Cómo actuar ante la nueva hepatitis de origen desconocido
No hay evidencias de que esté relacionada con las vacunas de covid-19.
Durante la semana pasada han saltado a la prensa noticias prealarmantes sobre varios casos de hepatitis aguda que afectan a varios niños en el Reino Unido, en España y en Estados Unidos. Estas hepatitis, de causa aún desconocida aunque probablemente infecciosa, han llevado al trasplante urgente de hígado en algunos casos.
En las últimas horas, ha ido cobrando fuerza la hipótesis de que el agente causante de esta hepatitis puede ser un adenovirus aunque los datos son aún preliminares y este tipo de virus que se transmite por contacto o por el aire raramente causa problemas hepáticos.
En el marco de la pandemia de covid-19 hay quien ha asociado estos casos a las vacunas sin que haya ninguna evidencia al respecto, ya que algunos se han reportado en niños no vacunados. Tampoco hay datos que apoyen convincentemente la hipótesis de que se trate de una nueva forma de presentación de la covid-19.
Por otra parte, se ha detectado algún caso de hepatitis autoinmune reactivada en personas vacunadas; pero estos se han producido en adultos, no en niños. Por lo tanto, parece ser que nos encontramos frente a una situación nueva que deberemos investigar y aclarar.
Ante una nueva enfermedad es necesario transmitir a la población varias ideas importantes:
- Nos encontramos frente a lo que parece ser una nueva forma de hepatitis de la que aún desconocemos muchos datos importantes, como su causa, evolución e impacto en la población. Por tanto, es normal que afloren informaciones, incluso contradictorias, en el futuro próximo. Las ideas se asentarán conforme se verifiquen experimentalmente. La ciencia avanza despacio, pero intenta asegurarse de que sus pasos sean firmes y basados en evidencias.
- Normalmente, ante una nueva enfermedad, los primeros casos detectados son los más graves y, con el tiempo, van detectándose casos más leves dando (de nuevo, con el tiempo) una imagen más realista de la enfermedad y de su incidencia de la que puede tenerse en una primera visión.
- Es necesaria una estrecha vigilancia epidemiológica para identificar el agente causante, la forma de transmisión y poder predecir, dentro de unos márgenes, la evolución de la enfermedad en la población.
Mientras tanto, es bueno revisar brevemente qué sabemos sobre las hepatitis para poder tener una posición desde la que encarar la nueva situación.
Las hepatitis son un conjunto de enfermedades que cursan con la inflamación del hígado causada por un virus. En Europa, los virus que causan hepatitis con más frecuencia son los A, B, C y E.
Estos virus se transmiten por contacto o por alimentos y no hay ninguna hepatitis en nuestro entorno que se transmita por el aire, como hace el coronavirus. Tampoco a través de insectos, aunque se han detectado algunos casos de hepatitis causados por infección con el virus de la fiebre amarilla que se trasmite a través de la picadura de un mosquito, pero este riesgo solo está presente donde haya fiebre amarilla.
La hepatitis A está causada por un pequeño virus de ARN (picornavirus) que se transmite a través del agua y alimentos contaminados. Es una enfermedad con un curso menos grave y de la que los pacientes se suelen recuperar espontáneamente con el tiempo. A partir de ese momento, quedan inmunizados.
Dado el tipo de transmisión, esta enfermedad puede causar brotes epidémicos en colegios e instalaciones donde conviven muchas personas en poco espacio y las condiciones higiénicas no son adecuadas.
En el caso de los niños, muchas veces la enfermedad es asintomática, de forma que los que la pasan quedan inmunizados en un entorno en el que circula el virus.
Esto hace que la incidencia de la hepatitis A en la comunidad siga un patrón muy peculiar: en zonas deprimidas con poca higiene no suele haber grandes brotes graves de hepatitis A porque los niños se inmunizan con una enfermedad leve o asintomática, mientras que en zonas de mayor higiene los brotes son más graves porque afectan a personas de más edad que desarrollan una enfermedad más grave al no haber sido inmunizadas naturalmente en la infancia. La hepatitis A es prevenible por vacunación.
