Filosofía y pandemia: “La filosofía no debe profetizar”
"Como si el filósofo, a nivel metafórico, actuara como un cazador de acontecimientos. Siendo así, su máxima sería: cazar, luego filosofar".
El debate en torno a la pandemia, desde que empezó, no ha dejado indiferente a nadie. Sin embargo, cuando se aborda un evento como este desde una perspectiva filosófica, hay que analizarlo con categorías filosóficas para comprender la complejidad del acontecimiento, porque las epidemias no son sucesos filosóficos, sino biológicos, aparecidos en un tiempo determinado (Snowden, 2019).
Los filósofos que escribieron sobre la pandemia en el reducido espacio de tiempo que se enmarca el artículo de Samuel Guerra, Filosofía y pandemia (2020), aunque utilizaron conceptos elaborados en otra época, fueron útiles para interpretar y comprender lo que estaba sucediendo en ese momento, pero no todos lo hicieron a “cabalidad” como cree Guerra, para quien el método es más importante que aquello que se dice.
Guerra sostiene que “los filósofos que han escrito sobre la pandemia cumplen a cabalidad” con esos requisitos “independientemente de lo debatible que puede ser lo que cada uno sostiene”. Esto ha sido precisamente lo que los ha llevado a escribir con una “arrogancia epistémica irresponsable” (González & Martínez, 2020). Agamben es una muestra de esta irresponsabilidad, porque valiéndose de la noción de estado de excepción llegó a considerar a la pandemia como una invención del estado para limitar y controlar la libertad de los ciudadanos.
El artículo de Guerra se apoya mayoritariamente en los textos recogidos en Sopa de Wuhan que van de febrero a marzo 2020 y “otros tantos filósofos y pensadores”. Esta participación, casi instantánea de los filósofos frente al evento, es suficiente para que él declare que la tarea de la filosofía va de la mano del acontecimiento. Para Guerra es prueba irrefutable de la convivencia entre la ‘simultaneidad’ y la filosofía. Se da el evento, surge el filósofo. Como si el filósofo, a nivel metafórico, actuara como un cazador de acontecimientos. Siendo así, su máxima sería: cazar, luego filosofar.
Para reforzar su hipótesis, Guerra recoge brevemente Mensajeros del Alba, artículo que publiqué en El HuffPost en abril de 2020 y replicó La Jornada BC, en México. De ese pequeño texto, Guerra toma lo que le conviene, mal interpreta e ignora los demás textos como Filosofar en tiempos de pandemia y La prematura muerte de la filosofía.
En donde muestro la preocupación por la situación actual y lo que, desde mi perspectiva, es una de las tareas de la filosofía. Esto sería suficiente para refutar sus afirmaciones, pero en enero, antes de que se publicara el artículo mencionado, también escribí Filosofía en un mundo que se transforma. Pero a Guerra no le interesa lo que dicen esos textos porque no le sirven a su hipótesis y hace lo mismo con el texto de González y Martínez, publicados en el mismo mes y cuya preocupación es mutua.
Guerra se esfuerza en realizar una apología de la filosofía como actriz mediata de estos eventos, y él mismo se convierte en un vaticinador, olvidando lo que dijo Heidegger: “La filosofía no debe profetizar…”. A principios de la pandemia no había suficiente información, pero eso no frenó los pronósticos: “El virus matará al capitalismo”, “el virus no genera ningún sentimiento colectivo fuerte”, “todos estamos en mismo barco” o como dice Guerra: “La pandemia se ha constituido en el verdadero fin de la modernidad eurocéntrica”.
¿Fin de la modernidad? de Wajner (2021), por ejemplo, dice todo lo contrario: el guion liberal de la modernidad ha regresado. La tarea de la filosofía no es predecir, aunque para Guerra lo que hayan dicho los filósofos en ese momento sea “discutible”, lo que importa es que hayan hablado, aunque sean disparates. La filosofía no necesita legitimarse constantemente. Los guardianes y sepultureros de la misma están demás.
Es oportuno mencionar algunas cosas que Critchley, a propósito de esto, escribió en abril del 2020 con una mezcla de crítica, ironía y cinismo en Sorry to Disappoint: “Los distintos textos que he leído de filósofos que hablan sobre el coronavirus los encuentro tristemente previsibles, escasos de empatía, escandalosamente oportunistas o simplemente ridículos… Quizás deberíamos cerrar la boca un momento… Quizá un poco de silencio… Quizás los filósofos deberíamos haber intentado otra línea de trabajo, algo realmente importante, como ser enfermero o cuidador de ancianos en una residencia o médico de urgencias. O incluso peluquero”.
Si la filosofía, como piensa Guerra, debe responder a los eventos inmediatamente, no se encuentra nada que él haya publicado en esos primeros meses en los que nosotros llamábamos a la mesura filosófica. Jamás he dicho que dejemos de filosofar, escribir o peor, que sólo debemos filosofar cuando la pandemia haya pasado.
Si ese fuera el caso, mi silencio hubiera sido absoluto, pero no. Hay eventos que requieren calma, y eso ha quedado claro. En Mensajeros del Alba decía: “No exagero al decir que es complicado comprender un evento de esta magnitud cuando todavía se está desarrollando y podemos extraviarnos con habladurías. Ofrecer reflexiones breves al borde de la futurología, del catastrofismo y apocalipsismo me parece apresurado… El mochuelo, en estas circunstancias, debería haber levantado el vuelo cuando la crisis y los problemas que giran en torno a ella se vuelven más claros”. Se vuelvan más claros, es decir, esperar un momento.
Y en Filosofía en un mundo que se transforma volví a insistir en el compromiso que tiene la filosofía con la realidad: “Es preciso reforzar debates en el ágora pública-virtual en un tiempo en el que los grandes problemas sociales también son problemas filosóficos y políticos. No es momento para distanciarse de esta plaza virtual, porque como dice Heráclito “aquí también” se puede filosofar. Una conversación pública saludable y fructífera es necesaria, y esta responsabilidad la compartimos todos”.
La filosofía no solo actúa como el mochuelo de Minerva, sino también como el canto del gallo que anuncia un nuevo amanecer (Michelet, 1827). Un canto que resulta molesto para quienes se han esforzado por conservar el status quo en medio de esta crisis y se han aprovechado política y económicamente de ella.
La segunda parte de la frase heideggeriana dice: “La filosofía no debe profetizar, pero tampoco dormir”. Por lo tanto, debemos insistir en la crítica contra todos los dioses actuales que ha levantado la ciudad, y para distinguirlos mejor hay que reducir la distancia social y ampliar la coherencia entre lo que se piensa en el silencio del estudio y lo que sucede en la realidad.