Estoy pasando la cuarentena con un tío que apenas conozco... y sus padres
Los aspectos desagradables de ti que normalmente intentas ocultar los primeros meses de relación son precisamente los que te definen en una cuarentena.
El coronavirus ha obligado a millones de personas a confinarse en sus hogares durante un tiempo indefinido y las parejas que acaban de empezar afrontan una situación extraña e incómoda. No se trata de la temida pregunta de ”¿qué somos?”, sino de la proposición contradictoria de: ”¿quieres que nos aislemos juntos?”.
Imagínate la escena: tu madre está atrapada en los Alpes y tu padre en las Canarias. El tío encantador que llevas dos meses conociendo te pregunta si quieres quedarte con él y sus padres unos días hasta que tus padres estén sanos y salvos en casa y se pase la histeria y la pandemia.
Solo que no se pasa. Va a más. Alcanza unas proporciones tan descomunales que cierran los bares y la gente vacía los supermercados. El Gobierno británico les pide a sus ciudadanos que se queden en casa, que teletrabajen y que permanezcan a dos metros de las demás personas. De repente, no solo voy a pasar una noche juntos después de trabajar ocho horas en la oficina, sino que voy a estar con él hasta próximo aviso. Una casa y cuatro personas dentro intentando no aburrirse. ¿Y qué demonios tiene de malo?
Se suele decir que las primeras vacaciones de una pareja son una verdadera prueba para ver si esa relación será capaz de soportar las particularidades de la compañía de esa persona. En 2020, este confinamiento se ha vuelto equivalente, solo que en vez de ser en un hotel en Mallorca, estamos en un adosado al suroeste de Londres.
El aburrimiento provoca un aumento de lujuria. En el Reino Unido, la venta de juguetes sexuales ha aumentado en un 13%, en España un 30%, pero es que en Canadá se ha disparado un 135%. Una ventaja de estar aislados juntos es que no necesitamos juguetes. Cada día siento que estoy en la película Two Night Stand, salvo que en vez de estar aislados por una tormenta de nieve, es por un virus potencialemente mortal. Por eso voy a sentirme afortunada el resto de mi vida.
En contraste, la tasa de divorcios en China han aumentado desde el brote inicial y las autoridades lo achacan a la cuarentena. En estas circunstancias, cuando surgen conflictos, no tienes ninguna parte adonde ir y solo empeoran las cosas. El cuarto día de cuarentena oímos a sus vecinos a través de las paredes chillándose. Por suerte para nosotros, la ilusión típica del inicio de las relaciones nos está protegiendo de las discusiones como una barrera.
Mi preocupación va en un sentido más superficial. Estos días estoy luciendo una estética que me gusta llamar “chica en cuarentena”: pantalón de chándal, pelo grasiento y capucha. El maquillaje ya es un recuerdo lejano y, sin corrector, tengo la cara salpicada de manchas. Mi libertad, así como mi deseo de impresionar a este hombre y a sus padres, han salido volando por la ventana. Él, a cambio, ha dejado de afeitarse y va vestido con unos calcetines marrones que le llegan hasta las rodillas y un pantalón corto, un conjunto que le hace parecer un colegial victoriano o un hombre de 118 años.
Los aspectos desagradables de ti que normalmente intentas ocultar durante los seis primeros meses de relación son precisamente los que te definen en una cuarentena. Duermo hasta tan tarde que sus padres han debido de pensar que tengo narcolepsia. Acabo con los suministros de la despensa como si estuviera en un concurso de comida. Cuando reviento por toda la energía que tengo acumulada, rezo para que no me oigan vociferando las canciones de Ariana Grande ni ensayando en el piso de arriba los últimos bailes de TikTok. La vida se ha convertido en un domingo eterno en el que repartimos nuestro tiempo libre viendo la tele, comiendo y durmiendo. La mayoría de la gente no está haciendo nada productivo.
Algo que he aprendido es que las conversaciones intrascendentes no sirven de nada durante una pandemia. Le hago a su padre la estupidísima pregunta de ”¿qué tal estás?” y me da una respuesta inevitable: “Es una pregunta mucho más complicada en estas circunstancias, ¿no?”. Veo las noticias por encima de su hombro y no me queda otra que darle la razón.
Lo que sí nos da el coronavirus son temas de conversación, desde teorías conspiranoicas hasta el debate de si los perros pueden contraer el coronavirus. Todos los días tenemos nuevas noticias, nuevos temas de conversación y otra cena sin esos silencios incómodos que serían esperables entre un grupo de gente que apenas se conoce entre sí.
Al sexto día, sus padres anuncian que se van de crucero a la Isla de Wight, una decisión que espero que no hayan tomado por haber invadido yo su espacio, sino para desconectar disfrutando de las vistas del océano y de la resfrescante brisa marina.
En cuanto se van, me doy cuenta de que este aislamiento al que nos anima el Gobierno británico ha hecho que renuncie a mi afán de perfeccionismo mucho antes de lo esperado. Me he dado cuenta de que los padres son personas, así como los chicos que te gustan, y cuando te relajas, la honestidad se abre paso, a menudo a nuestro favor.
Cada día que pasa sin haber hecho nada, las conversaciones con este tío se vuelven más familiares. Un día, se le va la lengua y me llama novia, a lo que añade rápidamente “o lo que seamos” al darse cuenta de lo que ha dicho por mi chillido de sorpresa y emoción.
Cuando nos despidamos y vuelva a mi casa, me pregunto si algún día volveré a verle con barba. ¿Volveremos a vernos? En estos tiempos de pandemia, no hay nada seguro. Solo sé tres cosas: que ambos roncamos, que ambos tenemos pecas y que nada de eso me importa.
Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.