Qué se sabe de los ‘supercontagiadores’ y por qué es bueno que existan (en teoría)
Se calcula que el 10% de los pacientes de coronavirus es responsable del 80% de los contagios.
A principios de marzo, antes de que la epidemia de coronavirus perdiera el control en España, se identificó un importante foco de contagios que, sorprendentemente, estaba alejado de los grandes núcleos urbanos del país. Se situaba en Haro, un pueblo de La Rioja de 11.000 habitantes que acumulaba 38 casos, una décima parte de todos los contagios registrados por entonces en España. Unos días después, se supo que el origen estaba en un funeral celebrado en Vitoria, por el que se contagiaron al menos 60 personas.
Tres meses y un estado de alarma después, toda España está, como mínimo, en la fase 1 de la desescalada, en la que se permiten reuniones de hasta 10 personas. A uno de esos encuentros celebrado en Lleida asiste una persona contagiada (aparentemente sin síntomas) que logra transmitir el virus a todos los asistentes, que por cierto no eran 10 sino 20. ¿Qué hizo esa persona para contagiar a tanta gente? ¿Cómo es posible que en una fiesta se contagie el 100% de los invitados y, al mismo tiempo, haya personas que han pasado el virus sin transmitírselo a su pareja?
Probablemente, porque tanto en el funeral de Vitoria como en la fiesta de Lleida había algún ‘supercontagiador’. De hecho, se calcula que el 10% de los casos es responsable del 80% de la transmisión; ese 10% correspondería a los supercontagiadores, unos viejos conocidos de los científicos, que no por ello dejan de generar dudas e incógnitas a su paso.
“El fenómeno de los supercontagiadores está descrito desde hace tiempo, e incluso se observó durante la epidemia del SARS-CoV 1 en 2003”, explica Juan José Tellería, miembro de la Junta Directiva de la Asociación Española de Genética Humana. El ‘problema’ es que para que una persona sea supercontagiador pueden influir tantos factores que es difícil acotarlo, y además se desconoce todavía cuáles de estos elementos resultan determinantes.
“Algunos individuos tienen una respuesta inmune más tardía o menos eficaz y puede que sean contagiosos más tiempo o lo sean de manera más intensa porque su carga viral es mayor, es decir, tienen más virus en sus secreciones”, ilustra Tellería. “También puede depender de la severidad de la enfermedad. Es posible que los individuos con síntomas más graves tengan más contagiosidad o, al contrario, que los asintomáticos, al no darse cuenta, interactúen más con el resto de la población y contagien más”, sostiene.
A priori se tiende a pensar que los individuos más afectados son los que tienen más carga viral, pero no es así necesariamente. Tellería recuerda el caso de un familiar sanitario que, siendo asintomático, dio positivo en la prueba de PCR durante seis semanas consecutivas y, como él, puede haber mucha gente, comenta. Curiosamente, esta persona se enteró de que tenía el virus porque su pareja, también sanitaria, tuvo síntomas, y esto les obligó a hacerse la prueba. “No se sabe si todo ese tiempo fue contagioso, pero es posible que sí”, reflexiona el genetista.
Uno de los factores que más inquietan en este fenómeno es el papel de las personas asintomáticas. Teniendo en cuenta que aproximadamente uno de cada tres contagiados no presenta síntomas, es fácil que estas personas hagan vida ‘normal’ y vayan transmitiendo el virus sin saberlo.
Para Manuel Corpas, director científico de Cambridge Precision Medicine y profesor de UNIR, ser asintomático es uno de los dos factores críticos —junto con la capacidad de producir más partículas víricas— para ser un supercontagiador. Desgraciadamente, ambas características “están totalmente fuera del alcance de uno mismo y tienen más que ver con la genética, que en parte determina la forma en que tu organismo reacciona a la enfermedad”.
Corpas se dedica actualmente a estudiar las características genéticas que comparten las personas asintomáticas. “Estoy sentando las bases para recolectar muestras y luego esclarecer las diferencias genéticas entre pacientes que muestran síntomas más severos y pacientes que no han desarrollado ningún síntoma”, explica. El investigador calcula que su equipo empezará a tener resultados “después del verano, en septiembre”.
Ante la curiosidad que genera la figura de los supercontagiadores, algunos medios han tratado de hacer un retrato robot con los rasgos sociales de estas personas, cuando en realidad todo son hipótesis (de momento) y el perfil social sólo es un factor más entre los muchos elementos que pueden contribuir a definir este riesgo.
“Aunque la gran mayoría de nuestros rasgos tienen un componente genético, en este caso también habría que mirar a las pautas sociales”, concede Manuel Corpas, que viviendo en Inglaterra ha podido constatar que “en España la gente se toca mucho más y tiene unos hábitos específicos que pueden ser más dados a propagar la enfermedad”.
