“Fernando tiene bastante psicología y sabe tratar con la gente, aunque también es duro y serio”
El aventurero Marco Pascual profundiza en la vida del médico Simón en Burundi.
La figura de Fernando Simón emergió con la crisis del ébola, pero se ha consolidado definitivamente con la actual pandemia del coronavirus. A diario, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias explica cómo está evolucionando la curva de contagiados en España, detalla la variación en el número de fallecidos y lidia con todo tipo de preguntas de los periodistas.
Pero hubo un día en el que el médico zaragozano estaba fuera de los focos de los medios de comunicación y del panorama mediático. En la década de los 90, decidió irse a África hacer voluntariados en distintos países, entre ellos, Burundi.
Lo que no podía imaginar cuando aterrizó en la localidad de Ntita era que, por azar o por cosa del destino, un aventurero oscense iba a llegar de rebote a su casa el día de Nochebuena para pasar las navidades de 1991.
Marco Pascual, que se lamenta ahora por no haber hecho un diario más completo de ese máster intensivo en medicina al que le sometió Simón durante esos siete días, recordó parte de su labor a principios de marzo, cuando el coronavirus daba sus primeros pasos en España de manera oficial.
Mes y medio después fue cuando el aventurero contó otros capítulos de la vida de Simón en Burundi. Pascual desveló cómo se desempeñó el zaragozano en situaciones extremas y con unas condiciones y un material muy rudimentario.
Ahora y tras organizar todos los recuerdos de esa semana de 1991, Pascual profundiza en algunas anécdotas concretas que radiografían su personalidad y explica el ambicioso proyecto que lideró para controlar el SIDA en la zona.
A finales de diciembre de 1991, Simón llevaba realizados casi 300 análisis de pacientes sospechosos de VIH en un laboratorio, de nuevo, precario: “Era de risa, como un cuarto trastero. No era un sitio aséptico e impoluto. Un cuarto viejo de paredes de ladrillo, sin cemento y solo con algunas estanterías y unos botes. No era nada parecido a lo que uno se puede imaginar. Pero lo hacía funcionar”.
Pascual lo compara con la dificultad que él tenía para hacerse la prueba del SIDA una vez acababa sus aventuras por países con condiciones higiénicas limitadas: “Recuerdo que aquí sobre esa época me hacía esas pruebas, pero el médico me ponía muchas pegas porque me decían que tenía que estar seguro al ser caro y tener que llevarlo a Madrid. Tardaba 15 días en tener respuesta... y él hacía casi 100 al mes en su laboratorio”.
De esos casi 300 análisis que ya había hecho, un 18% había salido positivo. Sin embargo, esta cifra se podría duplicar según creía el médico zaragozano, ya que los más sospechosos de haberlo contraído no se prestaban a hacerse la prueba.
“Aunque les garantizaba que solo iban a saber el resultado el paciente y él mismo (Simón), como ahí la gente era muy promiscua los que más posibilidades tenían no iban por miedo a un positivo y a ser rechazados por sus familias”, apunta Pascual.
El aventurero añade que también hizo una campaña para concienciar y evitar la propagación, así como les regaló preservativos. ”Él iba a llegar hasta donde él pudiera porque hacer una base de datos con los pacientes del SIDA fue un proyecto suyo. No estaba especializado en nada pero sabía hacer de todo”.
Burundi en aquel entonces contaba con unos 200 médicos que estaban todos en la capital, así que fuera de ella y, concretamente en su zona, no había nadie que hiciera nada similar. De hecho, muchos de los habitantes acudían a los curanderos locales.
Pequeños gestos
Aunque una semana no da para mucho, sí que sirve para conocer a una persona. Más todavía en esas condiciones. Así, Pascual guarda en la retina varios momentos puntuales que ayudan a comprender un poco más la personalidad de Fernando Simón.
El que más destaca es como una y otra vez resaltaba la figura y la importancia de las 13 enfermeras y un enfermero que él tenía a su disposición, ya que no habían estudiado en ninguna facultad e iban aprendiendo de los voluntarios que llegaban. “Decía que no tenían nada que envidiar a las de España, estaba orgulloso de la labor que desempañaban”, cuenta Pascual, que también describe a Simón como un tipo humilde que no se da méritos.
Otro día mientras pasaba consulta, llegó un niño con un huevo que puso sobre la mesa, mientras le decía algo. Simón se lo devolvió y el niño se fue sin decir nada más. Entonces, Pascual le preguntó para qué le había llevado ese huevo.
“Me respondió que para vendérselo, pero no se lo compró. Le dijo que se lo llevara a su madre y que le hiciera una tortilla. El motivo era que lo había mandado su padre para vendérselo y luego gastárselo él en cerveza. Lo sabía porque conocía a las personas”, subraya. A otro hombre que entraba al hospital a interrumpir con frecuencia, Simón le tenía que dar dinero para que se marchara y le dejara trabajar.
“Tiene bastante psicología, empatía y sabe tratar con la gente, aunque también es duro y serio”, describe Pascual. Por ejemplo, cuenta que Simón era el único que tenía coche en Ntita y recogía a la gente por los caminos cuando volvía a la localidad.
Un día, cogió primero a una persona y después, cuando iba a recoger a un segundo, el primero se enfadó y empezó a gritar en el idioma local: “Me contó que le estaba diciendo que cómo iba a coger a un pobre hombre como ese y llevarlo en el vehículo del médico. Entonces él se cabreó y le dijo que más valía que se callara si no quería volver andando hasta el pueblo”.
Pascual también recalca la psicología de Simón. El médico aprendió las costumbre de la zona para intentar entender la forma de pensar y así, poco a poco, poder sensibilizarlos sobre asuntos tan básicos como la higiene. Además, no solo tuvo que convencer a los pacientes para que le visitaran a él y no al curandero local, también concienció a la población en campañas de vacunación o para que se prestaran a hacer el análisis del SIDA.
A una madre también la ayudó a que no abandonara y rechazara a su propio hijo recién nacido. El motivo: había salido con un tono más blanquecino.
“Tardó unos 10 minutos en convencerla. Me comentó que no lo quería porque en cuanto su marido viera al niño iba a pensar que no era suyo y le iba a dar una paliza. Entonces, le explicó que debido al esfuerzo y por el sufrimiento del niño al nacer, a veces su piel se tornaba clara, pero que en pocos días habría recobrado su color natural. La mujer creyó al médico y tomó a su hijo. Fernando había conseguido solucionar el problema”.
Por todo lo que vio en la semana en la que convivieron juntos en Burundi, Pascual se atreve en una publicación de Facebook a definir a Simón como “un médico multifuncional, multidisciplinar, un médico todo en uno, un verdadero MacGyver de la medicina”.