Hungría vota: ¿resiste el autoritario Orbán o hay vuelco con toda la oposición en su contra?
El líder de Fidest, iliberal de libro, ultranacionalista y ultracatólico, cada día menos proUE, ve amenazado su liderazgo por primera vez en 12 años. La alternativa es Péter Márki-Zay,
Este 3 de abril, Hungría afronta un punto de inflexión en su historia reciente, más que unas meras elecciones legislativas. Los ciudadanos tienen que decidir si la Alianza de Jóvenes Demócratas-Unión Cívica Húngara (Fidesz) del primer ministro Viktor Orbán permanece en el poder, en el que ya lleva 12 años, frente a una coalición de toda la oposición unida encabezada por el alcalde de Hódmezővásárhely (48.000 habitantes), Péter Márki-Zay. Una mezcolanza que va de la derecha radical a la izquierda y que tiene por objetivo el cambio de ciclo, el retorno pleno a la doctrina europea y la recuperación de libertades perdidas en estos años de Orbán.
Las encuestas de esta semana aún dan la victoria a Fidesz, pero por la mínima: lograría entre un 42 y un 50% de los votos, frente al 40-45 de sus adversarios, la alianza bautizada como Unidos por Hungría (EM). Orbán logró un 49,3% en los comicios de 2018, por lo que no se está dando necesariamente ni una pérdida de confianza enorme en el partido en el Gobierno ni un aumento de las tendencias progresistas -el propio Márki-Zay es conservador-, sino que el verdadero fenómeno es la unidad de acción, el todos a una. Los opositores confían en un efecto “ahora o nunca” que saque de sus casas a esos electores que pensaban que nunca se podría batir a Orbán.
Orbán, con estas horquillas, podría seguir ganando pero ya no tendría, de seguro, los tres tercios de la Asamblea Nacional húngara (199 escaños), el rodillo que ha tenido en sus tres mandatos pasados y que le han permitido hacer de todo, desde controlar efectivamente gran parte del panorama mediático del país a torcer las reglas electorales a su favor. Podrá ser quien mande, pero no cambiar de raíz el sistema, en una mezcla de autoritarismo e iliberalismo -la foto de Orbán ilustra la entrada de la Wikipedia al respecto, si vale de referente- que sitúan hoy a Hungría como una “democracia deficiente” o “régimen híbrido”, aquel que no acaba de ser democrático pero tampoco dictatorial.
Orbán ya había sido primer ministro entre 1998 y 2002 pero otra coalición, en este caso de socialistas y liberales, acabó con el sueño del que fue el primer ministro más joven de Europa, con 35 años. Ahora, a sus 58 quien fuera un estudiante de Derecho melenudo y anticomunista, quiere un cuarto mandato para asentar más aún la “revolución conservadora” que lo aupó de nuevo al cargo. Sin líderes que le hicieran sombra, echando mano de un discurso hipernacionalista y sacando rédito del desencanto de la crisis económica, se fue consolidando.
En los últimos años, gracias a su poderío parlamentario, ha logrado cambiar la constitución nacional, ahora ultraconservadora y confesional -católica, claramente-, ha reformado la ley electoral para que su partido logre mejor representación y ha limitado sobremanera derechos como la libertad de expresión y la de los profesionales de la justicia, al tiempo que recortaba sin piedad en servicios públicos.
Los húngaros han ido viendo recientemente que no es sólo el ansiado prócer de otros tiempos, que debía salvarles de las vacas flacas, sino que están preocupados por la falta de respuestas en la atención médica -la pandemia de coronavirus ha descubierto que el agujero era aún más hondo de lo esperado-, el aumento de la inflación y el estado de la educación, en todos los niveles. En paralelo, se ha endurecido su imagen con la guerra sin cuartel planteada a las personas LGBT+ (las parejas del mismo sexo no pueden adoptar y se quiere impedir que se hable de homosexualidad en los colegios), por la persecución de la prensa crítica (Orbán es el primer líder europeo que entra en la lista de los depredadores de prensa de Reporteros Sin Fronteras, en la zona naranja de peligro mundial), y por la corrupción, desde acusaciones de robo de fondos europeos a nepotismo.
Si a eso se le suma un acercamiento creciente a Rusia y China, que no son precisamente los mejores socios de Europa pero cuya propaganda, sobre todo del primero, corre por el país, las dudas crecen. No obstante, el voto fiel de Orbán sigue firme y hasta ha mejorado en las encuestas tras la invasión de Ucrania ordenada por su colega Vladimir Putin. Primero trató de nadar y guardar la ropa, mostrando equidistancia, convocando protestas que pedían “no a la guerra” sólo con las banderas de su país, porque enfocaba todo desde un prisma nacionalista. No nos metemos, que nos conviene, por resumir. De hecho, Orbán fue el último líder europeo en condenar el ataque y hasta se ha negado a que pasen por su territorio armas de la OTAN para ayudar a Ucrania. Soldados, sí. Los sondeos dicen que su postura le ha hecho ganar un punto y medio en intención de voto.
Márki-Zay ha prometido revitalizar justamente la cooperación con la OTAN y alejar a Hungría de Rusia, enmarcando efectivamente la cita con las urnas como una elección entre Moscú y Occidente. EM fue muy explícito en sus críticas a Orbán a medida que la crisis en Ucrania se agudizaba. Acusó a Orbán de apaciguar a Moscú después de que viajase allí para negociar envíos de gas a principios de febrero, semanas antes de que Rusia invadiera Ucrania.