“Está claro que alguien con mucha actividad social tendrá más probabilidades de contagiar, pero, aunque influya, no sabría decir si es un factor importante”, apunta Tellería. En cualquier caso, “no es lo mismo un viudo que vive solo en casa y simplemente sale a hacer la compra que una persona joven que sale todos los días a trabajar y tiene mucha actividad social”, comenta. “No es lo mismo ser profesor y tener 70 alumnos que ser agricultor y trabajar solo en el campo”, añade.
Además de esas causas genéticas y sociales, habría que sumar aspectos ambientales, como la temperatura, ya que “se sabe que el frío tiende a alargar el período de vida del virus fuera del organismo”, explica Corpas, y probablemente vengan de ahí los contagios masivos en mataderos. Por otro lado, una investigación realizada en Japón reveló que el riesgo de infección en espacios cerrados es casi 19 veces mayor que en el exterior. (Quizás vinieron de ahí los titubeos del Gobierno sobre los encuentros en domicilios frente a las reuniones en terrazas de bares).
Dentro de esos motivos ambientales, se añaden ciertas pautas individuales. Un estudio de 2019 publicado en Nature demostró que algunas personas expulsan muchas más partículas que otras al hablar. Según publica Science Mag, al cantar se expandiría más el virus que al hablar, lo cual podría explicar un foco importante de contagios en un coro de Estados Unidos, entre otros. Este artículo científico apunta, además, que se han identificado varios focos de la enfermedad entre grupos que compartían clases de zumba en Corea del Sur, y no así en cursos de pilates o de yoga, por ejemplo. “Quizás una respiración lenta y suave no es un factor de riesgo, pero sí lo es respirar fuerte, rápido y profundo, además de gritar”, afirma Gwenan Knight, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM).
“Las infecciones como esta no se extienden de manera uniforme, sino por brotes, que son como grumos [los famosos clusters en inglés]”, explica el genetista Juan José Tellería. De este modo, y sabiendo en qué tipo de eventos o contactos hay más riesgo de infección, es más fácil para las autoridades sanitarias determinar qué restricciones son, en principio, más efectivas.
“Si se puede predecir en qué circunstancias se da lugar a esos casos [de supercontagio], también se puede reducir de forma muy rápida y efectiva la capacidad de la expansión de la enfermedad”, sostiene en Science Mag Jamie Lloyd-Smith, investigador de la Universidad de California (EEUU) que lleva años estudiando la propagación de patógenos.
Lo ‘positivo’ de que el 10% de los infectados sea responsable del 80% de los contagios es que, al mismo tiempo, hay mucha gente que no contagia a nadie. Por eso, además de la R o número de reproducción, los expertos hablan de ‘k’ o factor de dispersión, que describe la capacidad de una infección para crear esos cúmulos o racimos (clusters) por los que se transmite el virus. Cuanto más bajo sea k, más se propaga la enfermedad a través de un pequeño número de personas.
Los científicos estiman que si el factor de dispersión de una enfermedad se acerca a 0,1 (se transmite por racimos y no de forma uniforme), más posibilidades tiene la enfermedad de desaparecer por sí misma o con medidas restrictivas moderadas. La buena noticia es que se calcula que en el coronavirus el factor k puede estar en torno a 0,17.
Pero, de nuevo, son hipótesis, e igual que estos cúmulos pueden facilitar el rastreo de contagios y favorecer la volatilización de la enfermedad, también pueden desbaratar los planes de una región o de un país en su desescalada. Como señala Manuel Corpas, se trata de “un arma de doble filo”. “Lo mismo que la existencia de un supercontagiador permite trazar la transmisión entre individuos, puede implicar que mucha más gente sea infectada”, advierte.
“Sería muy interesante detectar quiénes son estos individuos. Porque si lo consigues y aíslas estos casos, podría ser muy positivo”, opina Juan José Tellería. “El problema es cómo llegas a él a tiempo, porque no hay nada que los distinga. No hay ningún rasgo físico o fácilmente detectable para saber quién es supercontagiador, así que suele detectarse a posteriori, por las consecuencias”, afirma.
Para Tellería, lo primero que habría que averiguar —más allá de si esa persona sociabiliza más o menos— es si en el fenómeno del supercontagio influye el momento de evolución en que se encuentra la infección; es decir, si el paciente supercontagiador estaba en período de incubación, si eran sus primeros días con síntomas o incluso si no tenía síntomas. “No es fácil”, reconoce el genetista, que aun así cree que podría investigarse a través de los nuevos focos que están apareciendo en algunas fiestas y reuniones estos días. “Si de todas las fiestas que se han celebrado sólo ha destacado el caso de una en la que los 20 asistentes se contagiaron, quizás es porque el virus lo transmitió un supercontagiador”, reflexiona.
Por eso, ante todo, hay que permanecer vigilantes y tomar muchas precauciones. Nunca se sabe si en tu mesa de amigos hay un supercontagiador, o si el supercontagiador eres tú.