Héroe de la pandemia
Junto a la inmunidad de rebaño, deberíamos promocionar el orgullo de rebaño.
Permítanme empezar con una anécdota personal: hará cosa de unos veinte años me encontraba recorriendo mi adorado Portugal en tren, cuando entró en el vagón el revisor para comprobar los billetes de los pasajeros. Uno a uno se lo fueron mostrando. Llegó a mi altura y yo hice lo mismo. A mi lado dormitaba un anciano, que salió de su sopor y sacó lentamente una cartera del bolsillo. La abrió, extrajo un carnet y se lo enseñó al revisor. Éste cambió la expresión de aburrimiento de su rostro por otra de respeto y corrigió su postura encorvada. “Desculpe, senhor”. Alcancé a ver el carnet en el momento en el que lo guardaba: como encabezamiento, sobre su foto y sus datos personales, se podía leer “Héroe de la República Portuguesa”.
No sé si en España tenemos “Héroes de la Monarquía Española” viajando gratis en tren por la meseta castellana. Un paseo por cualquier ciudad portuguesa se convierte en una sucesión de placas conmemorativas a los logros de los vecinos, en el bien entendido de que no cabe mayor honor que el reconocimiento y la gratitud colectiva expresada mediante un texto anclado a la vía pública. Deberíamos copiar esa costumbre de nuestra media naranja nacional. Nos enfrentamos a un momento pandémico complicado: el estado de alarma ha terminado y el control del virus vuelve a recaer sobre la responsabilidad individual. Y la responsabilidad individual, créanme, no es un fenómeno espiritual que baste invocar para que aparezca, sino el resultado del juego de premios y castigos con el que la sociedad nos trata.
La psicología sabe desde hace décadas que aquellas conductas que se incentivan mediante la obtención de premios se generalizan incluso cuando dejan de ser premiadas mucho más que aquéllas otras conductas que se incentivan mediante la evitación de castigos. La desaparición de una prohibición es una clara llamada a realizar la conducta anteriormente prohibida, mientras que todos seguimos realizando las conductas que nos han aplaudido socialmente incluso cuando los aplausos han terminado. Las imprudencias que hemos visto por las calles estos fines de semana no se explican apelando a inmadureces o personalidades irresponsables, sino a la forma que nos vimos obligados a usar para controlar la pandemia hasta el 9 de mayo, recaída sobre una sociedad con todo tipo de biografías.
No estoy proponiendo que no se sancionen conductas temerarias que nos vuelven a poner en peligro. Sólo señalo que la eficacia de esa sanción se multiplicaría por cien si además ponemos en marcha todo un aparato de propaganda social destinado a reconocer a los luchadores de la pandemia: cientos de miles de ciudadanos -no sólo sanitarios- que durante estos meses se han comportado como auténticos modelos para los demás, y cuya semilla les hace acreedores de viajar gratis en los trenes, de ver sus nombres en las plazas públicas, de que los jóvenes corrijan sus posturas encorvadas cuando se cruzan con ellos. Serían actos tan justos para estos vecinos como educativos para los demás que contemplamos el tratamiento que una sociedad como es debido brinda a quienes dan buen ejemplo.
No será una panacea, pero no deberíamos despreciar estos aspectos psicológicos en un tema que no se juega a todo o nada, sino a puntos porcentuales. Junto a la inmunidad de rebaño, deberíamos promocionar el orgullo de rebaño. “Se calcula que España alcanzará a mediados de junio el 70% de gratitud de rebaño”. Quizá el carnet covid, además de indicar que el portador está vacunado, pueda servir para advertir a cualquiera que lo vea de que está delante de un Héroe de la Pandemia.