¿Hay paralelismos entre nuestro momento y el de la Generación del 98?
Ante quienes denuncian que nada funciona y que la nuestra es una nación fracasada, la defensa de un estado sólido y estable que pasa una mala racha.
“Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón”. La frase de Miguel de Unamuno que todos resumimos en “me duele España” nació de su pluma en 1923, al ser desterrado por atacar al rey Alfonso XIII y al dictador Miguel Primo de Rivera. Pronto cuajó como lema de la Generación del 98 a la que pertenecía, un grupo de autores que recogió la crisis identitaria del país tras la pérdida de la guerra con EEUU y sus últimas colonias (Puerto Rico, Cuba y Filipinas).
Un patriotismo doliente que ahora, más de un siglo después, quiere revivir en una corriente que no hace más que quejarse de que nada funciona en España, que el nuestro es un país fracasado, que somos una anomalía. Sin el mismo talento y sin los mismos motivos.
Algunos incluso rescatan la idea de que hace falta un “cirujano de hierro”, en palabras del regeneracionista Joaquín Costa. ¿Un dictador, aunque benévolo? Costa lo negaba, hablaba de alguien “que conozca bien la anatomía del pueblo español y sienta por él una compasión infinita”. “Protofascista”, lo llamaron por su idea. Aquello caló: si se cree que no hay posibilidad de reforma porque todo en el pasado está podrido, hay que cambiar todo el presente, pero como el pueblo es miserable y los políticos, corruptos, bienvenido sea el tirano. Hay ecos en algunas de las críticas hechas ahora, en 2020.
¿Pero hay verdaderos paralelismos entre los dos momentos, más allá del discurso? ¿Realmente España pasa por una situación tan dolorosa, de tanta impotencia y desencanto? Los expertos son unánimes: no, por más cieno que se remueva.
“Hablar de la Generación del 98 son palabras mayores. No podemos comparar, para empezar, el diagnóstico de unos intelectuales de la talla de Pío Baroja, Antonio Machado o Azorín, con la crítica hecha por personajes medianos, jaleados en las redes sociales, con escasa reflexión a sus espaldas y poco respeto a la historia reciente de este país”, explica Manuel Bejarano, profesor de Historia durante 42 años y especializado en dicha etapa.
Aquel, recuerda, fue un momento “finisecular” en el que cambiaron muchas realidades: se rompió el “hechizo” romántico, el Imperio “acabó sus días”, España se vio a la cola del progreso europeo entre otras cosas por la falta “de una burguesía emprendedora y de una clase obrera firme en sus derechos”.
“Mirases donde mirases, lo que había era decadencia. Aquellos observadores de la realidad no podían tener consuelo, porque no lo había. No eran sólo conservadores, había muchos autores de izquierda, socialistas y anarquistas, y la pena era la misma: ‘nos hemos ido al garete y no vemos motivos de esperanza’”, ahonda.
Bejarano habla de una “profunda crisis existencial y social”, para la que había motivos. “Machado decía que le asqueaba España, Azorín la llamaba vieja y tahúr y Menéndez Pelayo sostenía que se suicidaba lentamente”, pero reconoce que aquel diagnóstico de una España rural, moribunda y fracasada tampoco fue 100% acertado. “Tiene parte de injusticia, siempre hemos mirado el pasado de España como si fuera lo más terrible. No éramos la vanguardia de Europa pero tampoco un secarral analfabeto sin futuro”, puntualiza.
No obstante, vistos los años posteriores, en que se encadenaron las crisis, los cambios de Gobierno y de régimen y hasta la guerra, “un poco de razón no les faltaba”, asume. “Veníamos de la gloria perdida. Su crítica inapelable partía de un amor vivo, amaban un país distinto al que miraban. Ahora... dudo que haya tanto amor”, añade con retranca.
¿Hay similitudes, entonces, con el entonces y el ahora? “Amor aparte -porque lo que hay es mucho uso de símbolos y emblemas y poco orgullo y compromiso común, a la francesa-, habrá coincidencias para quien las quiera ver, como en todo. Pero las verán los voluntariamente cegatos o tuertos. Somos una nación que se ha sobrepuesto a una dictadura de 40 años, con unos profundos principios democráticos y una fuerza o debilidad en las instituciones homologable a las de nuestros vecinos. Tenemos problemas, claro, pero quizá uno de los principales es no saber ver todo lo bueno que se ha logrado y aún conservamos. No somos una raza canija ni tenemos políticos infames, como ellos decían”, concluye.
Crisis, pero no tanto
La investigadora universitaria Macarena García comparte esa lectura. Los paralelismos son “excesivos”, dice. No obstante, entiende que se genere “un marco de crítica” que va más allá de posiciones políticas extremas, como las de Vox, que se han visto alentadas por la crisis generada por el coronavirus. “Tras la crisis económica iniciada en 2008 no hemos acabado de despuntar y, ahora, pese al aviso de la ciencia, tenemos una sorpresa sobre la mesa que nadie sabe abordar. Ni fuera ni aquí. Es normal que haya escozor ante un problema tan delicado, en los grupos políticos y en la ciudadanía. Sin embargo, ni hay motivo para soluciones drásticas como un cirujano de hierro ni está en juego el estado constitucional y democrático ni tenemos desaparecidos a los tres poderes”, señala.
