Fin de ciclo... y de Susana Díaz
Ha vuelto a pasar. Un tsunami que nadie vio llegar. La extrema derecha irrumpe con fuerza en Andalucía, y está escrito que lo hará en el resto de España el próximo mayo. Y no sólo a costa del PP y Ciudadanos. La izquierda tendrá también que reflexionar ante un fenómeno que ha llegado para quedarse. Sin candidato, sin campaña y sin apenas cobertura en los medios de comunicación, en el sur ha sumado 12 escaños y se ha convertido, siendo quinta fuerza política, en el ganador de unos comicios que modifican por completo la senda por la que transitará la política nacional.
Susana Díaz ha ganado las elecciones pero perderá el Gobierno de la Junta si el PP, Ciudadanos y VOX son capaces de ponerse de acuerdo en quién debe asumir la Presidencia, que no tardarán demasiado en hacerlo. El PSOE se hunde en el que ha sido su principal feudo en los últimos 36 años al obtener 14 diputados menos de los que sumó hace tres años, con lo que facilita que un PP con sólo 26 escaños y un candidato hasta ahora cuestionado en la calle Génova pueda convertirse en el próximo presidente de la Junta de Andalucía. Le bastaría con el apoyo de los 21 parlamentarios de Ciudadanos y los 12 de VOX para que así fuera, mientras que Díaz no sumaría mayoría absoluta con los 17 de Adelante Andalucía -que retrocede 3 respecto a 2015- y tampoco con los que hasta ahora fueron sus socios.
Ni los peores sondeos barajados en San Telmo hicieron presagiar semejante hundimiento. Al susanismo siempre le pasa lo mismo, que sobrevalora sus expectativas. Y, ahora, por un exceso de confianza en sí mismos están ante el principio del fin de Susana Díaz, si bien el resultado tampoco augura nada bueno para un Pedro Sánchez que confiaba en un buen resultado del socialismo andaluz para decidir su propio calendario electoral.
El secretario general del PSOE siempre podrá esgrimir que Díaz prefirió una campaña de "acento andaluz", sin presencia de líderes nacionales y que ella es la única responsable del descalabro, pero el "efecto Sánchez" tras su llegada a La Moncloa tampoco se ha visto por ningún sitio. Se aleja por tanto la posibilidad de un adelanto de las generales, a pesar de que cada día de gobierno puede convertirse en un día más de desgaste para el PSOE.
Pablo Casado, por su parte, puede darse por satisfecho al evitar el temido sorpasso de Ciudadanos después de haberse implicado a fondo en la campaña de un candidato que no era el suyo. Conserva la segunda posición y con posibilidades de ostentar la presidencia de la Junta, pese a su pírrico resultado -siete diputados menos que en 2015-. Ciudadanos, que queda en tercera posición -pero con una notable mejora en su resultados respecto a hace tres años-, tendrá que apoyar un gobierno del PP con los votos de VOX como única fórmula para facilitar el cambio de ciclo y la regeneración que siempre defendió para la Junta de Andalucía. Y Podemos -en la versión andaluza- está obligada a hacer una profunda reflexión de su retroceso.
Con todo, quien más pierde es una Susana Díaz porque aquí acaba su leyenda, si es que alguna vez existió más allá del falso relato con el que algunos tótem del PSOE y del IBEX 35 se empeñaron para que tan poco llegara a tanto. De demostrar que no tenía la fortaleza orgánica se encargaron los militantes del PSOE hace poco más de un años. Los andaluces han desmentido ahora que su liderazgo social fuera incontestable.
Más temida que querida, en cinco años ha logrado un grado de rechazo mayor al de todos sus antecesores, dilapidado la herencia electoral que le dejó Griñán y convertido en humo la hegemonía socialista de los últimos 36 años. Todo esto, recuerdan algunos de sus correligionarios, después de haber podido gobernar con la izquierda y hacerlo con la derecha en en 2015; haber podido trabajar junto a Pedro Sánchez y elegir, sin embargo, hacerle la vida imposible; optar entre Andalucía y Madrid y apostar por lo segundo a costa de provocar la más profunda herida que jamás vivió el partido, poner en la peor situación de su historia al PSOE y encima perder las primarias. ¿Y aún nos extrañamos del resultado?, se preguntan.
Las encuestas, como le ocurrió con las que manejó en su batalla interna frente a Sánchez, sólo eran un espejismo, además de una clara obsesión por dibujar de sí misma una talla más grande de la que siempre tuvo. Los muertos no suelen resucitar y, salvo que uno sea el Cid Campeador -que no es el caso- no suelen ganar las batallas después de enterrados. Pues eso: España está ante un fin de ciclo y ante el ocaso de Susana Díaz.