Estoy casada y viajo en solitario
No me extraña que después de seis años de relación las cosas sigan tan intensas como al principio.
Quédate con la persona que te anime a desarrollarte sin excepciones ni condiciones. La persona que te anime a seguir todos y cada uno de tus sueños, por pequeños, enormes o descabellados que sean. La persona que no te juzgue en tus peores momentos y que celebre contigo tus éxitos como si fueran suyos. La persona que te deje claro el orgullo que siente por ti, no por tu aspecto, por tu ropa ni por lo que dices, sino por cómo eres. La persona que no se tome tus logros como una ofensa ni una amenaza. La que se dé cuenta de que el amor y las relaciones no son cuentos de hadas, sino algo tangible y real en lo que hay que esforzarse.
Estar con un hombre que me apoya desinteresadamente ha sido la mayor bendición de mi vida. Me escucha cuando le cuento todas las aventuras que planeo vivir, me ayuda a organizarme las ideas y me anima a darlo todo para cumplir mis metas. Me ayuda a salir de mi zona de confort y me tiende la mano cuando cunde el pánico en mí. Cuando me acuesto tarde con la cabeza llena de ideas que no paran de revolotear, siempre, sin importar qué hora es, aunque esté medio dormido, alarga el brazo para abrazarme. Para mí, ese pequeño gesto es el mejor tranquilizante del mundo.
Vivir con Jon ha sido la aventura más increíble de mi vida. Hemos saltado de un continente a otro, vivido en incontables países, superado los prejuicios culturales de la gente, vivido juntos, vivido separados, visitado esto, hecho aquello... y aún nos quedan muchas aventuras por vivir.
Nuestra relación empezó con casi tres años a distancia. Cada vez que se marchaba, el corazón se me caía hasta la boca del estómago porque no tenía ni idea de cuándo iba a volver a verle. Conozco muy bien esa sensación porque el corazón es un músculo, y los músculos tienen memoria. Aunque ya no estamos en esa situación, cada vez que se marcha o me marcho yo, el corazón sigue haciendo lo mismo: se me encoge, se retuerce y luego se desploma hasta el estómago. Y lloro. No hablo de una lagrimilla, hablo de llantos de los gordos, siempre. Es una sensación muy real de desgarro que se niega a desaparecer. El cerebro trata de enviarle mensajes de cordura al corazón, pero el corazón es un músculo y tiene memoria.
Siendo alguien que ha decidido elegir vivir siempre en movimiento, mi concepción de hogar es solamente uno: él. Sin él, me siento inestable, como si flotara en un océano de gente, lugares e ideas. Pero he aquí el quid de la cuestión: tenemos opiniones muy distintas de cómo deben ser los viajes y ambos somos terriblemente independientes. A mí me gustan las montañas y él prefiere el mar. Yo tengo unos cuantos proyectos de trabajo en India y él en Australia. Por ello, muchas veces decidimos hacer nuestros caminos por separado y volver a encontrarnos al acabar. No hablo de días o semanas separados, sino de meses, a veces. Y, pese a mi maldito corazón sensible, cuando termino una excursión en solitario o cuando exploro un lugar que me deja sin palabras, no me arrepiento de nada. Y sé que cuando él está cogiendo las mejores olas del mundo tampoco se arrepiente. Cuando nos reencontramos, somos la mejor versión de nosotros mismos. Dos personas que no se han dejado lastrar por el concepto que la sociedad quiere imponer sobre cómo deben ser los matrimonios, dos personas que han seguido sus pasiones y los deseos de su corazón al 100%. No me extraña que después de seis años de relación las cosas sigan tan intensas como al principio.
Ayer, dos semanas después de nuestro aniversario de boda, volvimos a despedirnos y partimos cada uno en una dirección distinta. Con el corazón aún en el estómago y sentada a 10.000 metros de altitud, escribo esto para desahogarme. Cuando escale la montaña, respiraré más tranquila, porque aunque el corazón es un músculo y tiene memoria, también le he enseñado a viajar, desarrollarse y explorar.
Descargo de responsabilidad: sinceramente, tendría que haber titulado este post "Oda a mi marido".
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' India y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.