Francia no debe subestimar a Le Pen en la segunda vuelta
PARÍS — Con los resultados del novato Emmanuel Macron y de la agitadora de extrema derecha Marine Le Pen, que pasan a la siguiente vuelta de las elecciones francesas, se ha confirmado la situación que habían predicho la mayoría de las encuestas de opinión. Por suerte, no se ha dado el peor caso imaginable, que habría sido el enfrentamiento de Le Pen y el candidato de izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon.
La primera vuelta de las elecciones arrojó algo de luz sobre la verdadera naturaleza del desafío al que se enfrenta Francia: una sociedad abierta contra una de mente cerrada. Europa contra el nacionalismo, la tolerancia contra la intolerancia, los valores liberales contra los tradicionales, el mundo libre contra la Rusia de Vladimir Putin. Por lo tanto, votar a Macron no será una decisión de la civilización, sino una decisión por la civilización.
Si los sondeos aciertan, es probable que Macron gane la segunda vuelta de las elecciones con el 60 o 65% de los votos. Pero no debemos bajar la guardia porque aún quedan muchas dudas. Francia está muy dividida, incluso aunque la mayoría de los líderes políticos de izquierdas y de derechas —incluidos los socialistas y los conservadores que participaron en la primera vuelta de las elecciones— respalden a Macron e insten a sus simpatizantes a votarle para contraatacar a la extrema derecha de Le Pen.
En primer lugar, llegados a este punto, el líder de extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, no ha apoyado a ninguno de los dos candidatos para la segunda vuelta de las elecciones, que se celebrará el 7 de mayo. Es posible que algunos de sus simpatizantes se planteen votar a Le Pen con la intención de acabar con el sistema, que es básicamente lo que están intentando hacer. O quizá decidan que no pueden elegir entre una fascista y un capitalista; una decisión difícil.
En segundo lugar, el partido conservador Los Republicanos ha virado hacia la derecha, derribando algunas barreras entre la derecha conservadora clásica y la extrema derecha. François Fillon, el candidato conservador del sistema, nunca ha rechazado el apoyo de políticos y grupos de extrema derecha. En vez de abogar por una sociedad abierta, se ha visto arropado por organizaciones muy conservadoras como Sens Commun, un grupo católico contra el aborto y los derechos de la comunidad gay. Algunos de los simpatizantes de Fillon también podrían votar a Le Pen o abstenerse. Aunque esta no llegue a abandonar las obsesiones de su padre, tiene un aspecto bastante menos aterrador que él de cara a los votantes conservadores poco informados.
A pesar de la clara victoria de Macron, la primera vuelta de las elecciones ha demostrado que Francia está dividida en cuatro sectores. El primero, el de los votantes de Macron, está abierto al resto del mundo, espera obtener beneficios de Europa y de la globalización y predica apertura de miras y reforma. El nombre de su movimiento, En Marche! (¡En Marcha!), condensa este espíritu a la perfección. Mélenchon y, hasta cierto punto, el candidato socialista, Benoît Hamon, cuentan con el apoyo de la Francia más rebelde, que ansía que el estado la proteja más de la globalización. Este grupo expresa su rechazo ante la desigualdad —similar a Podemos en España y al movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos—, pero no tiene esperanzas en Europa.
Marine Le Pen representa a un tercio del país, que dirige su ira hacia los inmigrantes, Europa y las élites cosmopolitas. Sus alabanzas hacia la laïcité contra el islam es, a grandes rasgos, una farsa. Algunos de los líderes de su partido son abiertamente gais y para intentar ganarse el apoyo de la comunidad gay señalan la homofobia de algunos musulmanes.
Por último, Fillon representa a una Francia más tradicional y, en su mayoría, católica e intenta fusionar la lealtad a los valores familiares clásicos y la economía de libre mercado. Sin embargo, los recientes escándalos en los que se ha visto envuelto le sitúan en una posición más ambigua y parecida a la de Trump: sus ataques contra el sistema de justicia y los medios de comunicación, sus mentiras y la difusión de noticias falsas de la que es responsable su equipo de campaña han hecho que su postura a favor de las ventajas de la globalización suene menos creíble.
Quienquiera que ocupe la presidencia tendrá que lidiar con esta Francia dividida, en la que grandes sectores de la ciudadanía desconfían de los valores de la sociedad abierta, Europa y el libre mercado. En las próximas semanas, Macron tendrá que reconciliarse con la derecha moderada y con la izquierda reformista. Tendrá que demostrar que Europa y la globalización pueden traer justicia y que Francia puede arreglar la división de su sociedad. Si el centro de Macron no puede solucionar esta división, la derecha y los populistas de izquierda estarán esperando entre bastidores.
Desde una perspectiva internacional, este desafío es de suma importancia. En cierto modo, el destino de Europa se decidirá el 7 de mayo en Francia. Macron es el único que está haciendo campaña por Europa. Sus simpatizantes ondean banderas de Europa en sus mítines. Él podría traer un poco de ambición europea renovada a Francia.
En el marco internacional, Macron apoya a los defensores de los derechos humanos, a las minorías y a los disidentes que luchan contra las dictaduras. Una segunda vuelta de las elecciones sin Macron habría supuesto una victoria para Putin. Le Pen no era la única que se veía arropada por el líder ruso: Fillon y Mélenchon respaldaban la postura de Rusia con Ucrania, Siria y Crimea. Macron y Hamon han sido los únicos que han declarado durante la campaña electoral que los valores de Putin no son los suyos y que la Rusia de Putin era una amenaza para Europa y para el mundo.
Puede que Macron sea la última oportunidad de Francia. Junto con la experimentada canciller alemana, Angela Merkel, tiene probabilidades de convertirse en una de las dos caras del mundo libre. Pero no se puede dar nada por sentado. Los defensores del mundo libre tienen una lucha por delante.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero