La desgarradora historia de Deborah Feldman, autora de ‘Unorthodox’, para huir de su comunidad ultraortodoxa
"Crucé una línea roja, me convertí en una especie de demonio, al mismo nivel que Hitler".
Para Deborah Feldman (Nueva York, 1986), su hijo pasó de ser un lastre a convertirse en la tabla de salvación a la que aferrarse para salir a flote. Él fue, en primer lugar, el motivo más poderoso por el que Feldman decidió abandonar la comunidad judía ultraortodoxa Satmar donde se crió en el barrio neoyorquino de Williamsburg.
“Urdí el plan de huida en el hospital, justo después de dar a luz a mi hijo”, cuenta Feldman, autora de las memorias autobiográficas en las que se basa la serie Unorthodox, que ahora edita Lumen en español manteniendo el mismo título. “Tengo que recibir una educación, hacer amistades, encontrar un abogado, encontrar piso, ahorrar dinero”, se dijo entonces a sí misma enumerando los pasos de su estrategia. Lo que no imaginaba Feldman es que la llave para todo eso sería la escritura.
La iniciativa de escribir el libro no salió de sí misma, sino por la recomendación de una abogada a la que consultó. O hacía su historia lo más pública posible o no conseguiría la custodia de su hijo, le advirtió la abogada. “Lo único que podía hacer era escribir mi historia”, recuerda la autora en un encuentro virtual con varios medios internacionales.
Feldman empezó a escribir a escondidas, cuando todavía vivía con su exmarido, y en 2012, sólo unos meses después de abandonar la comunidad jasídica donde vivía, publicó Unorthodox “con muchísima presión”, sabiendo que esa era su única “puerta a la libertad”. “No son unas memorias al uso”, avisa.
“La supervivencia de la comunidad depende del sometimiento de las mujeres”
“Si no fuera por el libro, no habría conseguido ni mi libertad ni la custodia de mi hijo”, afirma la mujer, que actualmente vive en Berlín con el niño. El camino de salida, sin embargo, no fue fácil. “La comunidad quería a mi hijo y me perseguía por ello”, cuenta.
“La supervivencia de la comunidad depende del sometimiento de las mujeres. Las mujeres son necesarias no sólo para tener hijos, sino para llevar a cabo los trabajos que hacen que la comunidad funcione. Todos los aspectos prácticos de la comunidad los llevan a cabo las mujeres. Los hombres normalmente sólo se dedican a leer, rezar y hacer trabajo espiritual. Ellos no lavan los platos ni preparan la cena”, explica la escritora, a la que con 17 años obligaron a casarse con un joven de su comunidad al que no conocía.
El machismo se cuela hasta en la decisión de abandonar una comunidad ultraortodoxa: mientras los hombres suelen hacerlo por motivos ideológicos o de fe, ellas piensan más en el bien de sus hijos. De hecho, el exmarido de Feldman siguió esos mismos pasos cuatro años después que ella, pero él no necesitó escribir un libro. “No tuvo que vender la historia de su vida para sobrevivir, podía irse en cualquier momento y nadie se lo habría impedido”, asegura Feldman. “No le culpo. Incluso cuando estaba luchando por la custodia de mi hijo, no lo hacía contra él, sino contra su familia y la comunidad”.
Suicidios, depresión y trauma
Cuando Feldman se fue, no había más de cuarenta mujeres ‘desertoras’, recuerda. Ahora, ese número ha aumentado, o se ha hecho al menos más visible, pero bajo una historia de éxito suele haber también una de terror. “Muchas mujeres se han ido sin sus hijos y se han suicidado; las que no, siguen luchando con la depresión y el trauma”, asegura.
Ella tampoco esconde sus fantasmas. “Cada vez que una mujer ultraortodoxa se suicida, me siento abrumada, porque siento que mi destino está ligado al suyo. Como si todas tuviéramos un destino común al cual estamos atadas. A lo largo de los años me han llegado tantos mensajes que me dicen ‘¿por qué no te suicidas?’, o rumores de que me he suicidado… y esto tiene un efecto psicológico grave en mí”, reconoce la escritora.
“A la comunidad le interesan mucho estos suicidios, para decir luego: ‘¿Veis lo que pasa con las mujeres que se van?’. De esa manera intentan convencer a las que están dentro de que su única forma de sobrevivir es quedándose”, relata.
Feldman es una amenaza para su comunidad. Desde que publicó el libro en 2012, los ultraortodoxos se empeñaron en desacreditarla, simplemente argumentando que estaba “loca”. “Decían ‘su padre está loco’, ‘su madre está loca’, pero nadie dijo: ‘Es mentira lo que cuenta, es mentira que las mujeres se consideran impuras cuando tienen la regla o es mentira que las mujeres tengan que darse un baño ritualístico antes de encontrarse con su marido’. Sólo decían que estaba loca”, señala Feldman.
“Dirigieron toda su rabia hacia mí”, afirma. “Ser mujer y encima escribir una narrativa sobre lo que supone dejar una comunidad ultraortodoxa es algo ofensivo, una osadía, lo que en hebreo llaman ḥutspâ [insolencia]. Pero además hay otro problema, y es que cuento una experiencia femenina muy íntima, lo cual es un gran tabú. La idea de que la mujer tiene un cuerpo, que ese cuerpo le pertenece y que le puede gustar lo que experimenta es un sacrilegio en el lugar de donde yo vengo”, explica.
“Cuando escribí sobre esto en el libro, concretamente sobre las leyes de pureza ritual que son un secreto, para mi comunidad crucé una línea roja, me convertí en una especie de demonio, al mismo nivel que Hitler o incluso Goebbels, porque consideraban que estaba difundiendo propaganda antisemita”, cuenta Deborah Feldman.
Pero esa furia ultraortodoxa se les volvió en contra, y cada vez más medios de comunicación y más personas se interesaron por la historia de Feldman, e incluso siguieron sus pasos. “Después de mi salida, se produjo una especie de avalancha y mucha gente se fue en poco tiempo de la comunidad. Todo el mundo hablaba de ello, empezaron a escribir blogs contando su experiencia, se convirtió casi en un fenómeno en Nueva York”, recuerda.
Ahora no la asedian públicamente, pero sí recibe mensajes privados de ultraortodoxos. “Algunos son de agradecimiento y otros, amenazantes, pero como ya vivo lejos de ahí, me siento mucho más segura”, afirma Feldman.
“El deseo del mundo judío de deslegitimar” su historia
A día de hoy, la crítica que recibe es “más compleja y más interesante”, en su opinión. Ya no es tanto de ultraortodoxos sino del mundo judío en general. “Son liberales, tradicionales, conservadores y laicos que nunca tuvieron que enfrentarse a las realidades que yo cuento, que no asumen que en nombre del judaísmo también se hacen muchas injusticias contra las mujeres y los niños. En el judaísmo no se suele hablar de este tema; se habla quizás en el islam, en algunas sectas cristianas evangélicas como los mormones, pero no en el judaísmo, en gran medida porque siempre ha dicho ser demasiado vulnerable como para abordar las injusticias y las discriminaciones que se producen en su mismo seno”, explica. “Según ellos, admitir que una comunidad necesita un cambio es atacarla”.
Lo que le preocupa a Feldman de este tipo de críticas es “el deseo del mundo judío de tratar de suprimir o deslegitimar mi historia en vez de tomárselo como una oportunidad para confrontar este problema”. “Este problema no sólo amenaza a las comunidades judías, sino a la estabilidad del mundo entero. Los judíos ultraortodoxos están aumentando su influencia no sólo en Nueva York, Londres o Amberes, sino en el Gobierno de un país como Israel, donde están aplicando leyes bíblicas como si fuera una teocracia más que una democracia. Los ultraortodoxos se están convirtiendo en el sector dominante, tienen una enorme influencia”, advierte.
