Gabriela Wiener: "Hay mucho macho aprovechado que se dice poliamoroso para follar a más tías"
La escritora peruana plasma en la obra 'Qué locura enamorarme yo de ti' las complejidades y contradicciones de su relación no monógama.
“Jaime es el hombre, Rocío es la blanca y yo soy… la oprimida”, bromea Gabriela Wiener (Lima, 1975) cuando describe su relación a tres, una relación poliamorosa (o mejor “no monógama”) que la escritora deconstruye en la obra Qué locura enamorarme yo de ti, que estos días representa en el Teatro del Barrio de Madrid.
Wiener también es “la del medio” en esa relación para la que los tres se compraron una supuesta cama de cinco metros, que finalmente ni mide cinco metros ni cumple una función sexual. Si acaso, la utilizan para jugar con sus hijos, que cierran el círculo de esta familia diversa.
Pero no esperen que Wiener proclame las maravillas del poliamor en Qué locura enamorarme yo de ti. Porque después de escribir mucho sobre la no monogamia —de leer, de reflexionar, de teorizar, de experimentar sobre el tema—, la peruana la cagó, y de eso va su obra: de “cómo la cagué y por qué debemos seguir intentándolo”. Finalmente, lo que empezó como una tragedia —“una hecatombe familiar”— se convirtió en tragicomedia, y ahora Wiener hace del escenario un purgatorio sobre el que narra esta historia desde su “vulnerabilidad”, su “caer bajo”, sus “vergüenzas” y su humor.
Un 14 de febrero, y en plena promoción de la obra, recibe a El HuffPost en su casa de Madrid.
¿Qué es el poliamor?
El poliamor, como dice mi hije Coco, es un tipo de relación romántica y sexual conformada por más de dos personas, en la que están de acuerdo todas las partes. Es una relación no monogámica en la que los vínculos están muy acordados; todos se relacionan de una manera libre sexual y amorosamente.
Ya que la mencionas, ¿cómo vivió esa transición tu hije, que pasó de una familia ‘tradicional’ a una poliamorosa?
Elle puede hablarte de un cambio de modelo. Como ves, digo elle porque no es el primer tránsito que hace. La gente más joven, de estas generaciones que ya pasan la Y y la Z, nace con el chip ya cambiado, con una mayor capacidad de adaptación, transformación, de aprovechar las posibilidades de diversidad y experimentación que tenemos como seres humanos. Al principio para elle fue sorprendente.
Ya habíamos hablado mucho de las familias diversas con elle, pero otra cosa es que te cambien el modelo familiar en tus propias narices, en tu casa, y que tu papá y tu mamá ya no sean sólo tu papá y tu mamá, sino también alguien más. Y que además haya una relación no heterosexual dentro de la propia familia. Pero elle ahora le da toda la vuelta a esto; es pansexual, no se considera hetero, es trans no binarie, ¡imagínate! Nosotros ya somos una cosa pasada de moda, casi caduca, carca, obsoleta. Elle es la Policía de la inclusividad en nuestra casa. Al principio se sorprendió, pero ahora es la que más cuida que no se cometa polifobia en casa. En cualquier hoja que mandan del colegio pone madre y padre, ni siquiera da la posibilidad de que haya familias LGTB, imagínate poner madre, madre y padre. Y elle lo señala cada vez que puede. Allí donde vaya, en su entorno, va abriendo campo. Toda esa generación lo está haciendo sin parar, a contramarcha de toda esta reacción ultrafundamentalista que quiere restringir tu derecho a ser y a mostrarte, a vivir tu sexualidad y tu amor. Todos los hijos de nuestra gente están más allá de esto, y creo que nos van a dar una lección.
Justo ahora que surge la polémica del mal llamado pin parental…
Total. Mi hije estudia en un instituto que tiene un protocolo para incorporar a chicas, chiques y chicos trans que vienen de haber sufrido bullying en otros colegios. Lo buscamos por esa razón, porque elle se había sentido oprimide en su colegio anterior, que era muy blanco, muy guay, muy progre, pero realmente no era diverso. Ahora entras al instituto en la fecha del Orgullo y hay una bandera LGTB gigantesca, todos los estudiantes hacen trabajos sobre el tema… Coco tiene tres profesoras lesbianas; ya me gustaría a mí haber tenido un colegio así. Y sólo pensar que pueden venir estos carcas a oscurecerlo todo, a quitar los colores, a censurar a las maestras que te hablan de un mundo sin odio, es tristísimo. Lo que vamos a hacer es resistencia. Esto no debería implicar ningún peligro; pero a mí ahora me da miedo decir cuál es el instituto de mi hije porque pueden ir a por ellos, pueden ir a por estas maestras. Con lo del pin parental estamos en un momento en el que no nos vamos a callar, lo vamos a seguir diciendo, pero no nos vamos a exponer demasiado, porque tampoco podemos perder tan fácilmente lo que hemos conquistado.
