Historias de violencia y huida en México

Historias de violencia y huida en México

Lucía y Hugo provienen de países diferentes, pero sus historias son de violencia, tormento y huida. También de resistencia y superación. Ambos coincidieron en el Centro de Atención Integral (CAI) que Médicos Sin Fronteras (MSF) ha dispuesto en Ciudad de México para pacientes que han sufrido violencia extrema. 

Vivía con mi mamá y mi hermana en Managua.  Me considero una persona  disciplinada. Siempre he estudiado y trabajado. Así que siendo aún una jovencita decidí ingresar en el Ejército, a pesar de que mi familia no estaba de acuerdo. Estando ahí, comencé a sufrir acoso por parte de uno de mis superiores y como no pude aguantar esa situación decidí salirme. Me enfoqué en estudiar enfermería y conseguí trabajo en un Hospital.

En 2018, estaba en mi último año de la carrera y comenzaron las protestas por las reformas al sistema de seguro social. Muchos estudiantes salieron a las calles a manifestarse y la represión por parte del gobierno y la policía nacional causó muchas muertes. 

Cuando iba a trabajar al hospital y a la universidad, veía a la policía tirar balazos a los civiles en las calles,  había francotiradores en los techos. El 30 de mayo se desató una balacera en Managua. Yo estaba trabajando en el Hospital cuando comenzaron a llegar los heridos de los enfrentamientos entre las fuerzas del orden y  los manifestantes. A los pacientes recuperados los llevaban presos, los torturaban, violaban o los mataban; hombres y mujeres por igual.

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Había niños heridos, personas mutiladas, moribundos en las calles, nunca en la vida había visto eso, ni pensé que lo iba a ver. Esa situación se extendió por meses. Un día cuando llegué del trabajo recibí un llamado del ejército. Cuando ingresas, vos firmas un contrato. Era muy joven cuando me alisté, no sabía todas las implicaciones que tendría ese documento que te obliga a formar parte de la guerra, es tu obligación o te llevan prisionero hasta 30 años por traición a la patria.

Me llamaban constantemente, tenían todos mis datos, la dirección de mi casa. Yo evadía los llamados. Yo no quería regresar y matar personas. A los militares les ponían el uniforme de la policía y los mandaban a matar a las calles.

Me empezaron a buscar, yo vivía en un apartamento en la capital. Me fastidiaban, hasta en la Universidad me llegaron a buscar. Preguntaron a mis compañeras de la escuela. Me tuve que cambiar de universidad y renuncié al trabajo porque también me iban a buscar ahí, me vigilaban en una camioneta.

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Entonces decidí irme de Nicaragua, dejar mi empleo, mis estudios y a mi familia, a pesar de que ganaba muy bien en el trabajo,  estudiaba lo que me gustaba y era feliz con mi familia. Pero sabía que si me quedaba me iban a llevar presa.

Entonces me vine para México.  Como para cruzar la frontera te revisan la documentación y si eres o fuiste militar tu registro forma parte de una base de datos, si intentas salir del país sin permiso te llevan preso; así que pagué para poder cruzar las fronteras ilegalmente. Son tres las fronteras que tuve que cruzar. Me sentía como si fuera una delincuente.

Se sufre mucho en la ruta migratoria. Pasé noches con mucho miedo. La gente se aprovecha de tu vulnerabilidad. Fue horrible. Hay cosas terribles que me sucedieron que prefiero ni contar ni recordar. Siendo mujer sola se sufre mucho.

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Entré a México por Tapachula, en un albergue me dijeron que podía pedir refugio. Acababa de llegar cuando me agarró migración, me quitaron el pasaporte y el dinero. Me agarraron como a una niña, no opuse resistencia y les di todo lo que traía, documentos. Me llevaron a la fuerza a migración, querían que les firmara un documento sin leerlo para que pudieran deportarme.

Yo quería pedir refugio y no les iba a firmar. Me tenían detenida e hice una amiga, otra mujer que estaba detenida. A la señora se le ocurrió que podíamos escapar del centro de detención.

Pedimos ir al baño y nos colamos por la puerta cuando los oficiales estaban distraídos. Estuve en varios albergues en la frontera, en todo tipo de lugares con condiciones muy precarias. En uno de los albergues, nos asesoraron con los trámites de refugio.  Así que decidí alquilar un cuarto en Tapachula. En esas viviendas había un hombre que me acosaba, me fastidiaba. Golpeaba a mi puerta, un día casi me rompe la puerta. Se ponía borracho, se drogaba y se ponía muy agresivo.

