Hombres y disturbios
La identidad masculina ligada a la violencia es consecuencia de una cultura machista que se puede modificar.
Nada ayuda a encontrar un retrato robot o un perfil en los disturbios que han ocurrido estos días; ni las ciudades, que se mueven desde Barcelona a Logroño y desde Ibiza a Vitoria; ni los barrios donde se han llevado a cabo, unos son obreros de la periferia y otros del centro urbano; tampoco los grupos, algunos con miembros de la ultraderecha y de “comandos” antisistema, otros de “negacionistas” y ultras de equipos de fútbol; ni tampoco las acciones que realizan, unas veces altercados con quema de contenedores y destrozos del mobiliario urbano, y otras con saqueo de comercios.
Nada lleva a encontrar elementos comunes más allá de la violencia, tal y como destacan las informaciones y los atestados elaborados, lo cual demuestra la ceguera sobre el elemento común a todos ellos, que es el hecho de que la mayoría de las personas que integran estos grupos violentos son hombres.
Y lo sorprendente de esa amaurosis social incapaz de ver ese elemento común, no es porque no sean conscientes de que la inmensa mayoría de esos violentos son hombres, sino que dan por hecho que lo son como parte de la normalidad.
La misma sociedad que niega la relación entre masculinidad y violencia es la que asumeque la mayor parte de las personas violentas, en grupo o actuando de forma individual, son hombres. Esta situación es el reflejo de la paradoja que revela la aceptación de ese modelo, no su desconocimiento, y que toda la estrategia basada en la “falacia de la minoría”, que recurre al argumento de que son “unos pocos” frente a la mayoría, es verdad se trata de un razonamiento más para defender el modelo minimizando sus consecuencias.
Esa idea de reducir el daño abordando el resultado, en realidad supone mantener las circunstancias causales que siempre producen consecuencias negativas y dolor en sus distintas expresiones, aunque la respuesta puntual a cada suceso mejore.
¿Ustedes creen que estos hombres violentos capaces de destrozar el mobiliario urbano, saquear comercios, atacar a la policía… son personas que cuando tienen un conflicto con sus parejas dialogan de manera razonada, o que aceptan otras posiciones y las ideas de otras personas que no piensan como ellas?
Son hombres sembrados de violencia que la masculinidad tradicional ha introducido para que se comporten de manera coherente con su hombría, y para que el resto de los hombres de esos grupos los reconozcan como más hombres, pero también para que, según su modelo y sus preferencias, demostrar su virilidad ante las mujeres de su entorno.
Por eso hay una retroalimentación positiva hacia la violencia, de manera que aquel hombre que lanza los mensajes más violentos en la reuniones y en la redes suma puntos, el que en las protestas se pone en primera línea frente a la policía suma puntos, el que les arroja un adoquín suma puntos, el que vuelca un contenedor suma puntos, el que luego le prende fuego suma puntos; y si alguien lanza un cóctel molotov al furgón de la policía suma muchos puntos, lo mismo que los que rompen los escaparates de los comercios, los que destrozan cajeros, o los que saquean tiendas…
Todo forma parte de una violencia donde el factor masculino es la clave en su inicio, desarrollo y valoración final.
Y el hecho que demuestra que forma parte de ese modelo androcéntrico en el que la violencia aparece unida al poder, es la utilización que se hace de los disturbios. Por eso la ultraderecha culpa a extranjeros y a la izquierda con el objeto de defender sus ideas, miembros de la izquierda culpan a la ultraderecha para reforzar sus posiciones, los antisistema culpan a las decisiones del Gobierno, y los comerciantes a la deriva de una pandemia cada vez más descontrolada.
Que la mayoría de los protagonistas de la violencia en los disturbios sean hombres, no significa que la mayoría de los hombres sean violentos, intentar cambiar el sentido del argumento, como habitualmente sucede cuando se plantea la relación estrecha entre hombres y violencia, confirma esa relación y el interés en desmarcar de la masculinidad la violencia que muchos hombres utilizan de manera voluntaria en las circunstancias que ellos deciden.
La Universidad de Granada está desarrollando en estos momentos un curso (gratuito y con la matrícula abierta hasta el 16 de noviembre), sobre “Masculinidad y violencia”, donde se estudia esa realidad histórica común en todo el planeta, hasta el punto de que el 95 % de los homicidios son cometidos por hombres (ONU,2013), y en el que se analizan todas las circunstancias que permitan avanzar hacia la erradicación de los factores estructurales que llevan a los hombres a utilizar la violencia como una opción válida a pesar de las consecuencias.
Nada es casualidad cuando se habla de masculinidad y violencia, en el momento actual, a un día de las elecciones presidenciales americanas, ya se está planteando la posibilidad de que grupos de hombres armados y violentos actúen con violencia para generar disturbios si el resultado no se corresponde con lo que ellos consideran que debe ser. Y no se trata sólo de una cuestión aislada, individual o grupal, sino que el propio presidente Donald Trump ha lanzado y potenciado ese mensaje desde una masculinidad machista de la que ha hecho gala en el ejercicio de sus funciones para defender sus ideas, valores y la posición de poder que otorga privilegios a los hombres, entre ellos, como se aprecia, el ser “invisibles” ante la violencia y los disturbios. No por casualidad el núcleo de sus votantes está formado por “hombres blancos”.
Pero esta realidad no tiene porque ser así, es una construcción cultural que puede y se debe modificar a través de la educación, de la concienciación y de la crítica a ese tipo de conductas. No existe un determinismo violento para los hombres, igual que no existe una única masculinidad que tenga que permanecer unida a la violencia como argumento y estrategia. Esa identidad masculina es consecuencia de una cultura machista que se puede modificar, y dar lugar a otra masculinidad que acepte la convivencia basada en el respeto y la resolución de conflictos de manera pacífica.
Los disturbios no son un accidente, son la consecuencia del modelo androcéntrico de sociedad y masculinidad que tenemos.