Volviendo al tema del poliamor, que es algo más amable…
Ni creas (risas).
¿Nace, en realidad, de una infidelidad?
No, no. Las ‘relaciones no monógamas’ —llamémoslo mejor así— son un tipo de relación que quieren ir en contra de la cultura del amor romántico en la que sobre todo las mujeres hemos definido nuestra vida de un modo que sólo podía ser vivida plenamente si era con un hombre que le diera sentido. En ese tipo de relaciones, todas teníamos que amar a un hombre y siempre estaban presentes los conceptos de fidelidad, infidelidad, amor. Esto lo único que generaba —para mucha gente que no somos capaces de cumplir las normas sólo monógamas— era infinidad de mentiras, celos, de dobles vidas.
Mucha gente viene de familias con una fachada de felicidad detrás de la cual hay mucho dolor. Lo que hemos visto sobre todo es que el hombre de la relación ha sabido vivir sus afectos y sus sexualidades libremente pero de manera falaz. Porque eso no es libre, mientras estés mintiendo, engañando, viviendo a costa del dolor de las personas que dices querer, como por ejemplo tus esposas. La mujer que se salía de esa norma era la puta, pero el hombre que se salía de eso era lo normal. Muchas mujeres, para soportar el estigma, han tenido que aguantar calladas, viviendo todo eso dolorosamente en silencio, pensando que ellas tienen que cargar con esa mochila, mientras que muchos hijos se han encontrado en los velorios de su padre a todos sus hermanastros que el hombre tenía regados por ahí. Eso afecta a la vida de mucha gente, emocional y hasta económicamente… Todo por su mala gestión emocional y por su machismo.
Así que, no, el poliamor no empieza con una infidelidad; en mi caso, mucho menos. El poliamor parte de una conversación, un acuerdo, con tu pareja, acerca de si podemos vincularnos con otras personas, y cómo. De si podemos vincularnos sexualmente y nos lo contamos, si quiero vincularme amorosamente y vemos si eso es posible o no, si queremos arriesgar más o no… Hay muchas posibilidades de estar juntos en una relación no monógama sin perder tus vínculos ya hechos y abriéndote a otros.
Las relaciones no monógamas suponen incluso cuidados extras. Mantener ese equilibrio y que el amor esté bien compartido para evitar dañar a un montón de personas. Acá no hay una fórmula, ni es un imperativo moral ser así, pero al reflexionar de cómo amamos y ser conscientes de las inercias y los mandatos que obedecíamos, hemos roto con eso. Y eso no quiere decir que lo estemos haciendo genial. De hecho, mi obra trata de lo poco genial que lo hice. Me metí en vena todas las teorías habidas y por haber, e igual la cagué. Mi obra es sobre cómo la cagué y por qué debemos seguir intentándolo. Pensarlo es intentarlo, y no simplemente seguir como unas borregas San Valentín y todas estas tonterías.
Precisamente en la obra hablas de tus contradicciones: eres feminista, estás en una relación no monógama y, aun así, pueden aparecer los celos y los conflictos.
Sí, sí. Parte de esto viene de que no tenemos muy bien trabajadas nuestras no monogamias. No tenemos referentes, no están en los libros, ni en las películas, no hemos sido criados en familias así, no te lo encuentras en la puerta del colegio… Uno puede leer teoría y sentirse muy identificado con cuestiones feministas y que este sea tu discurso, pero a la hora del ahora la práctica es otra cosa. Está muy bien leer, está muy bien escribir sobre estos temas y pregonarlos, pero a mí me sirven las experiencias de vida. Me pareció útil compartir mi experiencia de fracaso y ensayo-error; uno puede recomendar estas cosas desde un lugar de fortaleza y seguridad de tus propias creencias, pero también puedes contar tu historia desde tu vulnerabilidad, tu caer bajo, tus vergüenzas. Desde ahí cuento esta historia.
La convertí en tragicomedia, pero es una historia que me produjo muchísimo dolor. A veces una piensa que tiene que ser una buena poliamorosa, una gran poliamorosa, y encima yo era una especie de celebridad, porque hablaba mucho de todo esto, y, sin embargo, de repente me vi no dando la talla. Decidí que tenía salvarme por algún lado, y empecé a escribir, también desde la risa, como en una especie de purga. Cada día que hago la obra es una especie de purgatorio para mí en la que tengo que recoger todos mis destrozos. Esa es mi parte de responsabilidad. Pero en una relación así, no sólo es una la que comete el error, sino que fue una cosa compartida, fue una hecatombe familiar. Si por un lado había celos, por otro había mentiras, por otro había descuidos, control… entre todas las partes, nos dañamos por algún lado. Pero quisimos levantarnos de nuestras cenizas.