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Tuve que buscar otro lugar donde quedarme. Me dijeron que fuera a la Fiscalía del Migrante a poner una denuncia. Ahí me atendió una “abogada” que me trató muy mal. Se negaba a tomar mi declaración, le parecía poca cosa lo que me había sucedido, un asunto sin importancia. Decidí ir a la Comisión de Derechos Humanos, me atendió una buena funcionaria. A partir de ahí la abogada me acosaba por teléfono, me amenazaba, me dijo que si la despedían por mi culpa lo iba a pagar.

Debido a las amenazas de ese hombre y esa mujer, en la comisión pidieron mi traslado a Tlaxcala porque tenía una amiga ahí. Unos días después supe que al hombre lo capturaron acusado de  trata. También en Tlaxcala lo pasé mal. Me negaron el asilo, pese a que presenté todas las pruebas.

Tuve que ir a Ciudad de México para presentar mi apelación. Había momentos en los que pensaba regresar a Nicaragua, me cansaba de sufrir tantas humillaciones, de ser tratada como una  delincuente. Me da mucha tristeza decirlo pero no tengo buenos recuerdos. Fueron tantos los abusos que prefiero no recordarlos; asaltos, robos, acoso sexual, malos tratos.

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Empecé a decaer. Pensaba que mi vida era un desastre. Vivía decepcionada, muy deprimida. Sentía una profunda tristeza. Por medio de las organizaciones que me ayudaban con mis trámites, es como llegué al CAI. El único lugar donde me trataron bien. Iba a consulta con la psicóloga y poco a poco con el tratamiento comencé a sentirme mejor.

Lo más difícil para mí fue y sigue siendo extrañar a mi familia ya que no puedo regresar y estar con mi mamá. Tuve que mentirle para no preocuparla, ella no sabe lo que pasé, piensa que vine por trabajo a México. Hace poco murió un sobrino, que era como un hermano y no pude ir a acompañar a mi familia.

Siempre he sido autosuficiente, no me gusta depender de la ayuda de los demás, así que tan pronto como terminé mi tratamiento y conseguí mis papeles de regularización migratoria me propuse encontrar trabajo.

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Hablé con mi amiga de Tlaxcala y me consiguió un trabajo en un consultorio médico, luego de unos meses conseguí otro trabajo en un asilo hasta que un día vi publicada una vacante en Médicos Sin Fronteras. Solicitaban personal médico para atender a pacientes COVID-19 en Tijuana y decidí mandar mi candidatura. Me llenó de sorpresa saber que me aceptaron.

El trabajo para mí es muy importante, mi carrera me gusta mucho. Afortunadamente logramos tener éxito con ese proyecto y logramos que la mayoría de los pacientes se recuperaran.

Gracias a esa experiencia previa es como llegué a formar parte nuevamente de otro equipo de MSF en Reynosa, donde también hemos atendido a pacientes con esta enfermedad.

Gracias a mi trabajo he podido ahorrar algo de dinero. Me gustaría naturalizarme, establecerme en el país y guardo las esperanzas de volver a estar con mi mamá.

Me llamo Hugo. Casado, tengo tres niños; una niña de 9 años, un niño de 8 y un pequeño de 23 meses de edad. Él apenas tenía 4 meses cuando en un abrir y cerrar de ojos, nos arrebataron la vida.

Trabajaba en una empresa como técnico en sistemas, me encargaba de ir a diferentes colonias de Tegucigalpa, muchas de ellas en zonas controladas por las maras, a programar equipos. Estudié informática y estaba estudiando Ingeniería en Sistemas, en la Autónoma Nacional, cuando nuestras vidas cambiaran por completo.

A pesar de todo, vivíamos bien en mi país. Trabajé mucho para tener nuestras cosas. Amueblé la casa y tenía la posibilidad de que mis hijos fueran  a un buen colegio. Mi esposa era ama de casa, ella no tenía necesidad de trabajar porque yo tenía un buen empleo y ella podía estar pendiente de nuestros hijos.

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Un día me tocó programar un equipo en una colonia peligrosa. La empresa me acababa de dar un auto nuevo para trasladarme con facilidad. Tan pronto como entramos al barrio, unos hombres nos encañonaron. Ya en otra ocasión,  nos habían amenazado y me habían pedido una extorsión. Nos identificamos como trabajadores de sistemas y los pandilleros decidieron llevarnos a una casa para que les conectáramos la señal de Internet, todo bajo amenazas y golpes.

El más grave error que cometí fue que días después lo denuncié a la policía. Unos días después, unos policías se presentaron en casa de mi madre. Estábamos celebrando una reunión familiar cuando tocaron a la puerta. Me dijeron que me había metido en un serio problema. Me pusieron al teléfono con un “man*”  que me dijo “estás en clavos*”.