Entre los paralelismos que traza entre una etapa y otra están el “desmoronamiento” de la economía y de áreas de ingreso importantes (las colonias, antes; el turismo, por ejemplo, ahora); la “falta de cohesión social” y las “desigualdades”, que “no son crónicas pero sí alarmantes, viendo los datos de pobreza”, y la falta de respuesta suficiente de las instituciones, desde los Gobiernos de todo tipo, “sobrepasados”, a la monarquía, con un rey a la fuga en un momento grave.
Se niega a hablar de estado fallido. “Las instituciones funcionan, las garantías se cumplen, los servicios esenciales están cubiertos, hay un entramado democrático fuerte. Tenemos los males y vicios de todo Occidente”, resume. The Economist, estos días, ha hablado de la “venenosa clase política española”, refiriéndose sobre todo a la crisis de la pandemia en la Comunidad de Madrid, pero García no quiere ponerles calificativos.
“La culpa en general la tienen los gestores, pero los ciudadanos tienen su cuota de responsabilidad, también. Hace falta eso tan viejo de altura de miras y unidad”, apunta. No hay muchos líderes indiscutibles, señala, ni hay una respuesta “brillante” a los retos, “pero ¿quién lo tiene en nuestro entorno?”. Se acuerda de Nueva Zelanda, quizá.
Fuera leyenda negra
“España no es ese país del que se ríen las viñetas de la prensa mundial de principios del siglo XX. Ya no. Lo estamos pasando mal, se podía hacer mejor, pero es indudable que no somos una excepción. ¡No hace falta mano dura, por favor! Hace falta liderazgo y conocimiento, resistencia, unidad y, aunque suene a eslogan, espíritu de victoria, como dice el presidente Pedro Sánchez”. Es la visión de Carlos Gutiérrez, experto en comunicación política y conocedor en origen del proyecto España Global, que justamente se encarga de “defender y proyectar la reputación internacional de España”.
Su tesis fundamental es que “no somos una excepción” en nuestro entorno y que las cosas, “siempre mejorables, funcionan”. “Estamos entre los 20 mejores países del mundo para vivir, con un sistema público de sanidad y educación que, aunque hoy está tensionado y se ha enfrentado a recortes incomprensibles, es de referencia mundial -enumera-. Tenemos una democracia joven, nos hemos sobrepuesto al desencuentro, la división y la guerra y hemos articulado un país en el que las sensibilidades territoriales se respetan y donde se han afianzado derechos sociales que aún no tienen otras grandes potencias del mundo. Creo que a Machado o a Baroja les hubiera gustado saber que somos abiertos y tolerantes, estudiosos y reivindicativos, que causas como la del 8-M iluminan al mundo entero, que hoy se suman vertientes de la izquierda y se sientan juntas en La Moncloa”, asevera.
A su juicio, es clave para marcar diferencias con otro tiempo la pertecencia a la Unión Europea. En el 98, dice, España era ajena a Europa, un “apéndice” que iba por detrás, denostado por otras potencias “que veían el momento de hacer leña del árbol caído” y que no aportaba más que un lastre de “tradicionalismo mal entendido y religión oscura”. Ahora, nuestro país está en el grupo de los más poblados de la Unión, con un “importante” peso en cuestiones defensivas y como “referencia” en la rama socialdemócrata, cita.
“España estuvo aislada de una gran parte de las corrientes artísticas, literarias, políticas o económicas, con lo que tuvo que hacer un esfuerzo enorme para industrializarse y europeizarse. Vimos que teníamos un problema dentro y Europa era la solución. Hoy nos ha hecho dar un gran paso adelante”, sostiene.
No somos, insiste, “una anomalía”, sino “la constatación de nuestra historia, que es particular como la de otros: somos resultado de nuestras fuerzas y contradicciones y, por más sombras que veamos, porque todos las vemos, ganan las luces. Todos tenemos un pasado, pero también todos lo hemos superado y la forma en la que lo ha hecho España es encomiable. Lo sabe el mundo”, concluye.
Hace apenas unos días, en una entrevista con El HuffPost, la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, aseguraba que “es el momento del patriotismo” y que “la imagen de España es sólida”. Gutiérrez dice que eso es “innegable”. Que la estampa de España “no es la de un bote que se va a pique, por más dudas que genere la pandemia actual y la crisis económica”.
Sobre el patriotismo, ironiza: “El del 98 era legítimo, tenía motivos y era sentido y dolido. El de ahora, el de verdad, es el de quien quiere que todo avance y que rememos todos a una, salvando diferencias, tendiendo manos. De quien no dice que cuanto peor, mejor. Menos gritos en el Congreso, menos tuits encendidos, y más realismo”.