Hasta el último día, me gustaría ser viejo y gay sin que choque a la gente
Los viejos son siempre los demás. La vejez es un momento de nuestra vida que nos cuesta imaginar. ¿Por negación, por miedo a que acabe nuestra vida, por dificultad a identificarnos con los ancianos que frecuentamos?
Tengo las mismas dificultades que todo el mundo para proyectarme en mi propia vejez y, sin embargo, cuando voy a visitar a personas mayores, heteros u homosexuales, a su casa o a una residencia, siempre me hago la pregunta: "¿Me gustaría envejecer ahí? ¿En esas condiciones?".
Y la respuesta rara vez es afirmativa...
Pertenezco a la generación que desde el 68 ha luchado por la despenalización de la homosexualidad y por el fin de su clasificación como enfermedad mental por parte de la Organización Mundial de la Salud. He luchado por que las personas afectadas por el VIH no sean rechazadas; he luchado por que la sociedad pueda aceptar a personas seropositivas y les permita tener un proyecto de vida; y hoy sigo luchando dentro de una asociación de apoyo a las personas mayores, ayudándolas y tratando de que se respeten sus elecciones de estilo de vida.
Estas luchas las llevo en el ADN y ahora me preparo para el último debate, el que afecta a mi propia vejez.
Nuestra sociedad asocia la vejez a una sucesión de amputaciones, de pérdidas... La pérdida del deseo en la mirada del otro porque nuestro cuerpo envejece; la pérdida de la utilidad social cuando dejamos el trabajo; la pérdida de nuestro estatus de mayor de edad, por el que vamos convirtiéndonos poco a poco en menores a los que hay que proteger, aunque sea en contra de nuestra voluntad; la pérdida de nuestra humanidad cuando pasamos a ser un objeto al que hay que cuidar... incluso después de la muerte, se rechaza nuestro cuerpo, ya que se siguen prohibiendo los cuidados post mortem a las personas seropositivas.
¿Tenemos tan poca empatía por nosotros mismos que rechazamos progresivamente a los viejos, dejándolos al margen de la sociedad? Esos viejos, esos viejos en los que todos nos convertiremos tarde o temprano.
Sin embargo, si no nos apropiamos del papel de usuario para ser actor o actriz de las decisiones sobre la consideración de la vejez en nuestra sociedad, dejamos a los demás la facultad de decidir por nosotros. Organizar el "Mieux vieillir" [Envejecer mejor] es participar en las decisiones que conciernen a las evoluciones necesarias, es seguir las innovaciones y tratar de que se propongan más, es evaluar los servicios y los establecimientos, es velar por que todos los mayores puedan vivir dignamente y mantener una buena calidad de vida.
Hoy en día las desigualdades en las personas mayores tienden a ahondarse; mañana, la Silver Economy, portadora de proyectos innovadores, corre el riesgo de ser un factor de agravamiento de estas desigualdades. Por un lado, están los viejos que viven en un entorno agradable, con objetos conectados que permiten vigilar la mínima anomalía en sus constantes fisiológicas, llamar automáticamente a las Urgencias, preparar platos equilibrados, acceder al ocio desde su casa... Por otro, hay personas que viven en pisos inadaptados, aislados del mundo, o bien viven en establecimientos con un personal mal formado, escasos de efectivos y con equipamientos minimalistas.
El pertenecer a una minoría, como la población LGTB, también es un factor de aislamiento todavía más marcado, siendo la auto-exclusión la mejor estrategia para evitar todo riesgo de maltrato o de discriminación.
Nuestra responsabilidad colectiva consiste en luchar contra las desigualdades, en tratar de acoger a todas las personas mayores, teniendo en cuenta su identidad cultural, su orientación sexual y su identidad de género para que la vejez no sea un lugar de exclusión o de violencia.
Personalmente, milito por que la ternura, la sensualidad y la sexualidad de los ancianos puedan expresarse libremente y no se vean como una perversión o como actos inapropiados, y por que el respeto a la intimidad de las personas mayores sea la norma.
Para que los apartamentos autónomos de los ancianos sean lugares que les resulten afines, que acojan a personas con ganas de vivir juntas. En general, es la disponibilidad de un lugar lo que decide la entrada a un centro de este tipo, y no la elección de la propia persona.
Para que la asistencia a domicilio (fórmula refrendada) coordine a todos los actores médicos, sanitarios y sociales.
Que se realice una formación para todos estos actores —asalariados y voluntarios— para hacer entender que la sexualidad y la ternura son componentes de nuestra humanidad, de nuestra historia, sea cual sea nuestra edad, para que se tengan en cuenta las particularidades de los ancianos LGTB y que se atienda a las personas seropositivas sin discriminación.
Que se revalorice el estatus del personal de ayuda a domicilio y de las personas que trabajan en los diferentes establecimientos y se les aumente el sueldo, y que este sector no sea un impasse profesional.
Que se generalice el acceso a las prótesis auditivas, ópticas y dentales, así como su mantenimiento en el tiempo, para permitir que todo el mundo conserve un máximo de autonomía.
Por último, que se propongan los cuidados con la justa insistencia médica, escuchando siempre los deseos de cada persona.
Todos los responsables tienen que comprender que no son los reglamentos, las normas, los principios de precaución, los que permiten garantizar la calidad de vida de las personas: primero hay que quererlas y escucharlas.
Deseo morir sin temor a contar mi historia, diciendo quién soy, en un entorno acogedor, y me gustaría que se escucharan y se respetaran mis decisiones hasta el último día de mi vida.
¿Vosotros no?
Este post fue publicado originalmente en la edición francesa del 'HuffPost' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano