Heredar el terror
Casi 2.000 menores yazidíes que han regresado con sus familias tras vivir bajo el cautiverio, la tortura y la violencia sexual a la que les sometió el grupo armado autodenominado Estado Islámico sufren ahora una crisis de salud sin precedentes.
“Nunca olvidaré lo que me ha pasado. Forma parte de mí, como una etiqueta, para siempre”. Y es que el terror tiene muchas formas, y a veces deja una huella imborrable, un “legado” provocado por el pánico vivido en el pasado, que hace difícil el futuro. Quien no puede olvidar es Sahir, uno de los 1.992 niños y niñas yazidíes, que, tal y como publica Amnistía Internacional en su último informe, continúan viviendo la pesadilla que comenzó hace ahora ya seis años.
Empecemos por el principio: entre 2014 y 2017, el grupo armado autodenominado Estado Islámico (IS) cometió crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, y lo que la ONU describe como genocidio contra la comunidad yazidí de Irak. Niños y niñas yazidíes fueron secuestrados por el IS y esclavizados, torturados, obligados a luchar, violados y sometidos a otras violaciones flagrantes de los derechos humanos. Además, hombres, adolescentes y ancianos fueron ejecutados si no se hacían musulmanes, y las mujeres fueron separadas con los niñas y niños y sometidas a esclavitud sexual. Mientras miles de yazidíes fueron asesinados o secuestrados, cientos de mujeres, niños y niñas que sobrevivieron lograron finalmente regresar con sus familias en Irak.
Sin embargo, la vuelta a casa de estos menores no ha marcado el final de su sufrimiento, sino que tienen que enfrentarse a múltiples consecuencias, que van desde el deterioro de su salud física (lesiones, enfermedades o discapacidades físicas) y mental (trastorno de estrés postraumático, ansiedad, depresión), hasta el rechazo de sus propias familias por experiencias vividas durante el secuestro.
Aunque las consecuencias físicas de algunos de estos menores son terribles, como por ejemplo las de algunos niños reclutados a la fuerza por el IS como menores soldado y que han sufrido la pérdida de brazos o piernas durante el conflicto, o las niñas sobrevivientes de violación y otros actos de violencia sexual y que ahora tienen problemas como fístulas traumáticas, cicatrices y dificultades para concebir, durante el embarazo o al dar a luz, también otras consecuencias menos “visibles” han de ser atendidas para su recuperación.
Es el caso de niños como Sahir (nombre ficticio), sometido a reclutamiento forzoso a los 15 años, que dijo a Amnistía Internacional: “Me obligaron a combatir. O lo hacía o moría. Para sobrevivir, elegí combatir, claro, siempre que podíamos elegíamos la vida. Es lo peor que puede sucederle a ningún ser humano, lo más degradante… [Cuando regresé del cautiverio] sólo buscaba a alguien que me cuidara, algún apoyo, alguien que me dijera ‘estoy aquí para ti’… Eso es lo que he estado buscando, pero no lo he encontrado”. Miedo, especialmente por las noches, y terror a ser capturados y vendidos de nuevo, ansiedad, ataques de agresividad, dificultad para relacionarse con otras personas… los traumas, la soledad y el estigma que relatan los testimonios del informe son espeluznantes. En ocasiones, hasta se los ha sometido a propaganda, adoctrinamiento y formación militar intensos con el propósito deliberado de borrar su identidad, idioma y nombre anteriores.
A pesar de ello, los servicios y programas psicosociales actualmente disponibles para los menores sobrevivientes yazidíes no son suficientes.
Aunque, tal y como contó un doctor a Amnistía Internacional, casi todas las niñas entre los nueve y los 17 años que había tratado habían sido violadas o sometidas a otra violencia sexual, los trabajadores humanitarios y otros expertos, aseguran que los servicios y programas existentes para sobrevivientes de violencia sexual han fallado en gran medida a las niñas. Las autoridades nacionales han dado algunos pasos para abordar las necesidades de salud, como un centro para supervivientes, pero en él no se atiende a niñas o niños menores de ocho años. Ademas, el resto de centros de salud, la mayoría de los cuales solo abre por las mañanas, no cuenta con los servicios ni el personal especializado necesario para atender las especificidades de salud a largo plazo que este tipo de víctimas requiere. Por eso, muchos supervivientes tienen que acudir a otros centros fuera del campo de desplazados donde viven, con los gastos que eso supone.
Pero es que el sufrimiento para estas niñas y mujeres que han vivido el auténtico horror no acaba ahí. Al trauma por la esclavitud sexual vivida, algunas mujeres tienen que añadir la separación de los hijos nacidos como consecuencia de la violencia sexual durante el cautiverio. A muchos de esos niños se les ha negado un lugar en la comunidad yazidí debido a diversos factores, entre ellos la postura del Consejo Supremo Espiritual Yazidí y el marco jurídico actual de Irak, que establece la obligación de registrar como musulmán a todo niño o niña de padre “desconocido” o musulmán.
Varias mujeres relatan presiones, coacciones y engaños para abandonar a sus hijos, provocándoles una grave angustia psicológica. Muchas, no han vuelto a saber nada de ellos. Hanan*, una superviviente de 24 años, relataba: “Mi tío me prometió, en nombre de su honor y dignidad, que siempre que quisiera podría visitar a mi hija. Así que fui al orfanato, y cuando la dejé les grité `No se la deis a nadie, volveré cada semana, cada mes, es algo solo temporal´. Pero cuando volví a ver a mi tío, sus primeras palabras fueron: `Olvídate de tu hija´.
Janan*, de 22 años, lamentaba: “Quiero decir a [nuestra comunidad] y a todas las personas del mundo que por favor nos acepten, que acepten a nuestros hijos… Yo no quería tener un hijo de esa gente. Me obligaron a tenerlo. Jamás solicitaría reunirme con su padre, pero necesito reunirme con mi hijo”.
También las propias familias de estos menores supervivientes se enfrentan a grandes desafíos y deben ser atendidas. Muchas de ellas, en parte por haberse visto obligadas a pagar grandes sumas de dinero como rescate para ver de vuelta a sus hijos (entre 5.000 y 20.000 dólares por persona), están empobrecidas. También necesitan programas de apoyo para entender por lo que están pasando sus criaturas y poder ayudarlas y cuidarlas: Arzan, una mujer cuyo hijo de 14 años tiene ataques de ira, hiperactividad y tendencias agresivas, explicaba a Amnistía Internacional: “Al principio, soñaba con que volviera a mí. Luego, cuando regresó, no pude tener una comida normal con él, ni un momento normal... No puede ser peor que esto”.
Además de todos estos horrores, los niños y las niñas también tienen otros problemas, como dificultad para acceder a documentos de identidad, o a la escuela, algo que muchas personas expertas consideran fundamental para su recuperación. Algunos menores, hasta han olvidado el kurdo, la lengua de sus familias, después de pasar años secuestrados y presionados a hablar árabe, por lo que se dificulta, aun más, la posibilidad de conectarse de nuevo con sus familias.
Y es que la pesadilla no ha terminado para estos menores, cuando se cumplen, el pasado 3 de agosto, seis años desde que el IS lanzó su ofensiva contra Sinjar, la región donde vivían la mayor comunidad de yazidíes del mundo, con alrededor de 400.000 miembros. No dejemos que se sucedan más años sin justicia y reparación.