Mi hermano es un teórico de la conspiración y sus ideas me dejan loca
Mientras observo desde lejos con incredulidad, él parece esperar que sea yo quien acabe viendo la luz, incluso después de que su última predicción sobre el apocalipsis zombi no se haya producido.
Mi hermano es un teórico de la conspiración.
En su cuenta de TikTok se autodefine como “guerrero lingüista-espiritual evolucionario en lucha por el libre albedrío en la Tierra”, y tiene más de 12.000 seguidores. Utiliza hashtags como #zombe #apocalypse #freedom y #1111. Este último, por lo que he ido investigando en Google, representa la interconexión y sincronía, y eso se supone que inspira a los individuos para manifestar sus intenciones y convertir sus visiones en realidad. Parece un pensamiento tranquilizador e incluso inspirador, sobre todo tras una ola de coronavirus. Nadie quiere volver a esta “normalidad” porque esto no nos gusta a nadie.
El pasado mes de abril, mi cuñada me envió un mensaje de texto para advertirme de que mi hermano se dirigía, sin previo aviso, a la puerta de mi casa en Idaho, donde cuido a nuestro anciano padre. Yo ya conocía su teoría de que “todos los habitantes del planeta que han recibido la vacuna estarán muertos en unos años”, pero no tenía ni idea de la profundidad de esas fantasiosas creencias.
Mi hermano empezó la noche explicándome por qué las criptomonedas son nuestra única esperanza y cómo tuvo la idea de crear Amazon antes que Jeff Bezos y cómo sería el hombre más rico del mundo si no fuera por algunos baches que sufrió por el camino. Aunque no estuvo físicamente en el asalto al Capitolio el 6 de enero, se refirió a los asaltantes como “nosotros”.
Esa misma noche, mi hermano anunció: “La verdadera razón por la que estoy aquí es para advertirte de que en las próximas dos semanas van a salir a la luz muchas de las mierdas que han estado ocurriendo en los últimos 50, 100 o 4.000 años. Te van a impactar hasta la médula. Todas las teorías de la conspiración; todas de las que has oído hablar, sobre política, el Gran Petróleo, las guerras en Afganistán, la falsa presidencia de Biden... Lo que va a salir a la luz lo une todo”. En ese momento, me excusé para ir al baño, encendí la grabadora de voz de mi iPhone y lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón por si desvelaba algún plan violento, cosa que, afortunadamente, no hizo. Lo siguiente que hizo fue narrarme un resumen de los principales hechos que “sabe con certeza” que “los medios de comunicación no nos cuentan”.
“El sistema bancario de Estados Unidos ya ha colapsado”, me dijo. “Solo están pensando cómo decírselo a todo el mundo. Nosotros, como raza de seres humanos, durante 4.000 años, remontándonos hasta los sumerios, hemos sido alimento para las élites. Eso está a punto de terminar. Se deshicieron de la raza que nos utilizaba anteriormente como ganado. Los sacaron de todos estos túneles. Hay un túnel que va de Washington, D.C. a Los Angeles que se recorre en media hora en un tren bala. Hay toda una puta sociedad viviendo bajo tierra. En Australia, hay un túnel que rodea todo el continente y lo están usando para el tráfico de personas y extracción de órganos. Los humanos básicamente somos ganado. JFK lo descubrió hace 50 años. Ha costado 50 años, pero ya se ha acabado. La Iglesia católica, el sector militar y Wall Street llevan jodiéndonos los últimos 200 años”.
Aunque coincido con esa última frase, llevo meses intentando entender cómo es posible que mi hermano pequeño, a quien considero un hombre muy inteligente, amable y sensato, ha acabado creyendo estas cosas y convirtiendo en la misión de su vida difundir sus ideas. Se hace muy difícil interactuar con él y ya hasta me pregunto si debería dejar de hacerlo.
Durante el proceso de estudiar sus ideas y tratar de mantener la mente abierta, he cuestionado cada una de mis propias creencias. He tratado de determinar la magnitud de la amenaza que suponen estas teorías de la conspiración y en quién debemos centrar nuestros esfuerzos (amigos, familia, sociedad) para combatirlas. Pensar en las numerosas teorías de la conspiración de mi hermano (y de mis vecinos) como algo que no merece la pena estudiar es una solución tentadora, pero no intentar al menos comprenderlas me parece un error fatal.
Como Libra, me enorgullezco de encontrar el equilibrio en las cosas. Como política local, estoy comprometida a escuchar multitud de perspectivas y a buscar un terreno común con las mejores soluciones. Tratar con mi hermano ha desafiado los principios básicos de compasión, inacción y armonía que tanto aprecio como estudiante de taoísmo y budismo tibetano. Mientras otros miembros de mi familia se niegan a participar en estas conversaciones, a mí me hacen rabiar los vídeos que me envía por correo, pero pienso que me los envía porque me quiere y quiere ayudarme a despertar antes de que sea demasiado tarde. Inevitablemente, estos vídeos desaparecen de Internet antes de que tenga tiempo de verlos por segunda vez. A menudo me doy cuenta de que le envío mensajes a mi hermano que no le enviaría a ningún otro miembro de la familia, amigo o vecino. No es muy diferente regañar a un niño por sus travesuras. Cuando lo piensas en frío, te invade la vergüenza y la tristeza por lo que le has dicho.
