"Hay enfermeras que se saltan el protocolo para dar la mano a los pacientes"
Un día en unas Urgencias de Madrid en plena pandemia por el coronavirus.
Sólo se escucha la lluvia y y el zip-zip de las puertas automáticas. En el exterior de las Urgencias de Urgencias del Hospital Infanta Sofía (Madrid) se recogen un puñado de personas con la mirada perdida. Sólo pueden esperar. Sus familiares han tenido que entrar sin acompañante debido a las medidas de seguridad por la pandemia del coronavirus. Al menos hay un techo que cubre la puerta a la que llegan las ambulancias y uno puede refugiarse. “Si crees que esto está tranquilo, pregunta dentro y verás que no”, dice el guardia de seguridad al escuchar a alguien decir que se esperaba “esto mucho peor”.
Desde la entrada se puede echar un vistazo a la sala de espera, donde varias personas están separadas por un metro y medio. Alguno tienen el suero puesto. Otros, su respirador. La mayoría son personas mayores.Y todos están solos. En la sala, silencio. No puede estar nadie que no sea el paciente. Da igual que tu casa esté a media hora o a dos. Pero, ¿cómo irse sin él y dejarle ahí sin saber el diagnóstico o si tienen que llevárselo de vuelta?
Los pies cubiertos con bolsas de basura
La calma de la sala de espera contrasta con el ir y venir de ambulancias y taxis que hay en la puerta. Casi todas las personas que llegan son mayores. Algunas, para entrar al hospital, necesitan ayuda del taxista —siempre con guantes, mascarilla y posterior gel desinfectante— o de las enfermeras. A otras, directamente las sacan de las ambulancias en silla de ruedas o en camilla.
La imagen no puede ser más impactante: dos personas con un traje blanco de arriba a abajo, guantes azules y unas gafas que cubren lo único que queda al descubierto: los pómulos y los ojos. Llaman la atención los pies: sobre los zapatos llevan bolsas de basura. Bajan a los pacientes y a su vuelta tardan alrededor de 20 minutos en quitarse los trajes unos a otros cuidadosamente, sin tocar nada, metiéndolos después en otras bolsas de basura y cerrándolas a conciencia. Echándose desinfectante ellos y por todos los utensilios. Frotando la camilla con fuerza y esmero. “Son días duros y estamos hasta arriba”, dice el conductor de la UCI móvil, que por dentro está completamente cubierta de plástico transparente: techo, paredes y suelo.
Entre idas y venidas aparece una joven llorando porque quiere darle a su hermana el cargador del móvil. “La ingresaron ayer y no tiene batería”, le dice a la administrativa que lleva toda la mañana intentando explicar a los familiares que no pueden pasar, “me duele mucho no estar con ella”. La enfermera coge el cargador y promete hacérselo llegar: “Sabemos todo lo que duele estos días señora, los estamos cuidando”, le responde en su mejor tono, aunque visiblemente cansado.
En mitad de estas escenas, pasa algo que hasta ahora era muy normal pero que estos días produce un pequeño halo de esperanza entre tanta tragedia: aparece una pareja a punto de dar a luz. Ella va andando sola y sujetándose la barriga. Él va detrás y lleva la bolsa del bebé. Les dan una mascarilla y al padre le dicen que debe quedarse fuera de momento.
Fabrican su propio material de protección
Todo esto ha pasado en cuatro horas. Es la hora de comer y dos auxiliares de enfermería salen a fumar a una esquina. Cuentan que se están haciendo su propio material para los equipos de prevención individual (EPIs) y que este lunes llegarán las mascarillas donadas por Inditex. Apuran el cigarro porque tienen trabajo, aunque no están en la planta de contagiados.
Preguntadas por la cantidad de personas mayores que llegan, lamentan que “algunos de los que están entrando por la puerta, ya no salen” y que sus compañeras de la UCI estén tan desbordadas. “Hay gente mayor muriendo sola y algunas enfermeras se saltan el protocolo para dar la mano a esos pacientes”, relata otra chica que sale después.
“No pueden despedirse”
De hecho, hay pacientes que ni siquiera entran vivos. En un momento de la tarde llega una ambulancia con las luces puestas, pero sin la sirena. De ella bajan dos sanitarios completamente cubiertos (bolsas de basura en los pies incluidas) llevando una camilla en la que hay una persona tapada de pies a cabeza con una de esas telas color aluminio que alguno de los presentes sólo ha visto por la tele. Todo continúa en silencio, excepto las indicaciones de los médicos.
A medida que pasan las horas va llegando más gente a las Urgencias del hospital y muchos de los acompañantes hacen un intento desesperado —por otro lado, humano— de entrar con los suyos. Las chicas de ‘atención al paciente’ repiten una y otra vez, cansadas, que en el hospital no puede estar nadie más que los enfermos.
“No, no pueden despedirse”, contestan a los que llevan horas esperando a alguien a quien finalmente van a ingresar. De hecho, algunos de los ingresados han ido con lo puesto: sin cargador de móvil, gafas, algún libro... Si alguien quiere hacérselos llegar puede dejarlos en la entrada de Urgencias pero surge una duda: ¿Es justificable dentro del estado de alarma ese desplazamiento al hospital a dejar, por ejemplo, un cargador de móvil a un enfermo?
La ansiedad de los sanitarios
La saturación de los hospitales en Madrid es tal que se ha tenido que habilitar uno de campaña en el recinto ferial de Ifema. Hacia las 18:00 empiezan a llegar ambulancias para trasladar allí a algunos de los contagiados. Un grupo de sanitarios coincide entonces en la puerta y se dan ánimos unos a otros mientras organizan a los pacientes de cinco en cinco en los vehículos. Una enfermera cuenta en alto que tiene que salir a tomar el aire por la ansiedad: “Empiezo a respirar mal y se me empiezan a empañar las gafas de protección”.
El hombre que está a punto de ser padre se hace un selfie con la mascarilla enseñando la bolsa del bebé que lleva. La manda a un grupo de Whatsapp. Quizá de su familia o sus amigos. No sabe si le van a dejar estar en el nacimiento de su hijo pero sí sabe que, seguramente, los receptores de esa foto no podrán conocer al bebé próximamente.
Son las 20:00 de la tarde y, dejando atrás el hospital, de vuelta a Madrid, otra imagen atípica: la M-30 y la M-40 están vacías. Cualquier domingo normal a estas horas estarían hasta arriba. Al fondo, se puede ver Madrid limpia de contaminación y desierta. Además, en los medios, una buena noticia: los contagios caen ligeramente en Italia, el país al que España mira de reojo.