Frente a Putin, es el tiempo de acelerar el paso europeo
En menos de tres semanas la Conferencia sobre el Futuro de Europa presentará su primera propuesta de conclusiones.
En menos de tres semanas la Conferencia sobre el Futuro de Europa -que ha puesto a reflexionar y a debatir a ciudadanía, agentes sociales, parlamentos nacionales y Parlamento Europeo, además de instituciones nacionales y comunitarias en un ejercicio de innovación democrática que no se había realizado nunca antes- presentará su primera propuesta de conclusiones en la plenaria del 25 y 26 de marzo en Estrasburgo.
Y lo va a tener que hacer en un mundo y un tiempo nuevo, aún bajo el efecto de la pandemia y el inicio de la invasión rusa a Ucrania. En una lógica de la geopolítica de la fuerza que está agrediendo a las de las reglas con un precio altísimo para los ciudadanos de Ucrania.
Hace apenas unos días uno de los coordinadores de la conferencia, el liberal Guy Verhostat, resumió en una comparecencia en la Asamblea Nacional Francesa a la que pude asistir el sentido de las demandas que la ciudadanía: “Los ciudadanos quieren más Europa, pero sobre todo quieren una Europa que se asemeje a sus deseos y a sus expectativas”.
Y ahí está la clave de esta Conferencia, que va a tener que presentar el trabajo realizado en un momento de cambio de tiempo para Europa y que desmiente a los que vaticinaron el fin de la historia hace ya décadas. Una Europa que se ve por primera vez enfrentada de forma directa con una guerra a sus puertas, con una nueva geopolítica que va a sufrir cambios tectónicos en los próximos años por esta nueva agresión de Rusia -sería bueno ir recordando que emplean el lenguaje de la fuerza desde hace años, de Grozny a Ucrania pasando por África y Siria- y que va a afectar a nuestras economías y a nuestras vidas de forma prolongada.
El proyecto europeo afronta este momento (y hasta ahora) con una respuesta unida y solidaria marcada por la experiencia y las lecciones aprendidas por la pandemia. Y lo hace de forma robusta, con un plan de recuperación que es uno de los aceleradores principales de las transformaciones por las que debemos transitar -la transición energética para reducir nuestra dependencia de viejas energías, el mundo digital que viene y por el que debemos competir con gigantes como Estados Unidos y China; además de la capacidad de una mayor autonomía estratégica en un mundo que ha vuelto de golpe a la lógica previa a 1989, aunque con Putin representando un liderazgo autoritario, criminal y fascista y aislado que a la asociación que buscan algunos con el comunismo, que no tiene nada que ver con la Rusia actual.
Una Rusia que la periodista Anna Polytovskaia ya me resumió en 2003 en una reunión en Ginebra: “Las respuestas de las acciones rusas hay que buscarlas únicamente en Putin”. Personalmente, Putin me recuerda hoy en su ambición sanguinaria al protagonista nazi de Las benévolas de Jonathan Littell.
Precisamente, estas conclusiones que van a presentarse adquieren, tras la agresión rusa, más relevancia para nuestro futuro porque debería plantear una hoja de ruta que anticipe el mundo nuevo que se está diseñando y que hace apenas unas semanas ni siquiera podíamos imaginar.
Habrá que reflexionar sobre la gobernanza y la respuesta a diversas velocidades de la Unión, y por eso hay que plantear el sentido que tiene hoy la unanimidad en un grupo de 27 en el que no todos tienen intención de remar ni juntos ni a la misma velocidad. En segundo lugar, hay que afrontar la petición de una nueva refundación espiritual y política, a través de una nueva Constitución, que debe reafirmarnos en nuestro marco de valores universales de paz, libertad, estado de derecho y democracia que hoy está más amenazado que antes de la pandemia.
Esta propuesta de Constitución merece al menos debate, incluso asumiendo los riesgos que implica, como se recordará con el proceso de principios de siglo y la implosión que supuso tanto en Francia como en otros países de la Unión. Además, si las conclusiones ciudadanas demandan una transición que acelere las energías limpias, también se ha reivindicado una Europa más justa, más social, más federal, que reduzca desigualdades y que no suponga con esta nueva transición limpia un coste para los que ya sufren más las crisis actuales.
Al mismo tiempo, esta Conferencia va a poner sobre la mesa el reto de preservar los derechos humanos, el respeto de la legalidad internacional en materia de refugio y asilo, frente a la gestión que se ha hecho esta última década, y por qué no decirlo con la politización de las personas migrantes que han tenido que escapar de la guerra en Siria o Afghanistan; o de la miseria, como las miles que se han ahogado de forma injusta en el Mediterráneo.
Y todo ello se vislumbra con dos elementos de gran calado que deben ser la consecuencia lógica de este proceso y de los dos años que estamos sufriendo. Para hacer una transición hacia una nueva época, Europa debería adaptar y reformar sus Tratados, incluso con el riesgo de que algunos países lo quieran usar para retroceder; y por otro lado, profundizar en una Europa de la Defensa Estratégica que va a pasar a ser uno de los elementos clave del debate para afrontar futuras crisis que pueden sucederse a partir de la escalada de Putin.
Todo deber abordarse porque desde 2005, con la negativa a reinventar Europa con el bloqueo de la Constitución europea, se paralizó un proceso de transformación que se agravó con diversas crisis externas, la financiera, social y económica del 2008; la del terrorismo posteriormente y la migratoria a partir del 2015, que tuvieron respuestas que provocaron la desafección europea y la desigualdad y que hemos visto traducida en más ultraderecha o en los chalecos amarillos.
Una desafección que se ha corregido en parte con la respuesta federal, solidaria y asimétrica de la Covid-19, tanto en lo económico como en lo sanitario, y que ha certificado la unidad europea con la respuesta muy unánime a Putin. Y, además, ha demostrado que, si somos todavía un ente que no habla el lenguaje del poder y de la fuerza como lo hace Putin, los 20 años de integración económica y financiera y del euro nos hacen más fuertes como potencia económica si vamos de la mano, como se ha demostrado con las primeras sanciones a Rusia.
Las conclusiones y lo que haga de ellas la Troika que ha coordinado la Conferencia -Comisión, Parlamento y Consejo de la Unión- y su desarrollo marcarán el destino de nuestro continente, y sobre todo el de nuestras generaciones. Ucrania es el detonante más claro de que debemos acelerar cambios y caminar en la integración y en la profundización, y eso también implica reflexionar sobre los miembros que debemos acoger y el cumplimiento de las normas de los que ya somos parte del club.
La Conferencia va a medir la temperatura de los cambios que debemos acometer para afrontar estas nuevas décadas. Si no lo hacemos, los riesgos están ahí, la ciudadanía puede aumentar su desafección hacía Europa, los que están contra el proyecto europeo y democrático lo pueden utilizar para ganar votos y en el mundo que viene podemos seguir perdiendo peso tecnológico, geopolítico y económico. Depende por tanto de nosotros que el paso europeo se acelere.