Al tratar de comprender la profunda división que existe en mi familia (y en todo el país) me doy cuenta ahora de que recurrí a mi intelecto para reunir hechos y pruebas científicas que me ayudaran a entender mejor esta situación. Al hacerlo, perdí el equilibrio entre el intelecto y mis valores fundamentales de afecto y bondad. Mi hermana mayor, al leer un borrador de este blog, me dijo que estaba actuando como una “reina vikinga” que intenta “aniquilar al enemigo con palabras” y que, por tanto, solo estaba agravando la división. Me dijo que reflexionara sobre mí misma y considerara la idea de que quizás yo soy la estúpida, la oprimida, la niña pequeña; todos somos niños pequeños que aprenden a caminar, a correr, a bailar, ¿y quién soy yo para criticar?
Supongo que aniquilar con palabras es mejor que la alternativa. Me ha resultado muy difícil escribir sobre mi experiencia sin violar mis compromisos budistas de “no hacer daño” y “cuidar a los demás”. Por un lado, estoy profundamente preocupada y quiero rescatar a mi hermano; por otro, quiero reírme de ello; y por un tercer lado, quiero darle un portazo en la cara. A veces quiero levantar las manos y no escribir nada más por miedo a alimentar aún más nuestra crisis.
Pero entonces veo un vídeo de un trabajador sanitario en un hospital saturado que ruega a la gente que se vacune. Vuelvo a ver la violencia que tuvo lugar el 6 de enero en el Capitolio. Celebro Hanukkah con mi cuñado, cuyo padre, a los 7 años, fue uno de los 10.000 niños que viajaron en un tren de Alemania a Inglaterra sin sus padres en busca de un refugio seguro antes del comienzo de la II Guerra Mundial. Y si algo he aprendido en los últimos 20 años como madre, es que no tratar los problemas y ocultar los secretos familiares puede ser traumático y provocar la peores consecuencias. Son estas “verdades” las que me obligan a ponerme en pie y hablar ahora. Al mirar mi dolor a los ojos, espero utilizarlo para lograr un cambio.
En un artículo de opinión de 2010 en el New York Times, Roger Cohen dijo que “esas mentes recurren a las teorías de la conspiración porque es el último refugio de los impotentes. Si no eres capaz de cambiar tu propia vida, debe de ser porque una fuerza mayor controla el mundo”. Esta cita ha envejecido muy bien a lo largo de mi exploración, al igual que un concepto básico extraído de Los 15 compromisos del liderazgo consciente, de Jim Dethmer, Diana Chapman y Kaley Warner Klemp, quienes creen que los seres humanos tienen tres necesidades básicas: aprobación, seguridad y control, y cuando las necesidades de aprobación y seguridad de un ser humano son insuficientes, el control es su último recurso.
Frank Yeomans, profesor asociado de Psiquiatría en la Universidad de Cornell, explica que la personalidad “narcisista maligna” describe a alguien que siente placer tanto en el engrandecimiento propio como en la destrucción de los demás. Personas como Hitler y Jim Jones atraían a masas de personas que se sentían impotentes y oprimidas. Esta clase de líderes utilizan la esperanza y la fe como armas y atacan a la persona o al grupo al que hay que culpar de sus problemas. Hitler creía que cuanto más grande fuera la mentira, más gente la abrazaría. Yeomans cree que el expresidente Donald Trump se ajusta a este perfil de personalidad.
Las conspiraciones se prestan fácilmente al nacionalismo y al racismo cuando se culpa a una persona o a un grupo definido. El filósofo Aldous Huxley decía: “Uno de los grandes atractivos del patriotismo es que satisface nuestros peores deseos. En nombre de nuestra nación, podemos intimidar y engañar. Intimidar y engañar, además, con la sensación de que estamos siendo profundamente virtuosos”.
Los intermediarios en la difusión de estas teorías de la conspiración son las personas, los políticos, las empresas y las celebridades de los medios de comunicación que adoptan las posturas más radicales y escandalosas. Excusarán, justificarán y perdonarán las acciones despreciables del narcisista maligno para conservar su dinero, su poder y su estatus, así como la aprobación, la seguridad y el control que ello conlleva.
En psicología y ciencia cognitiva, el principio de simplicidad postula que la mente tiende a buscar la simplicidad cuando piensa en las complejidades de la vida. Para dar sentido a lo que ocurre a nuestro alrededor, recurrimos a tácticas de supervivencia que nos ayudan a sentirnos en control del mundo que nos rodea y de nuestro lugar en él. Para ello, nuestro cerebro busca patrones donde no los hay. Lo que puede empezar como una historia sobre el bien contra el mal entre amigos, pronto empieza a sentirse como un conocimiento ultrasecreto al que solo puedes llegar a través del pensamiento crítico. Un factor externo poderoso como responsable del caos es mucho más fácil de aceptar que la idea de que somos responsables de nuestras propias circunstancias, de que hay muchos factores complejos en cualquier sistema o cultura, o de que a veces simplemente las cosas que pasan son una mierda porque sí.
Es esencial reconocer que puede haber cierta base de realidad en muchas teorías de la conspiración, y son esos destellos de realidad los que pueden mantener vivas las llamas. Por ejemplo, el germen de muchas conspiraciones antivacunas se remonta al estudio erróneo de Andrew Wakefield de 1998, que promovía una conexión inexistente entre el autismo y la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola. El trabajo de Wakefield se refutó posteriormente y se le retiró la licencia médica. Mi hermano cree que el aumento del autismo es culpa de la industria farmacéutica, y el hecho de que tanto el trabajo como la licencia médica de Wakefield fueran cancelados posteriormente es una “prueba” de que la corrupta era la industria farmacéutica, no el informe en sí.
En el episodio When You Need It To Be True [cuando necesitas que sea verdad] del podcast “Hidden Brain”, el presentador Shankar Vedantam dice que la teoría de la disonancia cognitiva explica que “nuestras mentes hacen posible que vivamos felices en un mundo al revés y creamos que los que están equivocados son los demás”. Es decir, a menudo, deseamos tanto que algo sea cierto que lo hacemos realidad, incluso si eso significa poner nuestras vidas patas arriba y destruir nuestras familias antes de aceptar una información que no queremos escuchar.
Intentando sin éxito encontrar estadísticas fiables sobre la prevalencia y el peligro de las teorías de la conspiración en la actualidad, he encontrado esta alucinante cifra de Statista que es más aterradora que reconfortante: en el tercer trimestre de 2021, Facebook eliminó 1800 millones de cuentas falsas de Facebook, frente a los 1300 millones de cuentas falsas del mismo trimestre de 2020. No es buena noticia que cualquier persona pueda encontrar “pruebas” de prácticamente cualquier cosa en Internet para reforzar lo que cree, y el aislamiento provocado por la pandemia en los últimos dos años le ha dado a la gente tiempo de sobra para profundizar y tratar de dar sentido al mundo. Mientras yo observo desde lejos con incredulidad, esperando que mi hermano vea la luz, él parece redoblar sus esperanzas de que sea yo quien acabe viendo la luz, incluso después de que su última predicción sobre el apocalipsis zombi no se haya producido.
Entonces, como sociedad, ¿conviene que gastemos nuestra energía en silenciar a los narcisistas malignos y a sus intermediarios? Hoy en día, esto solo parece darles más poder. ¿Acaso no es mejor que atajemos de raíz los problemas de la sociedad que abonan el terreno para las teorías de la conspiración? Habrá quien argumente que la seguridad, la aprobación y el control solo pueden provenir realmente del interior, pero eso supone un largo salto cuando nos enfrentamos al caos incierto de la vida moderna y a las epidemias de depresión, ansiedad, consumo de sustancias, división política, aislamiento, desigualdades sistémicas y consumismo. Si (según un comentario bobo que encontré) las teorías de la conspiración son para “perdedores”, ¿no podemos aspirar a una sociedad en la que haya “menos perdedores”?
Aunque ya no operamos sobre las mismas bases, mi hermano y yo encontramos un mínimo entendimiento cuando él me dijo en un mensaje reciente que ambos queremos lo mismo: “recuperar el país desde sus cimientos”. Cuando le envié el borrador de este blog, se mostró firme en su creencia de que la libertad de expresión es nuestro derecho más preciado y me dio amablemente su luz verde. También me aseguró que compartirá este artículo con sus seguidores de TikTok en cuanto se publique porque “explica lo que muchos de nosotros no podemos entender, que es cómo tanta gente superinteligente parece ignorar lo que está pasando”.
Sé que lo que percibe cada persona es una mezcla de interpretaciones objetivas y subjetivas de la realidad. Por muy inteligente o culta que sea una persona, ninguno de nosotros ve el mundo como realmente es. Cada vez que hablo con mi hermano (o con cualquier otra persona con la que no esté de acuerdo), me recuerdo a mí misma que nuestros puntos de vista están formados y contaminados por nuestras perspectivas egocéntricas.
Mientras salimos de la pandemia, socializamos en Internet y nos reunimos con la familia y los amigos, prácticamente nadie está exento de que sus seres queridos acaben creyendo que “el otro” les ha lavado el cerebro. Así que supongo que mi nueva misión es examinar mis propias creencias y comprometerme a ser civilizada y curiosa y a tener una mente abierta. Solo mediante la búsqueda de la comprensión podremos alimentar las necesidades humanas más básicas de aprobación y seguridad dentro de nuestras familias y comunidades.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.