Estos supuestos “policías” me llevaron caminando a una “casa loca*” donde comenzaron a golpearme brutalmente por horas. Pensaba que me iban a matar. Me tenían amarrado, intentaron apuñalarme las costillas pero metí el brazo y me lo travesaron con el puñal. Me clavaron otro en la espalda y de nuevo en el brazo.

A ratos perdía el conocimiento, pero me lanzaban agua en la cara para que estuviera despierto y pudieran seguir torturándome. Me tiraban patadas y me golpeaban la cabeza con bates de béisbol; así transcurrieron muchas horas. Hay cosas que me hicieron que ya no recuerdo.  A ratos me grababan con un teléfono y también alguien al otro lado de la línea me describía todo lo que iban a hacernos, a mí y a mi familia.

Me dijeron que me iban a echar en un saco y me iban a tirar en pedazos por “sapo*”, pero primero tenía que sufrir. De un batazo en la cabeza caí desmayado. Solo alcancé a escuchar que uno de ellos gritó que habían llegado “los puercos”*. En ese momento, mi último pensamiento fueron mis hijos, sobretodo el más pequeño.

  .MSF/Jorge Montoya

Cuando recobré el conocimiento, alcé la vista y vi a uno de mis hermanos. Me examinaba el cuerpo y me preguntaba si estaba vivo. Logramos salir de la casa como pudimos. Me llevó cargando hasta mi coche donde nos esperaba otro de mis hermanos.  Antes de llegar al auto, unos mareros le dispararon a mi hermano con una escopeta, le llegaron a alcanzar, pero logramos escapar.

No quise ir al hospital, estaba aterrado y tenía miedo de que me buscaran ahí. Así que me llevaron con una tía, a la que quiero como a mi mamá. Ella me consiguió una enfermera que me curó las heridas.

A los pocos días fui a mi trabajo a presentar mi renuncia. Les conté lo sucedido y les dije que tenía que irme de Honduras, porque mi vida peligraba. Mi jefe entendió la situación y  me dieron algo de dinero como indemnización. Una parte se la dejé a mi esposa y con el resto tomé un autobús hacia a México. Mi intención era llegar a la frontera norte y pedir asilo en los Estados Unidos.  Quería hacer dinero y regresar por mi familia.

Mi camino fue toda una odisea. Como iba malherido, el viaje fue muy difícil. Sentía dolores intensos en la cabeza, tenía convulsiones, no sabía que me la habían fracturado. Mi hermano, que también estaba malherido por los balazos que recibió, me acompañó en este primer viaje.

  .MSF/Jorge Montoya

Ninguno de los dos teníamos idea sobre los trámites de asilo, ni cómo sería la travesía en México. Un día nos detuvo la policía federal,  como me vieron tan golpeado, no quisieron detenernos por miedo a que los culparan de haberme propinado una golpiza.

Lloraba mucho durante el viaje. Más allá del dolor físico, la pena mayor era haber dejado a mi familia. Qué mal debió de estar mi condición física que cuando llegamos a Ixtepec nos encontraron otros policías, me preguntaron por mis heridas y, al contarles lo sucedido, nos dejaron seguir nuestro camino. Creo que sintieron compasión por mí.

En Ixtepec, decidimos subirnos al tren. Como no tenía fuerzas me caí en el intento de subir. Por poco no la cuento. Mi hermano estaba muy asustado cuando me vio caer y pensó que el tren me había partido. Arriba de “La Bestia*” se pasa frío y  hambre. Nunca en mi vida había estado en esa situación. Llevaba días sucio y sin bañarme.

Llegamos a Torreón para intentar cruzar el Río Bravo. Conseguimos albergue en un refugio y mi estado de salud empeoraba. Los dolores eran muy fuertes y  convulsionaba. Tenía temblores en todo el cuerpo y me salía espuma de la boca. No comía, no sentía hambre. Pienso que en parte era por la tristeza que sentía por mi familia. Aun así, decidimos continuar el viaje. Cruzamos el desierto durante tres días y dos noches. Hubo un punto en el que ya no pude más. Empecé a notar que mi hermano también comenzaba a ponerse mal debido a sus heridas.

Les pedí a los compañeros con que los intentábamos cruzar que nos dejaran descansar, porque ellos querían seguir y ya se nos había acabado el agua. No sé cómo hicimos pero con nuestras últimas fuerzas logramos cruzar del otro lado. Casi de inmediato nos agarró la patrulla fronteriza.

  .MSF/Jorge Montoya

Nos subieron a una “hielera*”, donde perdí el conocimiento.  Mi hermano les contó todo y me llevaron al hospital. Me hicieron estudios y ahí supe que tenía fracturado el cráneo.

