Falacias
Pablo Casado se aferra al deseo de recuperar la hegemonía de la derecha como en los tiempos de José María Aznar y Mariano Rajoy.
En el Partido Popular han decidido seguir algunas de las enseñanzas de Bill Gates: si no puedes hacer que tu producto sea bueno, al menos hazlo parecer bueno. Presume Pablo Casado de que está en el camino de la unificación del centroderecha. Intentando hacer de la necesidad virtud, esta afirmación se construye sobre una serie de falacias e inexactitudes. Bajo una apariencia de veracidad, desde la sede en venta de la madrileña calle Génova, se pretende ofrecer una argumentación falsa para confundir a la opinión pública con premeditación y alevosía. Las premisas sobre las que el presidente del PP hace reposar dicha creencia parten de un razonamiento erróneo y/o engañoso.
Más que unir a todo el espectro ideológico que va desde la extrema derecha al centro, lo que en los estudios demoscópicos se sitúa en la franja del 5 al 10 dentro de una escala del 0 al 10, lo que pretende es la absorción de sus competidores en este nicho electoral por enajenación de sus votantes. Esto es, quedarse como única opción para competir con garantía contra la izquierda, algo que a corto o medio plazo se antoja muy improbable. Del dicho al hecho, como sostiene el refrán, media un trecho.
Casado incurre en una falacia de autoridad: que esta conclusión tenga su rúbrica no significa que tenga validez universal. El actual jefe de la oposición expresa más un deseo que un hecho científico irrefutable. Se aferra a la idea de recuperar la hegemonía de este sector ideológico como en los tiempos de José María Aznar y Mariano Rajoy, antes de la aparición de los nuevos partidos como consecuencia de la crisis financiera y económica de 2008.
El fichaje de los tránsfugas de Ciudadanos o una eventual victoria en Madrid con concentración del voto útil en torno a la candidatura de Isabel Díaz Ayuso, dejando fuera de la Asamblea a Vox y Cs o con escuálida representación, no pueden eclipsar la presencia de la extrema derecha en el tablero político nacional o el sorpasso del partido de Abascal en Cataluña.
En este sentido, se recurre también a una falacia de correlación o causalidad para inducir a la creencia de que el PP será la única opción posible en la derecha en futuras citas electorales. Se lanza una conclusión que se confunde con la causa sólo porque esta ocurrió primero. También se percibe una falacia de generalización apresurada: la situación de Vox, por desgracia para nuestra democracia, dista mucho de la descomposición del partido naranja. Un mal resultado en Madrid no saca, por el momento, a la extrema derecha de la contienda política, con lo que nos gustaría a muchos demócratas que así ocurriera.
Todo este planteamiento de Casado pasa por un amplio triunfo de Ayuso a costa de las otras derechas. Una presidenta madrileña que, por cierto, basa toda su estrategia en una falacia de falso dilema: su maniqueo axioma de socialismo o libertad. Toda la campaña y su acción política se erigen sobre esta irreal e inconsistente disyuntiva. Primero, porque ambos conceptos no son incompatibles como se ha demostrado en España desde la recuperación de la democracia o en Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Segundo, porque lo que se somete a votación son proyectos políticos para mejorar la calidad de vida de la gente y la recuperación económica y social por los estragos de la pandemia, no esa dicotomía tan simplista y falsa. Y tercero, porque se pretende crear un clima de polarización para buscar el voto útil entre las derechas.
Como Huxley, deberíamos declarar una guerra sin cuartel a las falacias lógicas, que no son más que trucos de trilero, recursos retóricos para engañar o condicionar la opinión de la ciudadanía, un manoseo interesado de la realidad buscando beneficios particulares. Y es que una falacia es al populismo como la razón y el método a la ciencia.