Historias que merecen ser contadas: el viaje de Amuda
Amuda, fundador de Destinia
Que levante la mano quien no haya pensado alguna vez, sobre todo a la vuelta de vacaciones, en dar un giro radical a su vida, dejarlo todo y abrir un chiringuito en la playa o una casa rural con su huertito en un paraje idílico alejado de la ciudad.
Pues eso que hemos pensado todos en algún momento de nuestra vida, o en muchos, hay gente que lo ha acabado haciendo; y esas historias inspiradoras que merecen ser contadas son las que quiero contar en este espacio a partir de ahora, porque me generan curiosidad, me atraen, y es un espejo en el que la mayoría nos querríamos mirar. No son historias de emprendedores, tranquilos. Son historias de personas como tú y como yo, que en un momento dado tuvieron el arrojo suficiente para salir de eso que ahora llaman zona de confort y hacer lo que realmente querían hacer con su vida. Eso que muchos no nos hemos atrevido a hacer por el vértigo que genera la sola idea de dar el salto a lo desconocido. Vamos allá.
El viaje de Amuda
Cuenta a quien le quiere escuchar que se crió mirando al río que atravesaba su pueblo e imaginando qué habría más allá del horizonte. Amuda Goueli ya viajaba de pequeño sin salir de su pueblo, soñando y fantaseando sobre cómo sería el mundo tras ese horizonte. Algo, pensarás, con lo que muchos podrán sentirse identificados. Pero Amuda nació en Nubia, una región al sur de Egipto y al norte de Sudán, en mitad de la nada. Los nacidos en Nubia como Amuda nunca han tenido muy claro si pertenecían a Egipto o a Sudán, porque siempre estuvieron en medio de la nada, olvidados por unos y otros. Tan en medio de la nada, que Amuda creció sin agua corriente ni luz eléctrica en casa.
No fue hasta los 8 años, viajando a El Cairo por primera vez, cuando vio su primera bombilla. Su llegada a la capital para estudiar –su padre trabajaba allí y cuando los hijos se iban haciendo mayores, los enviaban a la ciudad para estudiar– no hizo otra cosa que alimentar su apetito por conocer. "Si no me hubiesen llevado me hubiera escapado de mi pueblo en autobús, lo tenía todo pensado", suele recordar. En El Cairo trabajó para sacarse unos dinerillos en una zapatería, en un puesto de flores y en el zoco, el mejor lugar del mundo para aprender a negociar y a entender al ser humano. También fue donde descubrió el español por casualidad y su tenacidad le llevó a obligarse a entenderlo para leer El Quijote en versión original. El castellano es uno de los cinco idiomas que habla hoy.
Con catorce años ya había recorrido todo Egipto escondiéndose bajo los asientos del tren, cuenta mientras se le dibuja una sonrisa picarona. Siempre mochila al hombro –la sigue llevando a diario con su portátil, conexión a Internet y un libro– y empujado por las circunstancias de su país, en el que pasó algún mes en la cárcel durante el régimen de Mubarak, y su inquietud por aprender el castellano, la lengua de El Quijote, decidió emigrar a Europa a principios de los 90.
A su llegada a Madrid, con una mano delante, otra detrás y su mochila -sin portátil todavía-, trabajó de lo que podía; empleos poco cualificados y peor remunerados. Un buen día el camarero del bar de barrio que frecuentaba le regaló un ordenador viejo que había caído en desuso, empezó a trastear movido por esas ganas de conocer que le caracterizan y efectivamente conoció algo maravilloso que le cambiaría su percepción del mundo. Internet.
Pero faltaba un ingrediente además de Internet. En una fiesta conoció a un tal Ian Webber, su futuro socio y segundo pilar profesional. Trasnocharon contando historias y anécdotas viajeras de todos los destinos que habían visitado hasta que, entre risas, cayeron en la cuenta de lo difícil que les resultaba buscar alojamiento en sus viajes, y lo desaprovechado que estaba internet en ese sentido. Y dijeron, ¿por qué no? Con esos conocimientos y recursos limitados crearon la primera guía de hoteles para ayudar al resto de viajeros y, por qué no, sacarse un dinerillo. Nacía Interhotel.com .
Pasaron los años y a finales de los 90 ya ganaban ese dinerillo con la guía, a base de publicidad, banners básicamente, y todo iba a buen ritmo hasta que llegó la crisis de las puntocom a principios del 2000, y todos los ingresos desaparecieron a la misma velocidad que lo hicieron las agencias de publicidad con las que trabajaban. Ante semejante panorama tenían dos opciones: echar el cierre o seguir intentándolo. Y siguieron adelante creando Destinia -seguramente la primera Agencia de Viajes Online en España, otra licencia mía- una web de hoteles en la que los clientes rellenaban el formulario y ellos llamaban y/o enviaban el fax al hotel para hacer la reserva del cliente. Un falso Internet, suele decir recordando los comienzos... Hoy la tecnología es uno de los principales valores de la compañía y les ha colocado entre las cinco más grandes de España.
"Yo no puedo trabajar para nadie ahora mismo. Voy a seguir el resto de mi vida trabajando para mí mismo. No lo concibo ya de otra forma. Lo más bonito de todo esto es poder abrir la puerta cuando me dé la gana. Mi vida es mía, de nadie más. Ser emprendedor es la única salida para ser libre", suele repetir cuando le entrevistan.
Y siempre sin dejar de viajar, por placer y por negocio... pero siempre por necesidad; necesidad de saciar la curiosidad, eso que ahora llaman Wanderlust. Ha perdido la cuenta de los países que lleva visitados, pero asegura que al menos medio mundo; y no parará hasta completarlo. Hace un par de años cumplió uno de sus sueños: reencontrarse con los orígenes. "De niño me preguntaba qué había más allá de las aguas del Nilo que bañaban mi pueblo. Verlo era un desafío personal. He cumplido un sueño", cuenta de ese viaje a Uganda.
El resto estamos trabajando en ello.