Me dijeron que necesitaba una cirugía urgente y me trasladaron a Miami. Estuve ahí en rehabilitación durante tres meses  y fui separado de mi hermano. Logré sobrevivir.

Tuve una primera entrevista de asilo y esperaba una segunda audiencia cuando logré contactar a mi esposa.  Me contó que las maras los tenían amenazados, querían que se fueran de la colonia o la matarían a ella y a mis hijos.  Los niños ya no podían ir ni a la escuela por el acoso que sufrían. En una ocasión, torturaron a uno de ellos para que les dijera dónde estaba. Luego de esa llamada decidí regresar a Honduras por ellos y falté a  mi audiencia.

Cuando llegué a Honduras, vendimos lo poco que nos quedaba, tomamos los documentos de los niños y fuimos a la embajada americana, donde nos pusieron en contacto con ACNUR.

  .MSF/Jorge Montoya

Con nuestros pasaportes llegamos a México y pedimos el refugio. Un día, hablé con una de las psicólogas de la COMAR*. Le conté que no dormía, que miraba y sentía cosas. Estaba muy mal, a veces sentía que  me estallaba la cabeza. Comencé a pensar en cómo suicidarme para dejar de sentir tanto dolor. La psicóloga entonces me puso en contacto con una psicóloga de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Tapachula. Hablamos en un par de ocasiones sobre cómo me sentía y lo que había vivido. Tras un par de consultas me contó que había un lugar en la Ciudad de México, el CAI. Un centro que atendía a personas que habían sufrido violencia extrema y tortura como yo, donde podían atenderme médicos, psiquiatras, psicólogos y orientarme con mis trámites de asilo.

Al principio, cuando llegamos al centro yo no quería hablar. No sentía deseos de levantarme de la cama. Así, que mi esposa y los niños se iban solos a las consultas. Pienso que el  equipo del CAI fue muy paciente conmigo. Yo estaba destrozado, deprimido, tenía la autoestima por el suelo. Pensaba constantemente en lo que pasó y en la vida que tuvimos que dejar.

He aguantado y sacado fuerzas por mis hijos. Pensé que nunca me iba recuperar, me diagnosticaron estrés postraumático y  pasé mucho tiempo en recuperación pero gracias a eso entendí que era esclavo de mis pensamientos. Me martirizaban los recuerdos, mi cuerpo reaccionaba a esas emociones  y no hallaba una salida para sentirme mejor.

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Entendí que nunca voy a ser el mismo de antes. Me dañaron mi ser y mi cuerpo pero aprendí también que no solo hay persona malas, también las hay buenas. El CAI, para mí, ese lugar fue un respiro, un alivio. Los veo como unos pescadores que cogen pescados heridos del río, los rehabilitan y los vuelven a aventar al agua para que continúen su camino.

Aunque me dejaron mal, necesito otra cirugía en la cabeza, tengo una fisura que podría dañar mi visión y  mi mano no quedó muy bien, ya puedo aplaudir, agarrar un vaso y saludar. Hoy sé que no todo está perdido. He concluido mi rehabilitación. Recargamos nuestras baterías y  dejamos la Ciudad de México, ahora aguardamos en la frontera norte, en un albergue con otra organización que nos está apoyando. Ellos se encargan de darme mis medicinas y  si necesito hablar con la psicóloga de MSF puedo hacerlo por teléfono.

Estamos esperando a que los gobiernos reabran la frontera para poder presentar el asilo en EEUU, pedir que reabran mi caso, explicarles porqué me tuve que regresar a mi  país.

Con toda esta situación de la COVID, estamos en cuarentena, no podemos salir del albergue aunque afortunadamente, no hemos presentado ningún signo de la enfermedad.  A diario nos toman la temperatura, y aún en el encierro, los niños pueden hacer algunas actividades, jugar y leer libros.

Mi sueño es que mi familia esté bien, quiero tener un empleo con  la seguridad de que no nos va a pasar nada. No va a ser fácil pero  sé que podemos hacerlo.

Me decidí a escribir y compartir mi historia pensando que este mensaje podría llegar a alguien como yo, que ha tenido la desgracia de pasar por lo que yo pasé. Me gustaría darles ánimos y decirles que no todo está perdido, que no permitan que eso los apague.

Man: hombre

Estar en clavos: estar en problemas

Casa loca: lugar donde se reúnen las pandillas

Sapo: soplón, chivato

Los puercos: policía

La Bestia: red de trenes a los que los migrantes se suben en su viaje hacia el Norte

Hielera: Celdas

COMAR: Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado