado un proyecto que era el mal absoluto sin mezcla de bien alguno. “España —decía Bendodo— necesita una estrategia energética ajena a la ideología”.
“Los impuestos a la banca y a las eléctricas son el peaje de seguir (Sánchez) en la Moncloa”. ¿Pero acaso puede haber una estrategia sobre lo que sea, energética, urbanística, pesquera,… sin carga ideológica? ¿Es razonable que, en unos momentos dramáticos, principalmente por la guerra de Putin, estas empresas y sus altos ejecutivos tengan beneficios ‘históricos’ debido a la especulación en la tragedia, mientras los países se empobrecen? Me acuerdo de los ‘diamantes de sangre’, no sé bien por qué. O sí. Bueno, el dictador Franco daba este consejo a altos cargos institucionales en la ceremonia del cabezazo en el Pardo: “Haga usted lo que yo, no se meta en política”.
Todo estaba mal. La ‘excepción ibérica’, para ponerle un tope al precio del gas, era motivo de risa y escarnio público; igual que el gaseoducto desde España a Francia, para compensar el cierre del grifo por parte de Putin enviando a Centroeuropa el gas licuado regasificado en las plantas españolas que trabajan, nunca mejor dicho, a medio gas. Pero la UE iba por ese camino. Las grandes medidas ‘políticas’ que planteó España se están adoptando como propias en Bruselas. El Español: “El precio de la luz se desploma un 36,4%, su nivel más bajo desde junio”.
No solo la presidenta de la Comisión, la ‘popular’ alemana Ursula von der Leyen, aplaude a Sánchez y no solo no para de alabar la gestión de los fondos Next Generation, que los populares trataban de desprestigiar en Bruselas y otras capitales influyentes, sino que reconoce las “limitaciones del actual diseño del mercado de la electricidad”.
Y Charles Michel, el liberal belga presidente del Consejo Europeo, sigue esta senda: “El problema de los precios es enorme. Necesitamos actuar ya en el mercado”. En El País (sábado 3 de septiembre) concreta: “Todos entendemos el papel del gas en la definición de los precios de la electricidad en circunstancias normales, pero no estamos en circunstancias normales. Muchos mandatarios abogan por desvincular el precio del gas y de la luz. No debemos evitar más este debate”. Qué es, precisamente, lo que pretende el PP. Sus portavoces no pueden ser más claros: hay asuntos que no se pueden tocar. Si ya se pusieron de los nervios por el consejo de la corbata, una anécdota, imagínense ustedes si las medidas de ahorro son ‘a mayores’.
Si hoy es martes, el presidente del PP y el presidente del Gobierno tendrán su primera confrontación electoral en el Senado. Y las intervenciones se ajustarán al guion habitual en estas circunstancias. Pedro Sánchez reflejará con crudeza las consecuencias de la invasión de Ucrania y la situación de emergencia que vive la Europa democrática. Como es normal en un gobernante, destacará la gestión de su gobierno y los datos en que se apoya. No eludirá, probablemente, las muestras de liderazgo en la UE: muchas de sus iniciativas más discutidas en el interior han sido asumidas y bendecidas en el exterior.
Si ha lugar, que todo depende de que su el debate se ajuste escrupulosamente o no a la cuestión del ahorro energético, que va muy bien, pondrá como ejemplo la reforma laboral. El resultado acumulado ha sido fenomenal aunque la nueva crisis presagie contratiempos.
En fin, lo normal es que Sánchez presuma de datos. Los hechos constituyen el mejor relato, como sé que piensa la vicepresidenta Nadia Calviño. La ficción en política pertenece al género profético o al del cuento. La gestión de un Gobierno son las cifras. Los resultados. Y pese a las deficiencias crónicas del país, las estadísticas son por ahora generalmente positivas. La rebaja de los billetes de tren y autobuses ha tenido un éxito inmediato. Y el problema catalán, encima, se ha desinflamado.
Por lo tanto, el PP y sus medios entregados hablarán de triunfalismo, que es lo habitual en estos lances. Y a falta de números, que avalen sus predicciones trufadas de catastrofismos y malos augurios, usarán el hilo de sus argumentos más queridos y por ello habituales: el despilfarro, la imprudencia, el sectarismo, el pacto con los separatistas, ETA, las víctimas, la memoria, el combustible que ya calienta motores en el circuito conservador... Tampoco, como es natural, hay que descartar alguna sorpresa.
Y claro, el bálsamo de Fierabrás que es la rebaja de impuestos, de todos los impuestos, independientemente de que en toda Europa ya se hayan rebajado si bien de una forma asimétrica pero con la misma finalidad: mantener el Estado de bienestar o estado social pero auxiliando con un panel de medidas fiscales o de ayudas a cargo del Presupuesto y de la deuda, a los sectores críticos y a la clase media y trabajadora. Por eso, en los Veintisiete ya prende la idea, sobre todo tras el Brexit y el continuo incordio británico, de empezar a exigir a las multinacionales y grandes empresas que paguen según sus beneficios. Y que las pymes y los empleados no sean siempre los que asuman los fracasos bancarios o los beneficios indecentes de las industrias que sacan tajada de la especulación. Y menos lobos, tacirupeca.
Pero Feijóo, es doctrina del PP, quiere impuestos mínimos para garantizar un estado mínimo donde la iniciativa privada sea la beneficiaria de los beneficiarios. El extremismo de esta modalidad lo tenemos en el ‘ayusismo’. Y de forma más brumosa y disimulada en el feijóoismo aplicado por la Xunta. Pero mucho me temo que las cañas irán sustituyendo a los centros de salud de los barrios, y más cosas, hasta que acabe la siesta y las redes sociales sean sociales y no para la pesca de incautos.