Provocando en Bruselas
Orbán ha recurrido al ultranacionalismo para encararse con la Unión Europea. Junto a Polonia, se ha propuesto la retirada de fondos comunitarios si no cumple con el estado de derecho, con los principios fundacionales de la UE. Budapest y Varsovia han bloqueado negociaciones y repartos de ayudas. La excusa es que su participación en el club comunitario debe basarse en la “soberanía nacional” y lo que beneficie a Hungría, en seguridad y fronteras, con la familia y los valores cristianos como base. Todo lo demás, desde el asilo a refugiados al multiculturalismo, pasando por la solidaridad entre estados, le sobra.
Suponiendo que Orbán continúe con sus esfuerzos por socavar el estado de derecho y desmantelar las libertades civiles si gana, la UE deberá tomar medidas urgentes para disciplinar y disuadir a los aspirantes a autócratas dentro del bloque. Con el Tribunal de Justicia Europeo afirmando que la UE podría retener fondos de los estados miembros bajo un mecanismo de condicionalidad del estado de derecho, Bruselas no debería dudar en castigar a Budapest por violaciones flagrantes de la ley de la UE. Será uno de los nudos gordianos de este año en el edificio Berlaymont.
Europa no puede expulsar a los miembros que cometieron errores, tienen que pedir irse, como en el caso del Brexit, por lo que estas sanciones financieras se encuentran entre las herramientas más poderosas que tiene el bloque para castigar a países en retroceso como Hungría y Polonia. La UE debería usar esa herramienta para mantener la presión contra esos Gobiernos y disuadir a otros actores iliberales florecientes dentro del bloque, en particular Eslovenia, donde los derechos políticos y las libertades civiles se han deteriorado rápidamente bajo el primer ministro Janez Janša. La meta es evitar el surgimiento de otro Orbán.
Por eso en estas elecciones, en realidad, se juega por todo esto el futuro de Europa, más que de un sólo país. Si el EM vence, puede servir como modelo para revertir el declive democrático en las urnas y la tendencia a la derecha radical que se está produciendo en la UE -España incluida-, para la que Orbán es un referente de machote que hace las cosas como Dios manda. Su programa es muy heterogéneo, lógico viniendo de una suma de siglas, pero hay valores comunes y firmes como el impulso a la democracia y el retorno a los valores europeos.
Sin embargo, si Fidesz retiene el poder, la UE finalmente tendrá que continuar con los esfuerzos atrasados desde hace mucho tiempo para enfrentar a un Gobierno que empieza a tener de democracia el cascarón, poco más que unas elecciones. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) mandará, a petición del Gobierno, una misión para supervisar las elecciones. Hasta ahora sólo había pasado una vez en la UE, en Bulgaria (2013). Ya se están produciendo las primeras denuncias de fraude. El éxito electoral de la oposición húngara -o de cualquier coalición a favor de la democracia- depende en gran medida de su capacidad para subrayar las consecuencias negativas y tangibles de la continua erosión democrática.
La novedad de una coalición prodemocracia
Unidos por Hungría incluye una impresionante variedad de rivales ideológicos, desde el Partido Socialista Húngaro de centroizquierda -no hay mucha izquierda radical en el país, más que algún grupo residual- hasta el derechista Jobbik, que en las pasadas elecciones fue la segunda fuerza, con el 19,1% de los sufragios. La excesiva atomización del panorama parlamentario fue lo que hizo que, en 2018, Orbán saliera ganador, arrollando.
Márki-Zay ganó las reñidas primarias de la oposición el año pasado y desde entonces se ha comprometido a revertir muchos de los peores abusos de Orbán. Comenzó su carrera como independiente, en el municipalismo, desde la derecha, pero hasta hace nada ha sido un verdadero desconocido. A sus 49 años, en política apenas desde 2018, los ciudadanos le ven como más europeísta y limpio que su oponente pero, también, menos patriota. El populismo, en esa cancha, ha coronado a Orbán.
“Necesitamos a Europa, no a Putin”, se ha convertido en uno de sus mantras en esta campaña con guerra al fondo. Tiene claro que se puede ser conservador y defensor de la familia -siete hijos tiene- sin arrastrar por el barro la democracia. Los de Fidesz dicen que es el candidato de la izquierda, azuzando el miedo, pero él responde: “de todos los que quieran una Hungría y una Europa mejor”.
Un Gobierno de Márki-Zay se uniría a la Fiscalía Europea, lo que a la vez fortalecería los esfuerzos anticorrupción del Ejecutivo y reduciría la fricción con Bruselas. Ese movimiento estaría en línea con las opiniones declaradas de los húngaros sobre la UE, que son realmente positivas: alrededor del 62% de los encuestados húngaros dijeron que la membresía en la UE era algo bueno cuando respondieron la encuesta del Eurobarómetro de finales de 2021.
Márki-Zay ha hecho campaña sobre temas de creación de consenso para mantener unida su diversa y tenue alianza anti-Fidesz. Esa alianza haría bien en mantener esa actitud si llegara al poder en abril. Si la oposición unida no es capaz de superar este obstáculo inicial y Fidesz es reelegido, la UE finalmente se verá obligada a enfrentarse a un Orbán, resurgido y envalentonado. De Budapest a Bruselas, los defensores de la democracia tendrán que preguntarse: ¿Y ahora qué?
La reelección de Orbán sería una vuelta de tuerca, permitiría a Fidesz reforzar su control sobre los medios de comunicación y las instituciones estatales y podría hacer que la democracia húngara esté efectivamente inactiva en el futuro. Durante estas críticas elecciones, los votantes húngaros tienen su mejor oportunidad, y posiblemente la última, de cambiar de rumbo.
Los resultados repercutirán en su día a día y, también, fuera de Hungría.