El formato en sí no hace que la relación sea más o menos justa, o más o menos machista. No porque seas no monógamo estás en la panacea de la igualdad o del romanticismo sano. Por el machismo que todos tenemos dentro, podemos volver a reproducir las mismas dinámicas tóxicas. Hay muchas posibilidades de relación y muchas formas de cagarla.
“El poliamor, no atravesado de feminismo, puede ser la misma mierda”, comentas en una entrevista.
Es así. Desde el anticapitalismo hay una crítica al poliamor, en el sentido de que propugnaría una acumulación tanto de personas como de afectos y cuerpos deseables, en la que para tu deseo individual hay un consumo de otras personas que son desechables; consumes y luego dejas cadáveres emocionales tirados por ahí. Hay que ser muy insistentes por este motivo: si el poliamor no lleva al sentimiento comunitario, al compartir, a mí no me interesa, me salgo, no me pongas la etiqueta del poliamor.
También hay mucho macho aprovechado que se dice poliamoroso para follar a más tías a la vez o para hacerse el moderno. También hay muchas relaciones de poliamor en las que en realidad es el hombre el que tiene los deseos y la mujer es la obligada, que va a rastras. Y vuelve a ser como en la vieja escuela, donde la mujer permite y hace la vista gorda por el placer del hombre en lugar de pensar qué es lo que ella desea.
Por eso hablo de que es tan importante atravesar todo esto de feminismo, y de anticapitalismo. Hay que hacernos una crítica también. Lo que tienen de idealistas estas relaciones es que quieren hacer también una transformación social, ser un agente de cambio social para acabar con la desigualdad, con las relaciones no horizontales. Las relaciones no monógamas tienen que estar impregnadas de esta visión de acabar con la desigualdad, porque sabemos que la desigualdad nos lleva a la violencia de género, a los feminicidios, al acoso, a los micromachismos diarios, y a la soledad. Frente a ese tipo de poliamores capitalistas y consumistas, hay que oponer relaciones no monógamas, comunitarias, de colectivizar las cosas, de economías compartidas y de sobrevivencia a un sistema que te quiere precarizar y dejar sola a toda costa.
Vuestra relación de tres es, además, interracial.
Odio el término interracial, digamos que estamos en una relación en la que hay una blanca y dos migrantes racializados, un hombre y una mujer. Claramente, si las relaciones quieren ser más igualitarias, tienen que pasar por una deconstrucción. Y no puede ser sólo de género, sino que también hay que deconstruir nuestro racismo. Hablamos de privilegio: Jaime es hombre y heterosexual y Roci es lesbiana, blanca y europea, yo soy la más oprimida aquí (risas). Hay que mirar nuestros privilegios desde distintos ejes. Yo he tenido que soportar unas cosas y tengo unas zonas vulnerables que Roci, por ejemplo, no.
Está la violencia contra migrantes, el tema de conseguir los papeles… Desde que te cierran las puertas, literalmente, por racismo hasta que te cierran las puertas del mercado del deseo: de las discotecas, del lugar de ligar, del lugar donde eres más deseada. Yo lo he vivido así desde niña. He recibido violencia patriarcal y racista, siempre en el mismo pack. ¿Y qué pasa entonces en el poliamor? Porque hablando de igualdad, ¿tú crees que vamos a tener las mismas posibilidades de desear, de vivir o de mandar todo a la mierda desde un mundo europeo, privilegiado, protegido, en el que siempre vas a caer en un colchón de plumas? Yo aquí no tengo esa red, ni familiar, ni económica, ni institucional. Ni Jaime. O el hecho de que cada vez que a mí me miran el cuerpo, me cae una cantidad de mensajes por esta razón. Ese sentimiento, esa exclusión, esas violencias, se arrastran también en lo afectivo. Te pone en un lugar de inseguridad, en un lugar más frágil. Tu relación con la gente, con el mundo, con tus deseos y con tu propio cuerpo no es lo mismo. Todo esto hay que tenerlo en cuenta cuando se hace un acuerdo de relación. No estamos en una situación de igualdad y justicia; cada uno venimos con nuestros bagajes y nuestras mochilas. Los privilegios —de ser hombre, de ser blanco— se van a traducir también en las relaciones románticas y sexuales. Y desde casa tenemos que reconocerlo.