¿Están las salas de cine en peligro de extinción?
Cineastas de renombre responden a esta cuestión en 'Endless Cinema'.
Si los consumidores se empezaron a cuestionar esta pregunta con la llegada del streaming hace años y la pandemia ha acentuado la preocupación, ahora son los grandes cineastas los que aportan luz a la gran incógnita: ¿Está el cine en salas en peligro de extinción?
O lo que es lo mismo, cómo puede adaptarse el cine a los nuevos tiempos sin perder su esencia, porque si de algo no se duda es de que hay películas a las que su proyección en una sala aporta un valor añadido. Son las mismas con las que se comete un sacrilegio al verlas en pantalla pequeña, según cineastas y cinéfilos.
“Debe saberse para qué formato se trabaja. El cine de autor no tiene futuro económico, pero sí que lo tiene como expresión artística. La tele y el mainstream lo han matado”, explica el director Michael Haneke (Funny Games). Es una de las voces reputadas que se reúnen en el documental Endless Cinema, de Lucía Tello.
El cine, subrayan, siempre ha sido una vía de escape, y para ello se recurre al ejemplo de la Guerra Civil, durante la cual los españoles siguieron yendo a las proyecciones. Aunque sin necesidad de ir tan lejos, la pandemia es la prueba de que el consumo audiovisual ha salvado a muchos de pasar las horas muertas en casa durante el confinamiento.
Sin embargo, las salas son algo más que las pantallas en casa, y a eso quiere llegar Endless Cinema: un público en las butacas que comparte su emoción ante la película que está viendo.
Apichatpong Weerasethakul (A Letter to Uncle Boonmee) coincide con Haneke. Según el cineasta, lo que está muriendo es el cine experimental, “que se ha trasladado a las galerías”.
Los datos que recoge el documental hablan por sí solos. A fecha de 2019, en los últimos 15 años han desaparecido 37.000 salas en todo el mundo y solo en Estados Unidos el 40% del tráfico de Internet se utiliza para ver Netflix.
¿Conclusión, según Haneke? Las salas, más allá de los estrenos de grandes taquillazos como los de Marvel, se han quedado reservadas para “frikis del cine”, porque la escuela audiovisual de los ciudadanos, en general, ha sido la tele. “Se han acostumbrado a lo fácil y no hay educación estética”, más ligada al cine de autor, subraya el director de Amor. Eso explicaría que en Europa el cine en streaming se duplique de año en año.
Los hay también autocríticos, como Agnès Varda, la abuela de la Nouvelle Vague, que en 2019 no quitaba responsabilidad a los directores “que hacen siempre la misma película”.
La cineasta Naomi Kawase (Una pastelería en Tokio), tiene una visión bastante más optimista. “El cine comercial siempre ha coexistido con el independiente, desde películas como Ben-Hur. No lo ahogará”, explica. De hecho, recuerda cómo se pasó del mudo al sonoro y del blanco y negro al color. Es decir, sí, puede que muera en la forma en la que lo conocemos, “pero porque evoluciona”.
Por el contrario, Isabel Coixet (La librería) sigue siendo fiel al cine en su esencia, porque “para entender bien una película hay que verla en una sala, aislada de toda distracción”. Aunque la directora de Mi vida sin mí reconoce el mérito de hacer de una proyección un evento, como “ver Tiburón en flotadores para sentirse dentro de la película”.
Son opiniones dispares de cineastas de renombre, pero la conclusión es la misma: en el futuro, el consumo en las salas estará reservado para un grupo marginal y para el cine minoritario. Y con todo ello, “el cine del futuro será diferente, pero será”, sentencia Kawase.