Hablemos de Vox
Destripar las propuestas de Vox no es una opción: es una obligación profesional.
Uno de los mayores errores cometidos por The Huffington Post en su historia, si no el mayor, fue menospreciar al candidato Donald Trump. Todo en el magnate era tan esperpéntico, tan irreal, tan propio de un bufón, que cuando se presentó como aspirante a presidir Estados Unidos se tomó una decisión editorial sin precedentes: todas las noticias sobre Trump se publicarían en la sección de Entretenimiento. Resultaba indiferente si hablaba de economía, armas o muros… ¡A la sección de Entretenimiento! Porque Trump era un comediante. Pésimo, pero comediante.
Si la victoria de Trump cogió a todo el mundo con el pie cambiado, en la redacción estadounidense de The Huffington Post se encajó con bastante decepción y mucho bochorno. Al despreciar al presidente de EEUU habían cometido la irresponsabilidad profesional de infravalorar un peligro tan real como un calambre en los ojos. Fue un error para con sus lectores y un desatino histórico como periodistas.
Podría haber sido peor: por ejemplo, no publicar información alguna sobre Trump bajo la pueril premisa de que lo que no se ve, se ignora.
Como sucede en muchos otros ámbitos, todo lo que germina en EEUU florece en España. Lo bueno y lo malo. Con toda la superioridad intelectual de la que somos capaces los españoles, hemos estado años mirando a nuestros vecinos por encima del hombro mientras nos decíamos que estábamos vacunados contra el virus de los populismos de derechas, que la mella causada por cuarenta años de dictadura franquista nos había inmunizado, que nuestro conocimiento sociopolítico era tan elevado y agudo que ejercería de dique de contención ante cualquier amenaza ultraderechista.
Pues bien, aquí estamos, con la inquietud política por las nubes y la soberbia intacta, tanta como para determinar qué se debe hacer y qué no, cómo actuar y cómo no, qué decir y qué no… Y, por supuesto, a quién se debe votar y a quién no. Cualquiera que se asome estos días a las redes sociales —Twitter, Facebook, Instagram… qué más da— saldrá de ellas con un ruido ensordecedor y una gran certeza: dirigir un medio de comunicación es una de la cosas más sencillas del mundo.
Tiene que ser así, porque si no cuesta entender cómo personas que no han pisado jamás un medio de comunicación (o lo han pisado mal) determinan cómo deben enfocarse las informaciones sobre Vox; sentencian si un periódico se debe hacer eco o no de las propuestas que presenten; adoctrinan sobre cómo no blanquear a la formación de Santiago Abascal y cargan —esa costumbre, ay, tan española— contra todos los debates, tertulias, reportajes televisivos, pieza informativas, lo que sea, que lleven asociada la palabra Vox. Tienen las ideas tan claras, la defensa de sus propios argumentos es tan inequívoca, que provocan que uno, abonado con plena convicción a la duda eterna, se sienta permanentemente equivocado y una estafa profesional.
Esos tuiteros, colegas, conocidos y desconocidos instan a los medios a ignorar a Vox minutos antes de ponerse a tuitear y hablar de Vox. Son aquellos que dicen que dejarán de incluir la palabra Vox en sus textos para evitar darle relevancia en buscadores con un mensaje en el que hablan de Vox y, por tanto, les están dando relevancia en buscadores. Son los que publican mensajes furiosos afeando a un medio la cobertura sobre una propuesta de Vox antes de entrar en una tertulia a debatir sobre esa misma propuesta de Vox.
Es cierto que la formación ultraderechista ha tenido la cualidad de abrir debates inexistentes en España, como el derecho de los “españoles de bien” a portar armas. Y es cierto que todos los medios hemos entrado al debate. Cumpliendo lo que cualquier medio de comunicación está obligado a hacer: informar sobre lo que ocurre. Porque periodismo es, también, entrar en debates políticos, sociales, económicos o de cualquier otra índole, los abra quien los abra. Más aún si los plantea un partido que, nadie lo duda, va a tener representación en el Congreso de los Diputados y recibirá millones de votos en las elecciones del 28 de abril. Entrar en el debate, sí. Entrar de cualquier forma, no. La obligación de un medio es hacerlo con la verdad, aportando datos y proporcionando contexto. No hay más.
Destripar las propuestas de Vox —precisamente porque las presentadas hasta ahora son, además de puro artificio, bastante endebles— no es una opción: es una obligación profesional, máxime cuando el partido de Santiago Abascal se nutre de la mentira para aumentar su número de acólitos. Ignorarlos no les dará un voto más, pero reflejar lo endeble, peligrosa y dañina que puede resultar su ideología para el futuro de España sí les puede restar fieles.
“Sobre ese partido he decidido no hablar ni nombrarlo y me gustaría que hiciérais lo mismo, le niego la existencia”, sentenció Pedro Almodóvar en la última gala de los premios Goya. Pero no es lo mismo ser Almodóvar que periodista. Y saber las cosas nunca es peligroso; lo peligroso es ignorarlas. Lo explicó Albert Camus en una sola frase: “Uno se forma siempre ideas exageradas de lo que no conoce”. Exageradas para bien y para mal.
La definición más perfecta que se ha hecho nunca del oficio de periodista la dio el que fuera director y fundador del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari: “Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Y a la gente le pasa hoy, ahora, que un partido ultraderechista va a tener representación en el Congreso de los Diputados. En la calle y en las redacciones se critican, respaldan y debaten sus propuestas. Ignorar la realidad o menospreciarla, como hizo The Huffington Post con Trump, sería una irresponsabilidad.
El HuffPost, por ejemplo, contribuyó al debate —hasta ahora prácticamente inexistente— sobre la propuesta de Santiago Abascal para dotar de armas a los “españoles de bien” con un extenso artículo trufado de opiniones, datos y contexto en el que se demostraba que EEUU no ha reducido la criminalidad por mucha Smith & Wesson que sus ciudadanos se echen al cinto. Del mismo modo El HuffPost se hizo eco de las declaraciones del ‘número 2’ del PP por Madrid, Adolfo Suárez Illana, sobre el aborto libre en Nueva York y los neandertales. Casi de inmediato, se publicó una información detallando lo que dice exactamente esa Ley y demostrando que Suárez Illana no había dicho la verdad. Simplemente se hizo periodismo.
Puede que tal vez, sólo tal vez, tras leer ese artículo sobre las armas en EEUU algún lector pensó que el voto es algo demasiado valioso como para concedérselo a una formación que ha hecho de la mentira y la exageración su modo de supervivencia.
Y entonces, sí, el periodista se dará cuenta de que su trabajo ha merecido la pena.