La disolución de ETA tras 60 años de horrores y crueldad es una noticia extraordinaria que solo puede glosarse a partir del recuerdo de las víctimas, de la brutal injusticia de su sacrificio y del dolor de sus familias. Una noticia extraordinaria cuya gestión e interpretación va a necesitar ser muy vigilada, porque ETA debió haberse retirado en silencio y con la cabeza gacha, pero no lo va a hacer así. Y con la escenificación de dicha disolución mañana en Cambo-les-Bains, en Francia, y con sus mensajes de cierre, ETA está demostrando que quiere presentar su derrota como un simulacro de acuerdo de paz, o más aún, como un noble gesto de magnanimidad y amor a su patria. Y eso cabe deducir de la lectura del comunicado de ayer, en el que ETA confirma su desenfoque de origen. Se disuelve, dice, porque da por concluido su ciclo histórico y su función. Es el engreimiento final de quienes se erigieron por su cuenta en conciencia redentora de su pueblo con licencia para matar, y aún se creen la voz más autorizada para interpretar la historia y sus tiempos. Y que no se atreven a afrontar una verdad insoportable: que los espantos que provocaron fueron, además de ilegales e inmorales, inútiles; que sus propios sacrificios no sirvieron para nada; y que su objetivo de imponer por la fuerza un pensamiento único fracasó.
Pero, en fin, bienvenida sea su disolución. Y miremos hacia delante, como lleva haciéndolo hace tiempo la sociedad vasca con gran voluntad de concordia, bajo la dirección, a mi juicio, muy certera del lehendakari Urkullu. Lo fundamental ahora es lo que digan y piensen los ciudadanos vascos de Euskadi, todos ellos, que no van a curar ni fácil ni pronto sus muchas heridas en carne viva, y que no se tienen que desesperar persiguiendo la ilusión imposible de construir un relato único y compartido, ni tampoco tienen que creer a los que le dicen que éste es un cierre en falso, con muchos cabos sueltos. Ningún drama histórico concluyó haciendo justicia plena. Es durísimo para las víctimas y sus familias, pero es así. Hemos dicho otras veces y recordado el caso máximo, Núremberg, símbolo perfecto de un final sin la menor ambigüedad entre vencedores y vencidos, que juzgó sólo a 24 dirigentes nazis. Muchísimas responsabilidades quedaron en el olvido. Y es que todos los cierres históricos son, sobre todo, actos de voluntad y apuestas de futuro. Tampoco se ha dado nunca la memoria histórica unánime. Aún quedan nazis que defienden las doctrinas de Hitler y en España se publican a menudo libros que apoyan la sublevación del 18 de julio del 36. En torno a la propia lucha contra ETA y el desenlace, ¿hay acaso acuerdo sobre el papel que jugaron los gobiernos del PP y del PSOE?
El mundo entero está atravesado por controversias del pasado que se prolongan durante décadas, incluso siglos. Lo que sí cabe, lo que es realista, posible, y útil, es construir el mínimo común de una lección, de una moraleja compartida, al menos eso. Y el pueblo vasco tiene la obligación de construir ese mínimo común, esa lección, esa moraleja que todos, aunque sus sentimientos sobre lo ocurrido sean radicalmente distintos, puedan transmitir a las siguientes generaciones sin fisuras, como un principio sagrado. Por ejemplo, ésta: las ideas se defienden sólo con ideas. El uso de la violencia para imponerlas conduce a la catástrofe.