Familias ensambladas, el 'tetris' en el que viven medio millón de hogares
Un nuevo modelo de familias que no para de crecer y que pone a prueba todos los lazos familiares, sin modelos previos a los que aferrarse.
Ensambladas, reagrupadas, reconstituidas, reunidas o arrejuntadas. Se les llama de muchas formas, pero todas hablan de lo mismo: familias en las que una o las dos partes de la pareja aportan hijos de relaciones anteriores. La definición es sencilla, la complejidad de los vínculos que se crean, casi infinita.
No sabemos aún cómo llamarlas, pero lo que sí está claro es que cada vez son y serán más. De acuerdo a los datos del INE de 2011, de siete millones de familias con hijos, medio millón convivía con al menos uno que no era común a los dos miembros de la pareja. El dato supone más del doble del que se daba en el mismo estudio una década antes. Si tenemos en cuenta que desde entonces cada año en España se han firmado anualmente más de 100.000 divorcios (sin contar separaciones de parejas de hecho), parece claro que, cuando el año que viene se publique este censo de población y vivienda, ese medio millón se va a quedar muy corto.
Así, estas miles de nuevas parejas con hijos “en la mochila” por una o las dos partes crean una suerte de terremoto familiar. Desde lo más superficial —malentendidos con camareros, neveras que no dan abasto, o hermanos que tienen que volver a compartir habitación— hasta lo más profundo —desconocidos que pasan a convivir la mitad de sus días, y encima se espera que se quieran como hermanos; hombres y mujeres que decidieron no ser padres y madres y que un buen día se ven cambiando pañales, viendo la Patrulla Canina, o tratando de poner paz entre adolescentes—, pasando por verdaderos desafíos logísticos: Excel con muchos colores para cuadrar las actividades de fines de semana y vacaciones, coches que se tienen que sustituir por otros más grandes, o decisiones salomónicas sobre dónde pasar las Navidades que no dejan contento a casi nadie.
Desde la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF), ofrecen un servicio de orientación a las parejas que afrontan el reto de este ensamblaje. Gregorio Gullón, su responsable, cuenta que los problemas específicos que suele abordar en sus sesiones son la confusión del papel que debe desempeñar la nueva pareja con los hijos, las discusiones con los ex aunque hayan pasado años desde la separación, o las dudas sobre cómo y cuándo empezar la convivencia.
A este tipo de familias se les podría llamar también exploradoras, ya que caminan según Gullón, por territorios desconocidos, sin modelos previos. “La mayoría han crecido en familias tradicionales. Saben lo que toca cuando eres padre, madre, hermano o hija, pero no tienen ejemplos de los roles de padrastro o madrastra”. Como tampoco tenemos muchos ejemplos de cómo puede ser la relación entre hijos de una pareja que no son hermanos entre sí, o cómo acordar las normas con el padre o la madre del pequeño que vive en tu casa una semana de cada dos.
Pese a todo, el portavoz de UNAF es optimista. “Socialmente se ha avanzado mucho. Y esto ayuda mucho sobre a los menores”. Los niños de padres separados están dejando de ser una excepción, por lo que el riesgo de estigmatización es cada vez menor. Desde esta organización apuntan que el siguiente reto tiene que ver con las instituciones: “Donde hay mucho que avanzar es en los derechos de las relaciones que no son de sangre”. En terrenos como la fiscalidad, los permisos laborales, las visitas hospitalarias, o los puntos para entrar en un colegio aún no se reconocen estas nuevas realidades.
¿Y a esto cómo lo llamamos?
El terapeuta familiar Norberto Barbagelata proponía en un artículo denominarlas “ensambladas”, para no recurrir a los prefijos de repetición que pueden dar la idea de que son secundarias respecto a las tradicionales, y alertaba de los “problemas previsibles” que deben afrontar esas parejas. Como la falta de autoridad y conocimiento de las madrastras y padrastros a la hora de educar, una idea de lealtad de los más pequeños al progenitor ausente que les hace rechazar a la nueva persona que aparece por casa o cómo asumen las exparejas la nueva realidad familiar.