Feldman lamenta no encontrar en algunos judíos laicos o moderados esa comprensión que le habría gustado recibir al abandonar su comunidad ultraortodoxa. “Los judíos no suelen acoger con los brazos abiertos a personas como yo. Suelen tener prejuicios hacia la gente que sale de comunidades ultraortodoxas, porque la consideran como la más baja del escalafón, la más vulgar, ingenua, inculta… Cuando salimos de ahí y buscamos comprensión en otros judíos, se nos mira con condescendencia y eso no ayuda”, constata.
Feldman ha perdido la cuenta de las veces que se ha sentido fuera de lugar. La primera vez, fue en su comunidad, donde nunca llegó a encajar: “Mi padre tenía una discapacidad mental, mi madre era lesbiana y se fue en cuanto me tuvo. Era la hija de un matrimonio fracasado. Mis padres eran, de algún modo, elementos defectuosos y yo era un recuerdo de ese error, de ese escándalo. En mi comunidad me trataban como si no fuera uno de ellos”.
Luego, al casarse con su marido, cuando le prohibieron leer, del mismo modo que Esty en la serie tiene que dejar de tocar el piano. “Existía la idea de que si algo no iba bien por mi parte es porque no estaba comprometida al cien por cien. Mi cometido era: quedarme embarazada, quedarme embarazada, quedarme embarazada. Y como al principio no me quedaba embarazada, me quitaron los libros, como un tipo de castigo. Sólo si cumples al cien por cien con tu cometido, puedes tener un poquito de libertad”, describe.
La precariedad la llevó a vender sus óvulos
Pero, sobre todo, Deborah Feldman se sintió fuera de lugar cuando salió de su comunidad. “Es muy difícil dejar una comunidad cuando eres joven, no tienes educación, no tienes ni idea de cómo funciona el mundo, de cómo son las convenciones sociales, no conoces a nadie fuera. Uno tiene que crear nuevas relaciones, encontrar trabajo, mantenerse, sobrevivir, abrirse una cuenta bancaria, cosas básicas que nunca te han enseñado. Cuando además tienes un hijo, todo se complica más”, afirma.
“Los primeros tres años, estuve al borde del precipicio, del hambre, de la pobreza y de la catástrofe. Hice muchas cosas para sobrevivir”, cuenta Feldman. En un momento de desesperación, incluso llegó a vender sus óvulos. “Al fin y al cabo, era una mejor opción que la prostitución, que era mi otra alternativa. Lo haces una vez, te extraen los óvulos y te pagan 10.000 dólares”, describe.
Con todo, esa parte de la supervivencia pura y dura fue “la más fácil” para la autora. “La parte realmente difícil fue la sensación de no tener nada, ni identidad, ni personalidad. La comunidad siempre ha definido quién eres; cuando te vas dejas atrás tu familia, tu lengua [en su comunidad, sólo se hablaba yiddish], tu cultura, tus rituales, tus creencias, dejas de ser persona”, afirma. “Eso es lo que provoca realmente una crisis grave”, asegura Feldman. “Es como si fueras una concha vacía, y es muy complicado saber cómo rellenar ese hueco: cuáles son tus nuevas creencias, cuál es tu idioma, quién va a ser tu nueva familia, tu nueva casa, qué quieres en la vida, qué estás dispuesto hacer. En ese periodo largo de vacío, a veces da la sensación de que la muerte es lo único que te puede representar, porque la muerte es la nada y tú no tienes nada dentro”, sentencia.
Echando la vista atrás, la autora afirma sin miedo a equivocarse que lo que le hizo sobrevivir en aquel tiempo fue su hijo. “Había algo externo a mí que me daba una dirección, una identidad: soy su madre. Todos los días, me levantaba con algo que hacer, que era cuidar a mi hijo”, recuerda. “Siempre he estado convencida de que mi hijo se merecía otra vida; así que si no era por mí, tenía que ser por él. Mi carga, mi desventaja, se convirtió en mi bendición. Si sobreviví a ese periodo fue gracias a él; no sé cómo podría haberlo hecho de otra forma”.