Guía por el Madrid de Goya a través de 'El sueño de la razón'
Las novelas suelen surgir de imágenes, de golpes visuales que te impactan no tanto en la retina como en una conciencia abonada por situaciones, estados de ánimo, experiencias y lecturas que conforman una especie de compost perfecto. Hay que meterse en el barro para crear, claro, pero también detectar la fertilidad del terreno y dejarse llevar por esos chispazos luminosos en la oscuridad que van a guiar tu excavación.
En El sueño de la razón ha sido Goya, pero sobre todo el Madrid de Goya quienes me han despertado la tensión y armadura de una trama que solo podía transcurrir entre su tumba sin cráneo, sus milagros, sus retratos, sus dibujos, sus Pinturas Negras y, sobre todo, el contraste entre los madrileños que pintó en la Pradera de San Isidro en fiestas en 1788 cargados de luces, colores, sensualidad, sombrillas, corpiños, bombachos y una estética afrancesada que miraba a la Ilustración… y el mismo territorio al que volvió 35 años después en Romería de San Isidro, donde el color había sucumbido a la negritud, la luz a las sombras y la Ilustración al absolutismo de la mano de Fernando VII tras una guerra feroz. El pueblo había sido abandonado y apenas se esforzaba para canturrear, emborracharse de madrugada y sobrellevar la resaca y la maldición de ser españoles.
Son varios los escenarios que nos descubren esta historia que no es que sea clave de nuestro pasado, o no solo, sino de nuestro presente, en el que seguimos practicando el deporte de repetir los mismos errores y el mismo afán de autodestrucción que parece acompañarnos una y otra vez. Con ellos compongo esta Guía (personal) por el Madrid de Goya, que viene a ser la Guía para entender El sueño de la razón:
Ermita de San Antonio de la Florida: no es solo el lugar en el que se pueden disfrutar sus frescos más imponentes, donde recreó el milagro de San Antonio de Padua y pintó con su calidad luminosa a la gente común, curiosa, a los niños de la calle que se cuelan para enterarse, a las señoras devotas. Aquí también yace Goya sin cráneo. Tras su muerte en el exilio en Burdeos en 1828, el Gobierno español tardó décadas en reclamar su traslado y, tras una exhumación infructuosa y una segunda definitiva en 1899 se consiguió traer a España. La sorpresa al desenterrarlo fue que estaba sin calavera, víctima seguramente del auge en ese momento de la frenología, una pseudociencia que creía poder hallar en los cerebros rasgos físicos de la personalidad. Averiguar todo eso me generó preguntas y una intriga que nos lleva a la incapacidad que hemos tenido de abordar de frente nuestra historia. Desde 1919 yace Goya en esta ermita de la Florida y aquí precisamente, en un lugar de entierro y muerte, nació mi novela. Los contrastes nos van a acompañar todo el rato.
El Parque de San Isidro. Es el lugar en el que se puede situar la Pradera de San Isidro (1788), el vibrante óleo realizado para los tapices reales ya descrito, y su contrapuesta Romería de San Isidro (1820-1823), ambos en el Museo del Prado. El parque sigue atrayendo a los madrileños en las fiestas de su patrón y una escultura recuerda al pintor zaragozano. Pero la ambición de una España culta y mejor que paseaba en los tiempos de Carlos III no parece haberse recuperado. Hay que conocerlo.
Cementerio de San Isidro. Es uno de los mejores escondites de Madrid, con todo el encanto de los camposantos que se han convertido en testigos de las diferencias de clase que siguen marcándonos después de muertos. Y en Carabanchel, lejos de los circuitos turísticos, qué más se puede pedir. Hay panteones, capillas y sepulturas vistosas de todos los marqueses, mercaderes, militares, ricos, intelectuales y políticos que se preciaran de ser alguien en el Madrid del XIX y principios del XX. Apellidos de Maura, Montes de Oca, Mesonero Romanos, Castelar, Silvela, Primo de Rivera, Campomanes y un larguísimo etcétera están inscritos donde corresponde, pero lo que me trajo aquí fue el sepulcro que compartió Goya unos años, hasta su ubicación definitiva, con Moratín, Donoso Cortés y Meléndez Valdés. Tumba que nunca tuvo cráneo y que ahora no tiene hueso alguno. ¿No lo ven sugerente?
