¡Infeliz Año Nuevo!
Sinceramente, no es que les desee un año infeliz, pero tampoco crean que la felicidad es lo que más les deseo
Nuestros padres se deseaban “una feliz Nochevieja y un próspero Año Nuevo”. Así. Con esas palabras y por ese orden. Y, sin saberlo, estaban ejerciendo toda una teoría acerca de la felicidad y la prosperidad. Todo un ideario político. La felicidad puede predicarse de momentos concretos, de estados puntuales que, efectivamente, tendrían un tono hedónico positivo o negativo. Por el contrario, los doce meses entrantes tienen que ser juzgados atendiendo a otros valores menos banales, por ejemplo, la prosperidad. El paso de las décadas cambió el mensaje: no hemos llegado al absurdo de desear una próspera Nochevieja, pero sí hemos contemplado la invasión imperialista que la felicidad ha practicado sobre todo lo que es deseado y deseable en la condición humana, incluso referida a un año entero.
La penetración de la idea de felicidad en la política ha sido insidiosa. La Constitución de los EEUU declaraba su búsqueda como un derecho —humano, claro; no hay derechos no humanos— otorgado por dios a los ciudadanos americanos, y este año hemos visto en un cartel firmado por Podemos la constatación jurídica del derecho a ser felices de todas las personas, esta vez otorgado por Irene Montero. La fina línea que une a Thomas Jefferson con Pablo Echenique ratifica el tan citado dicho de Marx: todo en la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia y la segunda como comedia. Bajo el neocapitalismo psicológico se ha de revisar la Declaración Universal de los Derechos Humanos para incluir en primer lugar la felicidad subjetiva.
Permítanme que a este respecto no haga ninguna distinción entre la derecha y la izquierda, ya que en el happypapanatismo tal distinción tiene la misma relevancia que la que separa a los políticos con gafas de aquéllos que no las llevan. Si hay algo que tienen en común todos los servidores públicos —conservadores y progresistas, liberales y socialdemócratas, aquéllos cuya palabra tiene al menos veinticuatro horas de validez y Pedro Sánchez— es su apoyo a la reconversión del espacio político en un gran centro comercial en el que ir a la caza de clientela. Bueno, también tienen en común el absoluto desprecio que sienten por las víctimas de los asesinatos machistas, como indica el uso instrumental y partidista que hacen todos de ellas según estén en el Gobierno o la oposición, pero eso es otra columna.
Tengan ustedes un año venturoso, próspero, lleno de salud y en el que les salgan bien todos los proyectos que emprendan. Tengan un año en el que disfruten de la compañía de sus seres queridos, pero sin darse mucha cuenta de que lo están haciendo, ya que eso indicará que se atienden poco a sí mismos —el predictor de buena salud mental más potente que existe—. Sobre todo, tengan un año con sentido, con dirección, que haya ido a algún lado, en el que no sean los mismos al empezarlo y al terminarlo. Un año que haya valido para algo. Cuya existencia no haya sido indiferente. Cuya valoración vaya más allá de restar incomodidades a las comodidades. Sinceramente, no es que les desee un año infeliz —como sugiere el cínico título de la columna— pero tampoco crean que la felicidad es lo que más les deseo.