Fue ella, y no él, quien hizo la foto más icónica de la Guerra Civil
Desde los primeros momentos del fotoperiodismo de guerra aparecieron imágenes que se han convertido en iconos y que ilustran el relato de nuestra historia más reciente. En este contexto es imposible no mencionar la titulada Alzando la bandera, una imagen que en 1945 inmortalizó Joe Rosenthal durante la Segunda Guerra Mundial, aquella que muestra un grupo de cinco marines colocando la bandera de Estados Unidos en Iwo Jima (Japón).
Durante la guerra de Vietman aparecieron otras dos emblemáticas imágenes. En 1962 el fotógrafo Nick Ut inmortalizó La niña del Napalm, en la que una niña de apenas nueve años corre descalza y desnuda gritando mientras huye despavorida, y Eddie Adams fijó en 1968 el instante en el que el jefe de policía de Saigón disparó a quemarropa, directamente a la sien, a un guerrillero del Vietcong que además tenía las manos atadas a la espalda.
Antes de estas tres importante fotografías, se produjo la que resume toda la iconografía de la Guerra Civil española, es Muerte de un miliciano, una imagen de una gran potencia visual que impresionó desde el momento de su publicación en el número 447 de la revista Vu del 23 de septiembre de 1936. Desde entonces, expertos de todo el mundo cuestionaron la veracidad de la luz, la hora, la auténtica identidad del miliciano inmortalizado en su abatimiento mortal. Se polemizó sobre el lugar en que se produjo, unas versiones citan el Cerro Muriano y otras la loma de Las Dehesillas en un pueblo cordobés llamado Espejo.
Durante décadas, la postura al caer de aquel soldado, con brazo extendido, dio lugar a la sospecha de una escenificación. El retrato de aquel hombre en el mismo instante en que una bala acababa con su vida era una propuesta demasiado tentadora para que no diera lugar a especulaciones y su autenticidad sigue siendo un enigma.
La aparición de La maleta mexicana en 1995 ha cambiado por completo el devenir de aquella imagen. Hoy la autenticidad de la escena ha pasado a un segundo plano. Lo que ha revelado la maleta, que contenía 126 carretes fotográficos con cerca de 4.300 imágenes de la Guerra Civil española datados entre mayo de 1936 y marzo de 1939, es la autoría de la fotografía: ¿fue Robert Capa o Gerda Taro?
Conviene recordar que Robert Capa fue un personaje ficticio, Gerta Pohorylle fue una joven que, pese a sus orígenes burgueses, se involucró en movimientos obreros de tendencia socialista. En 1933, tras haber sufrido una detención, tuvo que refugiarse en París a causa de la persecución nazi que sufría Alemania. Fue allí donde conoció a Endre Frieddman, un judío húngaro que se ganaba la vida como fotoperiodista. Gerda y Endre comenzaron una relación sentimental que duraría hasta la muerte de la fotógrafa. Cambiaron sus nombres por Robert Capa y Gerda Taro, supuestamente inspirados en Frank Capra y Greta Garbo. Juntos inventaron el seudónimo Robert Capa, un personaje que supuestamente era un reputado fotógrafo llegado de los Estados Unidos para trabajar en Europa, y ambos adoptaron el papel de ayudantes. En definitiva, Gerda Taro fue tan Robert Capa como lo fue Endre Friedmann.
A Gerda la llamaron El pequeño zorro rojo por su color de pelo, su juventud y su habilidad en moverse en terrenos peligrosos. Se posicionó siempre en primera línea del frente de guerra, y tanto valor le costó la vida. Se subió al estribo de un coche de las Brigadas Internacionales durante el repliegue del ejército republicano, cuando unos aviones enemigos volando a baja altura provocaron que cayera al suelo. Un tanque que maniobraba en ese momento la atropelló. La trasladaron al hospital inglés de El Escorial donde no pudieron hacer nada por salvar su vida. Murió el 26 de julio de 1937, seis días antes de cumplir 27 años, y fueron Rafael Alberti y María León quienes trasladaron su cuerpo a Madrid.
Muerte de un miliciano ha sido atribuida a lo largo de la historia a Robert Capa, entendiendo como tal a Endre Frieddman, pero un estudio reciente cuestiona esa autoría basado en el contenido de La maleta mexicana estudiando de los negativos realizados por Gerda Taro, Robert Capa y David Seymour, que hace replantear la historia. Expertos como Eijiro Yoshioka concluyeron que el formato del negativo de la fotografía es cuadrado y por tanto, corresponde con la película de la Reflex Korelle que Gerda Taro utilizó en los primeros meses de la guerra, asumiendo abiertamente que Muerte de un miliciano se hizo con el formato 6 por 6 utilizado por Gerda y no desde la Leica de 35 milímetros de Robert Capa, según ha manifestado también el historiador Fernando Penco Valenzuela.
La autoría de las obras de arte, especialmente cuando se trata de mujeres, es un tema hartamente denunciado y que requiere una revisión rigurosa. En este caso la utilización de un seudónimo, pero también la falta de firma o ser un síntoma de impropiedad para cierto estatus social, facilita su enmascaramiento o su “olvido”, preferiblemente en favor de sus parejas masculinas.
Gerda Taro fue una fotógrafa de enorme talento que supo transmitir su poder emocional, idealista, arriesgada y autora de la imagen más icónica de la Guerra Civil española, Muerte de un miliciano.