La Quinta del Sordo. Sin salir de este barrio está (es un decir) el escenario de la Quinta del Sordo, la última casa de Goya en Madrid antes de partir hacia el exilio en Burdeos. Aquí pintó las Pinturas negras o, más que pintar, las imprimió en sus paredes. Era una finca agraria en la ribera sur del Manzanares desde la que Goya podía contemplar la ciudad tal y como la había reflejado en sus cuadros: con vistas al Palacio Real, a la iglesia de San Francisco el Grande y ese perfil casi pueblerino de un Madrid interior que se recortaba al otro lado del río. Hoy los edificios han sepultado esa vista, el derrumbe terminó con la Quinta y tenemos que dar las gracias al barón d’Erlanger, un banquero extranjero que la compró y trasladó los óleos a lienzos antes de que siguieran destruyéndose víctimas del abandono. Intentó venderlos en París y, por fortuna, no lo consiguió. Por eso las donó al Museo del Prado. Hoy, una pequeña placa en Saavedra Fajardo, 32 nos recuerda que allí vivió Goya pero, sobre todo que, a diferencia de Londres y otras ciudades que rinden homenaje a sus escritores e incluso a personajes de ficción como Sherlock Holmes o Harry Potter, aquí nos olvidamos de ellos.
Río Manzanares. El río Manzanares que Goya dibujó y que hoy disfrutamos no es el Sena ni el Támesis, lo sabemos, pero recorre el sur de Madrid con un aire de “quiero y no puedo” que merece la pena reconocer. La alcaldesa Carmena ha abierto las compuertas y hoy fluye como deben fluir los ríos, humilde pero natural, acogiendo garzas y vegetación. En una de sus bellas presas herrerianas, la número 5, aparece muerta Saramú, la primera víctima de El sueño de la razón. No diremos más.
Museo del Prado. Madrid no ha dedicado un museo a Goya como Holanda a Van Gogh o Rembrandt, Málaga a Picasso o París a Rodin. Pero el Museo del Prado es el lugar que acoge la mayor parte de sus obras, su evolución y además, como defiende la gran especialista Manuela Mena, donde está en diálogo con su tiempo y su historia. Es una opción. Ni qué decir tiene que las Pinturas Negras, los fusilamientos, las majas, la familia de Carlos IV y decenas de obras para tapices, bodegones y retratos importantísimos están ahí. En mi novela, mi comisaria Ruiz va a verse obligada a pisar el Museo del Prado, un escenario nada habitual para ella, si quiere entender algo de los crímenes y sucesos que están ocurriendo en Madrid.
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La meca de los artistas que llegaban a Madrid era esta academia que le rechazó dos veces y que acabó nombrando a Goya “teniente director de pintura”. Aquí están 13 obras muy especiales del autor, además de las series de grabados y, sobre todo, su única lección a los alumnos en una vitrina: “No hay reglas y la opresión u obligación servil de hacer seguir a todos por un mismo camino es un grande impedimento”. No perderse Casa de locos.
El Capricho. La casa de los duques de Osuna en las afueras de Madrid (hoy, metro Alameda de Osuna, línea verde) no es solo una finca cargada de belleza que conviene visitar. La duquesa fue la primera aristócrata que se encandiló con Goya, que le introdujo en la sociedad madrileña y le encargó obras que han adquirido enorme importancia en tiempos de atracción por la brujería y los aquelarres. El retrato de esa familia noble orgullosa de su posición, de su cultura, con sus cuatro hijos pequeños y hasta un perro que parecen haber nacido para inmortalizarse en ese cuadro puede ser el padre de la ilustración narrativa. Un cuento que no sabemos si es de amor o de terror.
El túnel Bonaparte. El rey José hizo construir durante la guerra un túnel que unía el Palacio Real con el Palacio Vargas para refugiarse en caso de rebelión. Era la Guerra de la Independencia, que Goya se volcó en ilustrar en grandes lienzos como Los Fusilamientos y La lucha de los Mamelucos, pero también en sus Desastres. El túnel nos abre una puerta figurada al submundo, al subsuelo de Madrid, a los recovecos oscuros que configuran El sueño de la razón poblado de mendigos y desheredados como los que Goya pintó. Situarse en torno a la Puerta del Rey y contemplar todo el conjunto es abrazar, de nuevo, los contrastes de Goya y de Madrid. Goya sirvió a tres reyes (Carlos III, Carlos IV y Fernando VII) pero sirvió sobre todo a un pueblo abandonado por ellos, alzado, desestructurado, hambriento, valiente y sufriente. El palacio real sigue. Los mendigos también.
La Dragona y el Anillo ciclista. La casa okupa situada a la entrada de La Almudena y los carriles bici que rodean Madrid y que mueven a la comisaria Ruiz por la ribera no tienen gran cosa que ver con Goya, pero sí con El sueño de la razón y con la seguridad de que, si el genio hubiera vivido hoy, los habría abordado con su silenciosa capacidad de inmortalizar.
Viva la verdad.