La hepatitis B, por su parte, es una enfermedad potencialmente mucho más grave que se transmite por contacto con fluidos corporales (incluida la transmisión sexual) o por la sangre y sus derivados.
El agente causante es un pequeño virus de ADN (hepadnavirus) que produce una infección con tendencia a la cronificación en hasta un 10 % de los casos en poblaciones normales, un 30 % en individuos inmunodeficientes y hasta un 90 % en el caso de la transmisión vertical (de madre a hijo).
La Organización Mundial de la Salud estima que hay más de 280 millones de personas en el mundo que padecen una hepatitis B crónica. Esta puede dar lugar a cirrosis y cáncer hepático, lo que genera una estimación de unas 800 000 muertes al año.
Por otra parte, la hepatitis B también se puede prevenir mediante una vacuna. En España y en la mayoría de los países la vacunación frenta a la hepatitis B entra dentro del calendario vacunal propuesto durante la infancia. Por eso, la OMS se ha marcado como objetivo la erradicación de la enfermedad en 2030.
La hepatitis C es otra grave forma de hepatitis. Está causada por un virus ARN cuya alta tasa de mutación hace que en una misma persona infectada convivan un gran número de variantes simultáneamente (algo similar a lo que ocurre con otros virus muy variables como el VIH o el SARS-CoV-2).
El virus se transmite a través de pinchazos accidentales con agujas y tiene una tendencia a la cronificación mucho mayor que en el caso de la hepatitis B (hasta el 90 %), con una probabilidad de evolución a cirrosis o hepatocarcinoma elevada.
La OMS estima que hay unos 58 millones de personas infectadas por hepatitis C crónica en el mundo y en torno a 1,5 millones de nuevas infecciones cada año. En este caso, no hay una vacuna para prevenir la enfermedad y probablemente sea difícil lograrla dada la alta variabilidad del virus.
Sin embargo, sí hay tratamientos antivirales eficientes que pueden curar más del 95 % de los casos, aunque son tratamientos muy costosos. Esto supone un problema para su acceso en entornos sin una cobertura de seguridad social económicamente robusta.
Por último, la hepatitis E está causada por otro virus de transmisión a través del agua o alimentos contaminados. El virus causante es un virus ARN diferente del causante de la hepatitis A. En general, se trata de una hepatitis de evolución benigna, aunque se han dado casos de hepatitis fulminante en mujeres en la primera fase del embarazo.
La OMS estima que cada año se producen unos 20 millones de casos de hepatitis E de los que la gran mayoría cursan de forma asintomática y poco más del 10 % presentan síntomas. Es una enfermedad de mayor prevalencia en el extremo oriente; pero que se ha ido diseminando a otras regiones.
Actualmente se está trabajando en el desarrollo de una vacuna que aún no está aprobada por el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades ni por la OMS.
En la investigación sobre las causas de la hepatitis se han ido encontrando nuevos virus durante los últimos años. Este tipo de enfermedades, como hemos visto, afectan a una gran parte de la población mundial y su evolución puede ser grave o muy grave en ocasiones.
Sin embargo, el trabajo de investigación y desarrollo de herramientas clínicas, farmacéuticas e inmunológicas muestran que un grupo de enfermedades tan serio puede ser enfrentado con confianza basada en los avances realizados.
Obviamente es necesario progresar mucho más: el coste de los tratamientos contra la hepatitis C hace necesario desarrollar medidas de sanidad y salud pública que permitan el acceso a la medicación. Por su parte, el objetivo de erradicar la hepatitis B en 2030 quizá es demasiado ambicioso.
El frenazo mundial que ha supuesto la crisis del coronavirus ha causado un retraso en este tipo de estrategias globales basadas en la vacunación, pero el solo hecho de tener ese objetivo a la vista muestra la potencia de la lucha contra las enfermedades infeccionas que se ha ido desarrollando en las últimas décadas.
Para concluir es necesario resaltar de nuevo la importancia del seguimiento epidemiológico de esta y cualquier nueva forma de enfermedad infecciosa para poder aplicar con éxito lo que hemos ido aprendiendo sobre las enfermedades contagiosas y las epidemias y poder afrontar los nuevos retos con decisión y seguridad.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.