Pero a pesar de este campo repleto de minas que dibuja, y por el que coincide que deben andar “sin apenas referentes”, Barbagelata destaca también “la riqueza que puede aportar el nuevo cónyuge” y la amplitud de esa nueva familia que pasa a tener ocho abuelos, nuevos tíos y primas… La familia se amplía, desde luego, aunque a veces no saben ni cómo llamarse entre ellos. Y si se acude al diccionario, casi todos los nombres suenan mal, o por lo menos raro: madrastra (aquí Disney no ha ayudado, precisamente), padrastro, hijo putativo, hermanastra, medio hermano, abuela adoptiva…
“Primero me llamaba Rober, pero un día vino a casa su primo pequeño y no entendía qué hacía yo ahí si no era su padre. Empezó como una broma para explicárselo, pero desde entonces me llama second father”. Hace tres años Roberto decidió apostar por una relación con una madre separada, Inés, con un hijo, Martín, que entonces tenía diez años. Ahora su hija en común, Irene, acaba de cumplir uno.
Sobre esa figura de second father, Roberto describe su papel como “un complemento, una especie de amigo pero con cierta autoridad”. Los tres cuentan que “todo ha ido muy fluido”. Inés le preguntó a su hijo si quería conocer a la persona con la que salía. “Estábamos los dos muy nerviosos, pero desde el principio congeniamos”, recuerda Roberto. “Lo bueno es que ellos han creado un vínculo independientemente de mí”, añade Inés.
La alegría de los tres al otro lado del teléfono al hablar de esa “familia de cuatro” que son ahora es la muestra de que, a pesar las dificultades, ensamblarse no solo es posible, sino que puede ser el mejor camino. Aunque reconocen que hay dificultades que se mantienen. “Lo más complicado es la logística, organizar los fines de semana, que haya planes que Martín se pierde…”. Sobre qué es lo más difícil de este modelo familiar, el ya adolescente lo tiene claro. “Lo peor es cuando me voy, que me tengo que despedir de mi hermana”.
Una fotografía diferente
“Deberíamos hacernos una foto todos juntos”, le dice una mujer a su pareja mientras sostienen en la cama cada uno el retrato de los hijos que tuvieron con sus anteriores parejas. Es una escena de Una familia unida (Netflix); ya se sabe que no hay fenómeno social que no tenga su serie de referencia.
A Ángel, madrileño de 44 años, este tiempo le ha preocupado mucho poder tomar esas nuevas fotos. Según él, “la paciencia y el cariño es lo que hace falta para que funcione cualquier familia”, pero en su caso también apunta que tras su divorcio ha tenido que aprender a gestionar la culpa “por haberle robado las fotos de una vida” a su hija. Esos cumpleaños, vacaciones, días especiales en los que se supone que tienen que estar sí o sí el padre y la madre. Ahora dice haber comprendido que lo que ofrecerá a su hija serán “fotografías diferentes”.
Alba y Ángel no se conocen pero son dos caras de la misma moneda. Él se separó teniendo una hija de cuatro años y ahora tiene un hijo de menos de un año con su nueva pareja. Ella en cambio ha estado conviviendo en Valencia ocho años con un padre de tres criaturas que ahora tienen 15, 13 y 10. Su pequeña en común, Ona, ha soplado dos velas hace unas semanas.
“A veces uno se siente raro, distinto”, reconoce Ángel, quien reclama normalizar “todos esos tipos de familia que no son mayoría, porque si los adultos lo viven como algo normal los pequeños también lo harán”.
Por su parte, Alba sabía que su nueva relación sería “una carrera de fondo con muchos obstáculos”. La principal, la relación con los hijos de su pareja que hasta hace poco no la aceptaban y hoy le dan abrazos sin venir a cuento. Pero también otros como la relación de la pareja con ambas familias, los consejos de sus amigos diciéndole que huyera de un tipo “con esa mochila”, o tener que escuchar un “no sé cómo has podido destrozar una familia” en una paella de domingo.
Alba dice que pasa ahora por su mejor momento. “La llegada de Ona a nuestras vidas ha provocado un terremoto, para recolocarlo todo un poco mejor en esta vida de Tetris que llevamos”. Y cuando se le pregunta por cuál de los adjetivos que se suelen usar para describir a estas nuevas formas de convivencia se identifica más, responde sin pensar: “Nunca me lo había planteado, no lo sé, solo somos una familia”.